Trump contra las remesas: un ataque a la dignidad migrante
El personaje que actualmente juega a gobernar desde la Casa Blanca no solo representa una amenaza para los derechos humanos, sino también para el sistema internacional de tratados y para la economía de millones de familias en América Latina. Donald Trump, en su enésima cruzada contra los migrantes, intentó imponer una tasa de 5% a las remesas enviadas desde Estados Unidos hacia el sur global, en especial a México. Esta iniciativa, que huele más a venganza ideológica que a racionalidad fiscal, fue afortunadamente detenida en el Comité de Presupuesto de la Cámara de Representantes. No obstante, el intento revela el verdadero rostro del supremacismo fiscal disfrazado de política pública.

El proyecto fue rechazado con 21 votos en contra frente a 16 a favor, y lo más revelador es que varios legisladores republicanos se sumaron a los demócratas para frenar este despropósito. Es un indicio de que incluso dentro del partido del expresidente hay quienes comienzan a darse cuenta de que la línea del “hombre naranja” no solo es peligrosa, sino también insostenible. Pero nadie debe confiarse: Trump perdió una batalla, no la guerra. Su historial demuestra que no se detiene ante la derrota; al contrario, la convierte en combustible para su retórica violenta.
Lo más alarmante es que el discurso oficialista de Trump es abiertamente discriminatorio. En un mensaje por redes sociales, exigió la unidad republicana en torno a lo que él denominó un “único, grande y hermoso proyecto de ley”, prometiendo recortes fiscales a los ricos y retirando el Medicaid a millones de inmigrantes indocumentados. Su narrativa deja en claro que no gobierna con base en la justicia social, sino con odio, clasismo y xenofobia. No es casualidad que siempre apunte sus políticas contra los más vulnerables, que en este caso son nuestros compatriotas que viven y trabajan en condiciones precarias al norte del río Bravo.
Frente a esta arremetida, la presidenta Claudia Sheinbaum actuó con firmeza y determinación. Su rechazo tajante a esta propuesta por considerarla discriminatoria e ilegal representa no solo la defensa de nuestros paisanos, sino también el respeto al derecho internacional. Tal como lo expresó, esta iniciativa violaría tratados bilaterales firmados en 1994 entre México y Estados Unidos para evitar la doble tributación. El mensaje fue claro: México no permitirá que se abuse fiscalmente de sus ciudadanos en el extranjero.
El secretario de Hacienda, Edgar Amador, explicó con contundencia que las remesas que envían nuestros connacionales ya han sido gravadas bajo las leyes fiscales estadounidenses, con tasas que oscilan entre el 10 y el 37 por ciento. Imponer un impuesto adicional sería un acto de doble tributación, algo expresamente prohibido por tratados internacionales. Pero el gobierno de Trump no entiende de leyes ni de humanidad. Solo le interesa la confrontación y el lucro político a costa del sufrimiento ajeno.
Para millones de familias mexicanas, las remesas representan más que un ingreso: son un salvavidas. En regiones marginadas, constituyen hasta el 20% del ingreso familiar. Gravar este flujo de dinero sería condenarlas a una pobreza aún más profunda. Pero eso no importa a los republicanos trumpistas, cuya visión del mundo se basa en muros, castigos y privilegios fiscales para los más ricos. La historia ha demostrado que estas medidas no fortalecen a un país, sino que lo fracturan.
Mientras Trump juega a ser el verdugo de los migrantes, en México se construye una política basada en la justicia y la memoria. En un acto de profundo simbolismo, la presidenta Sheinbaum anunció el rescate de los restos de 21 mineros que permanecieron atrapados desde 2006 en la mina Pasta de Conchos, una tragedia humana que fue ignorada por los gobiernos panistas y priistas. La concesión a Grupo México, propiedad del impune Germán Larrea, fue defendida por Fox, Calderón y Peña Nieto. Ninguno se atrevió a exigir responsabilidades al barón minero. Solo ahora, con un gobierno verdaderamente comprometido con la justicia, se retoma esta deuda histórica.
El mensaje es claro: mientras el conservadurismo estadunidense insiste en criminalizar la pobreza y lucrar con el racismo, en México se defiende a quienes han sido olvidados, explotados o expulsados por décadas de políticas neoliberales. Las acciones del gobierno de la Cuarta Transformación contrastan brutalmente con el cinismo de quienes dicen proteger los intereses nacionales a través del castigo y el abandono.
Donald Trump encarna lo peor del poder: la arrogancia del millonario que desprecia a quienes trabajan duro, la manipulación del miedo con fines electorales, y la absoluta indiferencia ante las leyes cuando se interponen en sus ambiciones. Por eso es tan peligroso que vuelva al escenario político con aspiraciones presidenciales. Su visión del mundo es incompatible con la democracia, con la cooperación internacional y con la dignidad humana.
La comunidad mexicana en Estados Unidos no puede ser usada como chivo expiatorio para la propaganda electoral de nadie. Sus contribuciones a la economía estadounidense son enormes, no solo en términos laborales, sino también fiscales. Gravar las remesas sería un acto de canibalismo económico y moral. Y lo que es peor, sentaría un precedente para otros gobiernos autoritarios con tentaciones xenófobas.
Frente a esta amenaza, es indispensable que México mantenga una postura firme. Como lo dijo la presidenta Sheinbaum, “haremos todo lo posible para evitar que esto continúe”. Esto incluye recurrir a mecanismos diplomáticos, jurídicos y mediáticos para denunciar cualquier intento de abuso. No estamos ante una discusión técnica, sino ante una batalla por la dignidad de millones de trabajadores migrantes.
Lo que está en juego no es solo una tasa impositiva, sino el reconocimiento de la humanidad de nuestros paisanos. Y en esa lucha, México no debe ceder ni un milímetro. La Cuarta Transformación no solo se construye desde dentro del país, sino también desde la defensa activa de nuestros connacionales más allá de las fronteras. Porque justicia también es memoria, y también es resistencia.
Y si bien Trump perdió el primer round, es seguro que volverá a la carga. No podemos permitir que su odio se normalice ni que su locura fiscal se vista de legalidad. Debemos estar alertas, organizados y decididos a enfrentar cada embate con la razón, la ley y la solidaridad de los pueblos. Solo así se derrotan los proyectos autoritarios: con verdad, con justicia y con firmeza.