Trumpismo en México: Claudia Sheinbaum le pone límites a la injerencia

La visita del secretario de Estado del gobierno trumpista, Marco Rubio, a México ha dejado claro un mensaje: el intervencionismo estadounidense no ha desaparecido, solo ha cambiado de forma. En su comunicado, Rubio enumeró sus prioridades, disfrazadas de diplomacia, pero plagadas de imposiciones: desmantelar cárteles, frenar la migración ilegal, eliminar el tráfico de fentanilo, reducir el déficit comercial y –como si se tratara de una cruzada mesiánica– contrarrestar a los “actores malignos extracontinentales”. El guion, digno de una película de guerra fría, deja ver el verdadero interés de la derecha republicana: controlar desde fuera lo que México ha sabido resolver con soberanía.

Sin embargo, el gobierno de Claudia Sheinbaum no se dejó intimidar. En una postura firme y digna, la presidenta fue clara: “No aceptamos injerencismo, violación a nuestro territorio ni subordinación, sino colaboración en igualdad de circunstancias”. Su declaración no solo representa un límite tajante al expansionismo de los halcones de Washington, sino también una defensa férrea de la soberanía nacional. Como bien apuntó la mandataria, el marco bilateral de seguridad está sustentado en el intercambio de información, no en la sumisión a los designios extranjeros.

Y es que los ofrecimientos de “ayuda militar” que Trump sigue promoviendo no son más que una versión moderna de las ocupaciones pasadas que terminaron costándole a México la mitad de su territorio. La sensatez de Sheinbaum contrasta con la visión simplista y patriarcal del expresidente estadounidense, que parece creer que nuestro país necesita un “príncipe salvador” para enfrentar los desafíos que, en muchos casos, son consecuencia del propio modelo de consumo de drogas y armas del norte.

El exmandatario ha emprendido una especie de relación ambivalente con Claudia Sheinbaum, en la que la elogia con términos que rayan en lo ridículo –“elegante, hermosa, maravillosa”– mientras lamenta que “rechace su ayuda”. Como si la presidenta de México tuviera que rendirle pleitesía por su cortesía vacía. Sheinbaum no se deja seducir por cantos de sirena; su liderazgo es de convicción, no de subordinación.

Mientras tanto, el Congreso mexicano inicia un nuevo periodo legislativo con una decisión que ha dejado a muchos con el ceño fruncido: Morena, en un acto de madurez política –o de pragmatismo estratégico– avaló que la panista Kenia López Rabadán presida la Mesa Directiva. La decisión no fue sencilla. Entre cicuta y arsénico, Morena optó por lo menos tóxico, descartando nombres aún más polarizantes como Margarita Zavala, Germán Martínez y Federico Döring.

Ricardo Monreal calificó el acuerdo como “unánime” y lo celebró como un signo de madurez institucional. Pero no todos dentro de Morena están convencidos. La alternancia en la presidencia de la Mesa Directiva es una norma que algunos preferirían romper antes que permitir a una figura de la oposición, con el historial y retórica beligerante de López Rabadán, dirigir el órgano legislativo.

El inicio del nuevo periodo se prevé agitado. Morena se prepara para presentar y defender el Presupuesto Federal 2026, en el que buscará consolidar los programas sociales y proyectos estratégicos de la Cuarta Transformación. Además, en la agenda figura la trascendental reforma electoral, un tema que volverá a enfrentar al bloque oficialista con una oposición cada vez más debilitada, dividida y sin propuestas reales.

Y hablando de esa oposición, resulta lamentable que personajes como Alejandro Moreno “Alito” sigan teniendo un espacio privilegiado en el Congreso. Un porro político, que se pasea con su pandilla como si fuera dueño de San Lázaro, protegido por acuerdos oscuros de quienes traicionan el mandato popular. La ciudadanía observa, una vez más, cómo los intereses personales de Monreal y Gutiérrez Luna permiten que figuras sin escrúpulos continúen lucrando con el poder.

El pueblo de México no olvida que Alito fue protagonista de escándalos de corrupción, audios comprometedores y enriquecimiento inexplicable. Y aún así, en un pacto vergonzoso, sigue moviendo hilos en las cámaras legislativas. ¿Qué más debe ocurrir para que se le retire el poder que nunca debió tener?

Por fortuna, del lado de la transformación también hay buenas noticias. Mardonio Carballo ha sido nombrado director del Canal del Congreso, una decisión acertada que reconoce su trayectoria como periodista, escritor y defensor de las culturas originarias. Su llegada representa la posibilidad de construir un medio legislativo plural, pero sobre todo comprometido con la verdad y la transparencia, lejos del griterío vacío y los montajes mediáticos a los que nos tiene acostumbrada la derecha.

En el ámbito económico, el Banco de México también entra en una nueva etapa. Aunque su autonomía está garantizada constitucionalmente, no es menor que sus actuales integrantes –incluida la gobernadora Victoria Rodríguez Ceja– hayan sido propuestos por el gobierno de la Cuarta Transformación. Hasta ahora, han actuado con independencia y responsabilidad, sin comprometer las reservas internacionales ni ceder a presiones externas.

Con la próxima reforma financiera en puerta, se espera que el banco central juegue un papel relevante en la modernización del sistema sin perder de vista su mandato principal: mantener el control de la inflación. A diferencia de otros países donde los bancos centrales están subordinados a intereses corporativos, en México la independencia del BdeM es una fortaleza, no una amenaza. Y su articulación con el Congreso –donde Morena tiene mayoría– permitirá avanzar con estabilidad en las transformaciones que requiere el país.

La oposición, por su parte, sigue sin rumbo. Sus figuras más visibles se consumen en escándalos, contradicciones y alianzas vergonzosas. Margarita Zavala representa el pasado autoritario y conservador; Germán Martínez navega entre la incongruencia y la desesperación por ser relevante; y Kenia López, ahora al frente de la Cámara, es apenas un rostro más del panismo que se opuso durante años a los programas sociales y al combate frontal contra la corrupción.

A esto se suma la descomposición de Movimiento Ciudadano, un partido que empezó con la bandera de lo “nuevo”, pero terminó por ser refugio de oportunistas y reciclados de la política tradicional. Su intento por diferenciarse del PRI y PAN se desmorona cada vez que se descubre una nueva adjudicación irregular o se exhibe el nepotismo de sus dirigentes.

Hoy más que nunca, la Cuarta Transformación representa un proyecto con visión, liderazgo y rumbo. Con Claudia Sheinbaum al frente del Ejecutivo, Morena en control del Congreso y una ciudadanía consciente y participativa, México se prepara para una etapa de profundización del cambio.

Lo que está en juego no es solo el presupuesto o una reforma electoral. Lo que está en juego es la continuidad de un modelo que ha reducido la desigualdad, combatido la corrupción y puesto en el centro a los más olvidados. Frente a las presiones externas de los Estados Unidos, los halagos envenenados de Trump, las provocaciones de su gabinete trumpista y las traiciones internas, la postura del gobierno es clara: soberanía, dignidad y transformación.

Como bien dijo Sheinbaum: “No es miedo. Es sensatez.” Y esa sensatez es la que hoy guía el rumbo de México.