Rescatar el voto, rescatar la democracia

En la historia de México, cada generación ha tenido su gran reto político. El nuestro, sin duda, es acabar con los resabios de un sistema electoral heredado del neoliberalismo, que disfrazaba de equilibrio lo que en realidad era una trampa bien aceitada para mantener a las élites en el poder. Hoy, en pleno proceso de transformación nacional, se abre la oportunidad histórica de construir un régimen electoral verdaderamente democrático, donde la voluntad del pueblo no solo sea escuchada, sino plenamente respetada.

La lista de quienes participarán en este proceso refleja, como todo en política, contrastes. Es natural: en cualquier discusión profunda sobre las reglas del juego habrá visiones distintas. Pero lo importante es que en la mesa se sientan figuras de probada lealtad a la democracia y a la Cuarta Transformación, como Rosa Icela Rodríguez y Pablo Gómez, quienes han demostrado que el servicio público es para defender al pueblo, no a los intereses de las cúpulas.

A diferencia del pasado, cuando las reformas electorales se cocinaban en lo oscurito para beneficiar a los mismos de siempre, esta vez el centro del debate es claro: darle al voto el valor real que tiene, como expresión libre y consciente de la ciudadanía. En tiempos neoliberales, el sufragio fue prostituido, convertido en mercancía barata en un mercado donde se compraban y vendían conciencias. El resultado fue la llegada al poder de políticos profesionales —no de luchadores sociales— que, sin ideología, se movían como veletas, defendiendo intereses ajenos al pueblo, incluso pactando con el crimen o cerrando los ojos ante injusticias sociales.

Romper con ese modelo es un acto de valentía. El sistema actual fue diseñado para simular equilibrios entre fuerzas políticas, pero en realidad para bloquear las mayorías ciudadanas y mantener a raya cualquier transformación profunda. Cambiarlo implica hilar fino, sin permitir que la mano burda de los viejos operadores políticos intente colar de nuevo mecanismos de control disfrazados de democracia.

La buena noticia es que hoy existe la voluntad de hacerlo. El país ya no es el mismo que gobernaban los partidos del viejo régimen; la sociedad está más informada, más consciente, más exigente. El voto, cuando es libre, refleja esa nueva conciencia, y por eso los trabajos hacia un nuevo régimen electoral deben blindar su valor. No se trata de apresurarse, sino de construir una base sólida, sin trampas ni “acuerdos” que sirvan para chantajear o manipular resultados.

Pero la democracia no solo se defiende en las leyes. También se defiende en la vida diaria, en el respeto a las libertades individuales. Por eso resulta injusto el linchamiento mediático contra Andrés Manuel López Beltrán. Pretender que un hijo sea una copia exacta de su padre es negar la individualidad y los derechos de cualquier persona. Que el secretario de Organización de Morena enfrente ataques por no “parecerse” al presidente revela, una vez más, el doble estándar de quienes dicen defender libertades, pero solo cuando convienen a su causa.

Hoy México tiene la oportunidad de reconciliar el ejercicio del poder con la voluntad popular. Eso significa rescatar el voto del mercado negro político y devolverlo a donde siempre debió estar: en manos del pueblo, libre y soberano. La Cuarta Transformación ha demostrado que es posible cambiar las reglas para que las mayorías decidan, y esta reforma electoral será una pieza clave para consolidar ese camino.

Si logramos que cada voto cuente, que cada decisión ciudadana se respete y que ningún poder fáctico vuelva a torcer la voluntad popular, habremos dado un paso gigantesco hacia la democracia real que México merece. Porque rescatar el voto es, en el fondo, rescatar el futuro.