Romper cadenas, no pactar sumisiones

Claudia Sheinbaum ha comenzado a transitar un camino imprescindible para México: el de la autonomía estratégica. Durante décadas, gobiernos neoliberales entregaron el destino económico del país al arbitrio del vecino del norte, en una relación de subordinación que disfrazaron de “buena vecindad”. Hoy, la presidenta marca un parteaguas al reconocer los impactos negativos de esa dependencia —acelerada por los berrinches proteccionistas del esquizofrénico Donald Trump— y plantea, con seriedad, la diversificación económica como una prioridad nacional.

Desde su regreso al escenario político, Trump no ha dejado de lanzar palos de ciego. Con una conducta errática que bordea la paranoia, ha retomado su agenda de aranceles, amenazas migratorias y chantajes comerciales. México, por supuesto, no ha sido la excepción. El clima de incertidumbre generado por sus anuncios y medidas ha afectado cadenas productivas binacionales, inversiones y expectativas de crecimiento. Claudia Sheinbaum, en una mañanera reciente, lo dijo con claridad: este ambiente de tensión ha tenido impactos reales en la economía mexicana.

Sin embargo, la diferencia sustantiva es que hoy el gobierno no se queda de brazos cruzados. Bajo el liderazgo de Sheinbaum, el Plan México busca contrarrestar los efectos de esta volatilidad. Se trata de una estrategia integral para fortalecer sectores clave, incentivar la construcción pública y privada, y apuntalar el consumo interno como escudo frente a las turbulencias externas. Es, en esencia, una respuesta soberana a un contexto hostil.

Más allá de las medidas de contención, Sheinbaum tocó un punto medular: la urgencia de “buscar otros mercados”. Esta frase, dicha sin estridencia pero con visión, representa una verdadera ruptura con la lógica de sumisión al mercado estadounidense. Diversificar no es un lujo ni una pose ideológica: es una necesidad histórica. Más del 80% de nuestras exportaciones se dirigen a EE.UU., lo que nos coloca en una situación de vulnerabilidad extrema. Cualquier sacudida política, cualquier bravuconada trumpista, nos afecta como país.

Es aquí donde cobra sentido volver la vista hacia los BRICS. Este bloque, que agrupa a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica —y que se ha expandido recientemente— representa un mercado de más de 3 mil 500 millones de personas, es decir, diez veces más grande que el estadounidense. Es un espacio en construcción, sí, pero lleno de oportunidades para una economía como la mexicana, con capacidad exportadora, talento humano y recursos estratégicos. Replantear nuestra relación con estos países no es una afrenta a nadie; es simplemente actuar con visión, como ya lo hace buena parte del mundo.

Es hora de romper el ombligo económico que nos ata a EE.UU., un cordón umbilical convertido en cadena. La cercanía geográfica no debe ser sinónimo de sometimiento. La amistad bilateral no puede seguir justificando la humillación permanente. ¿Cuántas veces más debemos ver a un presidente estadounidense usar a México como su chivo expiatorio electoral? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que una potencia extranjera condicione nuestro desarrollo, nos amenace con muros, aranceles y redadas?

El ejemplo de China debería inspirarnos. Ese país, con todas sus complejidades, ha logrado convertirse en una potencia comercial global sin depender de la voluntad de Washington. Ha construido alianzas, abierto mercados y fortalecido su economía nacional. México, con un gobierno progresista y una visión clara como la que encabeza Claudia Sheinbaum, también puede hacerlo. No será fácil ni inmediato. Pero lo importante es empezar. Lo fundamental es que ya se trazó el rumbo.

El viejo modelo de dependencia no da para más. Fue impuesto durante el periodo neoliberal por tecnócratas serviles que vendieron la soberanía por un puñado de tratados comerciales mal negociados. Hoy, esos mismos personajes —que ahora se agrupan en la oposición— claman por “no confrontar al vecino”, como si dignidad y sumisión fueran sinónimos. Xóchitl Gálvez, por ejemplo, ha sostenido posturas blandas y acomodaticias frente a Trump, en una lógica de entrega que recuerda los peores tiempos del PRI y del PAN.

Frente a esa tradición de claudicación, Sheinbaum se planta con serenidad pero con firmeza. No busca el enfrentamiento gratuito, pero tampoco la humillación continua. Reconoce los retos, los impactos, las pérdidas posibles, pero propone soluciones desde México, para México. Se habla ya de la activación de la construcción pública y privada como motor interno, del fortalecimiento del mercado nacional, de la apertura de nuevas rutas comerciales. Todo ello es parte de un nuevo paradigma que apuesta por la soberanía productiva.

Los datos que se conocerán en los próximos meses, correspondientes a abril y mayo, permitirán dimensionar con más claridad los impactos de la política exterior estadounidense. Pero lo importante es que ya se están tomando medidas. México no se quedará paralizado ni esperará a que Trump vuelva al poder para volver a ser víctima de su desequilibrio. Con Claudia Sheinbaum, el país tiene una estrategia, una dirección, y sobre todo, una convicción: no más relaciones tóxicas con quienes nos desprecian.

Y mientras tanto, en Florida, surge una noticia que resulta emblemática por su crudeza: el “Alcatraz de los caimanes”, un centro de detención para migrantes, ya comienza a operar. La imagen no podría ser más elocuente. Un campo de concentración moderno, impulsado por un gobierno lleno de funcionarios con apellido extranjero, descendientes de inmigrantes, pero que hoy persiguen a quienes buscan en EE.UU. una oportunidad de vida. Trump, Vance, Rubio, Hegseth, Noem, DeSantis… todos hijos o nietos de migrantes, todos ahora verdugos del nuevo migrante.

Ahí están las celdas, listas para los enemigos de la humanidad. Pero más allá de la metáfora, lo que está claro es que la política migratoria de Trump —y la de quienes lo rodean— no es solo inhumana, sino hipócrita y profundamente racista. México no puede seguir siendo cómplice, ni rehén, ni comparsa de esta farsa.

La única salida digna y realista es construir otro destino. Uno donde la soberanía no se negocie y donde la dignidad no se arrodille. Claudia Sheinbaum ya lo entendió. Ahora nos toca como país acompañarla en esa tarea. Porque el tiempo del sometimiento ha terminado. Y porque ningún país libre puede seguir viviendo al capricho de un loco con poder.