Universidades progresistas: cimiento de la transformación social
En un mundo cada vez más polarizado, donde las derechas extremas resurgen con discursos de odio y políticas de exclusión, las universidades públicas representan una trinchera viva de resistencia y construcción de justicia social. Así quedó de manifiesto en la reciente presentación del libro Educación Superior y Gobiernos Progresistas en América Latina, coeditado por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) y la Universidad Veracruzana. Lejos de ser un evento meramente académico, este encuentro se convirtió en una reafirmación del papel protagónico que las instituciones educativas tienen en los proyectos de transformación profunda, como el que hoy encabeza en México el gobierno de la Cuarta Transformación.

El doctor Luis González Placencia, secretario general ejecutivo de la ANUIES, dejó claro que la universidad es decisiva para la movilidad social y la reducción de la desigualdad. Esta declaración, aunque contundente, resulta una obviedad para quienes hemos defendido desde siempre la educación pública como un derecho humano y no como un privilegio. Sin embargo, no está de más recordarlo cuando las voces conservadoras insisten en reducir la educación a un bien de mercado, privatizable, limitado a quien pueda pagarlo.
La lucha por una universidad incluyente, crítica y comprometida con su sociedad no es nueva. Como bien apunta el libro, se remonta al siglo XVIII y ha atravesado siglos de resistencia contra los intentos de elitización y domesticación del pensamiento. Hoy, bajo gobiernos progresistas en América Latina, esa batalla ha tomado nuevo impulso: la educación superior debe ser accesible, pertinente, de calidad y orientada al cambio social.
Durante la 30 Edición de la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) 2025, realizada en la Universidad Veracruzana, las intervenciones de académicos y autoridades reafirmaron que la universidad pública vive un proceso de transformación. González Placencia subrayó que el futuro de la educación superior depende de su capacidad de innovar, de vincularse con la sociedad y de asumir con responsabilidad su papel en el desarrollo económico y social de la región. Este es, justamente, el modelo que ha promovido el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador: universidades al servicio del pueblo, no de las élites.
Este modelo de universidad progresista ha sido, históricamente, estigmatizado por la derecha mexicana. Recordemos cómo los gobiernos del PAN y del PRI trataron sistemáticamente de desfinanciar a las universidades públicas o de subordinar su misión al interés del capital. Para ellos, la universidad debe formar mano de obra calificada, no ciudadanos críticos; debe ser eficiente en costos, no comprometida con la justicia social. Y en ese afán, intentaron vaciarla de contenido político, ético y humano.
Afortunadamente, esa visión tecnocrática y neoliberal ha sido desmontada en el discurso y en la acción por el actual gobierno de Morena. Hoy se impulsa una educación superior que forma sujetos con conciencia, que responde a los desafíos de la desigualdad, del cambio climático, de la violencia estructural y que, sobre todo, entiende su misión como una apuesta por la transformación de la realidad.
La publicación presentada aborda desde distintas perspectivas este cambio de paradigma. En la primera parte, figuras como el filósofo argentino Eduardo Rinesi, el escritor Robert Leher, la socióloga guatemalteca Ana Monzón y el propio rector de la UV, Martín Aguilar Sánchez, coinciden en que el compromiso de las universidades con las causas populares es el único camino para mantener su relevancia en tiempos de crisis y de regresión autoritaria. Leher, por ejemplo, advierte sobre los peligros de la “austeridad autocrática” y del avance de la extrema derecha, que busca desmantelar las conquistas sociales en nombre del orden y la eficiencia.
Es evidente que esa advertencia tiene eco en México. No es casual que partidos como el PAN o Movimiento Ciudadano hablen de “modernizar” la educación superior o de hacerla “más rentable”. Detrás de esos eufemismos se esconde el intento de privatización y de mercantilización del conocimiento. Quieren una universidad que no incomode, que no cuestione, que no denuncie. Pero la universidad progresista —como bien se argumenta en el libro— no puede renunciar a su papel de conciencia crítica de la sociedad.
En la segunda parte de la obra, dedicada a “Los Dilemas de la Universidad Mexicana”, se ahonda en los retos nacionales. La doctora Guadalupe Olivier Téllez, el doctor Axel Didriksson Takayanagui y el profesor Hugo Aboites abordan los temas estructurales que enfrenta la educación superior en México. Se destaca cómo el progresismo en marcha ha comenzado a revertir décadas de rezago y abandono. La expansión de universidades Benito Juárez, el impulso a la gratuidad, la beca universal y el fortalecimiento de la planta docente no son sólo políticas públicas: son apuestas civilizatorias.
Frente a esto, la oposición sigue recurriendo a los mismos argumentos gastados. Xóchitl Gálvez y sus aliados neoliberales repiten sin cesar que se “ideologiza” a los estudiantes, que se “politiza” la educación, como si formar ciudadanos conscientes fuera un delito. Lo que realmente les molesta es que la universidad pública ya no se doblega ante los intereses de las cúpulas empresariales ni de los organismos internacionales. Lo que temen es que los jóvenes de hoy no acepten pasivamente la desigualdad que ellos normalizaron.
La universidad pública está viva, y su vitalidad se expresa en su diversidad, en su capacidad crítica, en su voluntad de transformación. No hay mejor respuesta a los enemigos del cambio que una comunidad universitaria organizada, pensante y comprometida. Las universidades mexicanas —de la UNAM a las estatales, de las tecnológicas a las interculturales— son el corazón palpitante de un país que se niega a volver al pasado de privilegios.
Hoy más que nunca debemos defender este modelo. La educación superior debe ser un derecho garantizado, no una mercancía sujeta al mercado. Debe formar no sólo profesionales, sino también seres humanos con valores, con compromiso social, con conciencia histórica. Esa es la universidad que promueve la Cuarta Transformación, esa es la universidad que necesitan nuestros pueblos.
Porque al final del día, como bien lo señala el rector Martín Aguilar Sánchez, el destino de las universidades públicas está ligado al destino del país. Si queremos una sociedad justa, equitativa, democrática y soberana, necesitamos universidades libres, progresistas y comprometidas con esa visión. Los gobiernos progresistas han entendido esto y han actuado en consecuencia. La derecha, en cambio, sólo ha intentado convertirlas en instrumentos de su propio proyecto de exclusión y control.
La batalla por la universidad es, también, una batalla por el alma de México. Y como en toda batalla digna, no podemos titubear. Hay que estar del lado correcto de la historia: del lado del conocimiento libre, de la igualdad, de la justicia social. Del lado del pueblo.