Trump, el decadente emperador del caos

Donald Trump ha vuelto a levantar la voz, esta vez para culpar—una vez más—a México de los males internos de su nación. En un acto que mezcla cinismo con desesperación, promulgó la Ley Alto al Fentanilo acompañado de declaraciones estridentes y peligrosas: “los salvajes cárteles de droga y los traficantes tienen un control tremendo sobre México, los políticos y las personas electas”. No sólo es una mentira burda, sino un insulto a la soberanía y dignidad de nuestro país. Pero más grave aún es la amenaza velada que deja caer como una sombra sobre nuestra frontera: “tenemos que hacer algo al respecto, no podemos dejar que eso suceda”.

Trump no es nuevo en estas andanzas. Durante su primer mandato, usó el discurso antimexicano como combustible electoral. Pero ahora, con una economía estadounidense enfrentando sus propias contradicciones internas y con una sociedad fragmentada por décadas de políticas neoliberales, el ex presidente parece dispuesto a recurrir a cualquier estratagema para recuperar el poder. Lo que vemos no es liderazgo, sino un acto de desesperación, una patada de ahogado lanzada por quien ya ha demostrado ser incapaz de construir, pero hábil para destruir.

El fentanilo, como otras crisis de adicción en Estados Unidos, no es culpa de México. Es el resultado de una estructura de salud pública colapsada, una industria farmacéutica depredadora y una falta total de responsabilidad institucional en ese país. Y sin embargo, Trump, en lugar de mirar hacia dentro, prefiere fabricar un enemigo externo, apelando al miedo y al racismo de su base electoral. Su visión del mundo es un retorno al imperialismo más rancio: si algo falla en casa, invadimos, imponemos, dictamos.

La posibilidad de que este personaje pueda siquiera amenazar con una invasión bajo el pretexto de combatir al narcotráfico debería alarmar a todas y todos. Por eso, es fundamental que México mantenga una postura firme y digna. Hoy, más que nunca, necesitamos un liderazgo con visión, inteligencia y temple. Y lo tenemos.

La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, ha demostrado que está lista para enfrentar este tipo de desafíos. Su decisión de nombrar a Juan Ramón de la Fuente como canciller es una muestra de ello. De la Fuente no sólo es un hombre de enorme prestigio nacional e internacional, sino también un estratega que conoce los pasillos del poder global. Coordinador de los Diálogos por la Transformación, su designación no sorprendió a nadie; su presencia en la Secretaría de Relaciones Exteriores es una garantía de que México tendrá una voz fuerte y respetada ante el mundo.

Mientras Trump se hunde en su propio pantano, en México se construye un proyecto serio de transformación. Ebrard, otro peso pesado, ha sido asignado a la Secretaría de Economía, un rol estratégico en un contexto donde las relaciones comerciales y el nuevo T-MEC serán clave. Alicia Bárcena, con vasta experiencia diplomática y ambiental, asumirá Medio Ambiente. Es decir, el gabinete de Sheinbaum se conforma con figuras que no sólo tienen experiencia, sino un compromiso claro con el bienestar del pueblo mexicano.

En contraste, la oposición sigue sin rumbo. Xóchitl Gálvez, la eterna candidata de los intereses empresariales, continúa en su papel de vocera de los poderes fácticos, sin una sola propuesta coherente para los desafíos que vienen. Su alianza con los partidos del pasado, PAN, PRI, PRD y MC, no hace más que recordarnos los años de corrupción, impunidad y entreguismo que tanto dañaron al país. Frente a los embates de Trump, ¿realmente alguien cree que Gálvez podría defender la soberanía nacional? Por favor.

Y mientras en la política exterior se colocan los cimientos de un nuevo horizonte, también se ajustan cuentas internas. Diego Prieto, una figura que logró mantenerse tres sexenios en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, finalmente fue removido. Su salida es celebrada por los trabajadores del INAH, cansados de una gestión plagada de conflictos. Será reemplazado por Joel Omar Vázquez Herrera, quien tiene la responsabilidad de revitalizar una institución clave para la identidad nacional. Prieto, por su parte, se irá a una estructura sin poder real, confirmando lo que decía el Tlacuache Garizurieta: vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.

En el sector financiero, las sanciones aplicadas por la Comisión Nacional Bancaria y de Valores a firmas como CIBanco, Intercam y Vector Casa de Bolsa eran solo el principio. Fitch Ratings, una de las principales calificadoras del mundo, las degradó al nivel de bonos basura tras los señalamientos del Departamento del Tesoro de EE. UU. sobre su reputación y operaciones. Es el reflejo de un modelo financiero que durante años operó con total impunidad, sin supervisión real y bajo el amparo de gobiernos neoliberales que solo servían a los intereses del capital especulativo. Ahora, el mercado les da la espalda. ¿Sobrevivirán? Tal vez, pero no con las mismas reglas de antes.

El proyecto de la Cuarta Transformación, liderado ahora por Sheinbaum, no sólo está desmontando las estructuras de corrupción, también está sembrando nuevas formas de gobernar. Y mientras en el norte Trump sigue delirando con su retórica de odio, México demuestra al mundo que otro modelo es posible: uno en donde la soberanía se defiende, donde la diplomacia se ejerce con dignidad, y donde la política no está al servicio de los poderosos, sino del pueblo.

Cuidado con Trump. Es un peligro real, no por su fuerza, sino por su desesperación. La historia está llena de líderes decadentes que, al ver perdido el poder, intentan arrastrar al mundo al abismo. Lo bueno es que en México ya no gobiernan quienes se arrodillaban ante el imperio. Hoy gobierna un movimiento popular, consciente y digno.

Y eso marca toda la diferencia.