Sentencia histórica contra los verdugos del pueblo

La reciente sentencia dictada en Estados Unidos contra Genaro García Luna y su esposa, Linda Cristina Pereyra, constituye un terremoto político de proporciones históricas. No solo se trata de una cifra escandalosa—más de 2 mil 500 millones de dólares que deberán pagar como reparación por los delitos cometidos—sino de una verdad que el pueblo mexicano ha intuido desde hace años: la complicidad entre el poder político y el crimen organizado fue sistemática, estructurada y descaradamente protegida desde la más alta cúpula del poder durante los sexenios panista y priísta.

Esta sentencia de primera instancia deja en claro que García Luna no actuó en solitario. Fue el brazo ejecutor de una política criminal tolerada, auspiciada y promovida por Felipe Calderón Hinojosa, su jefe directo y presidente espurio. No se puede entender el ascenso, permanencia y enriquecimiento ilícito de García Luna sin el respaldo total de quien lo nombró secretario de Seguridad Pública durante todo su sexenio. Aquel supuesto “héroe” de la guerra contra el narco resultó ser uno de sus principales socios, y el tribunal estadounidense lo ha comenzado a confirmar.

La inacción legal de García Luna y su esposa, calificada como “rebeldía” por las autoridades, permitió que la justicia avanzara con firmeza. Esta omisión, más que una estrategia, parece una aceptación tácita de culpabilidad, una rendición silenciosa que deja sin argumentos a quienes intentaron justificar lo injustificable.

Pero esta condena no solo sacude a los delincuentes con cuello blanco. Su onda expansiva ha tocado de lleno a la ya debilitada oposición a la Cuarta Transformación. El Partido Acción Nacional, otrora protagonista de la escena política, hoy es una sombra raquítica de sí mismo. Esta condena lanza una piedra directa contra su vitrina de mentiras, en la que todavía intentaban presentar a Calderón como un “estadista” y a su esposa, Margarita Zavala, como una figura de renovación.

Zavala, diputada federal por el PAN, ha quedado exhibida como un intento desesperado del calderonismo por sobrevivir en la política. Su incapacidad para conseguir una candidatura presidencial y el fracaso estrepitoso de su proyecto de partido político independiente evidencian que la ciudadanía le ha dado la espalda a ese proyecto de simulación. Las alocuciones confusas, las posturas reaccionarias y la falta de propuestas reales consolidan su irrelevancia política.

Por su parte, Felipe Calderón se ha convertido en un fugitivo del juicio histórico. Refugiado en España, bajo la protección de fundaciones de ultraderecha como “Libertad y Desarrollo”, intenta lavar su imagen con discursos vacíos, presentándose como académico y defensor de la democracia. No obstante, los pueblos no olvidan, y la repulsa popular lo alcanzó en Oviedo, donde fue abucheado junto a otros políticos de derecha. Le gritaron lo que en México ya es un clamor: “¡Ladrón, asesino y corrupto!”. El pueblo español, informado y solidario, no tuvo reparo en señalar sus vínculos con el narcotráfico, su papel en el fraude electoral de 2006 y las consecuencias nefastas de su gobierno: más violencia, más miseria, más desigualdad.

La historia no lo absolverá, y tampoco a su cómplice silencioso: Enrique Peña Nieto. El expresidente priísta, hoy también refugiado en España, permitió la continuidad de los contratos corruptos de García Luna durante su sexenio. Más de la mitad del monto total de los actos ilícitos juzgados en Estados Unidos se ejecutaron entre 2012 y 2018. Peña Nieto, bajo la figura decorativa de presidente, facilitó la operación de redes delictivas en áreas clave como seguridad pública, reclusorios y centros de inteligencia, en complicidad con personajes como Miguel Ángel Osorio Chong, su secretario de Gobernación.

Es necesario señalar que, aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador ha optado por una postura de respeto institucional hacia su antecesor priísta, e incluso lo calificó como “demócrata”, el juicio popular y judicial avanza inexorable. No se puede tapar el sol con un dedo: el sexenio de Peña Nieto fue uno de los más corruptos en la historia reciente de México, y la justicia tarde o temprano tocará a sus puertas.

El caso García Luna representa, además, una confirmación de la política de seguridad fallida del periodo neoliberal. Aquella “guerra contra el narco” fue, en realidad, una estrategia para militarizar al país, justificar la represión y beneficiar a cárteles aliados del poder. Hoy se sabe que mientras se perseguía a unos, se protegía a otros. Mientras se simulaba combatir la violencia, se multiplicaban los contratos oscuros, las comisiones millonarias y las redes de protección al crimen organizado.

Frente a este panorama, la Cuarta Transformación reafirma su razón de ser. Los gobiernos de Calderón y Peña Nieto son la muestra más clara de lo que significa la alianza PRI-PAN: impunidad, corrupción y violencia. No es casual que figuras como Xóchitl Gálvez, quien pretende vestirse de “ciudadana independiente”, se cobijen bajo estas estructuras. Su discurso es heredero directo de esa política podrida. Su apoyo a figuras como Zavala o a proyectos como el “México Libre” demuestra que su verdadera vocación no es servir al pueblo, sino mantener privilegios y restaurar el viejo régimen.

El pueblo mexicano debe tener memoria. La justicia en Estados Unidos avanza más rápido que la nacional, pero el mensaje es claro: quien traiciona a la patria, tarde o temprano cae. García Luna ha sido sentenciado, pero el juicio contra el calderonismo y el peñismo apenas comienza. Y en ese juicio, los ciudadanos tenemos un papel fundamental: no permitir el regreso de quienes sumieron al país en la oscuridad.

Hoy más que nunca, la defensa de la Cuarta Transformación debe ser firme, crítica y comprometida. No se trata de idealizar, sino de reconocer que solo con un cambio profundo, liderado por el pueblo y sus representantes legítimos, es posible construir un México justo, libre y soberano. La historia ya comenzó a escribir sus veredictos. Que no se nos olvide: Calderón y Peña fueron cómplices de la traición. Y eso no se perdona ni se olvida.