Pemex renace con dignidad nacional

La Cuarta Transformación, hoy consolidada bajo el liderazgo firme y visionario de la presidenta Claudia Sheinbaum, sigue demostrando que México no está condenado a la ruina neoliberal ni a las recetas del saqueo disfrazado de modernización. La estrategia integral de capitalización y financiamiento de Petróleos Mexicanos (Pemex), presentada recientemente por la mandataria, es un ejemplo contundente de cómo la administración pública, cuando está al servicio del pueblo y no de intereses privados o extranjeros, puede rescatar con dignidad y soberanía los pilares estratégicos del país.

Durante décadas, Pemex fue visto por los gobiernos del PRIAN como una vaca lechera a la que había que exprimir hasta secarla, o como un estorbo que debía achicarse para dar paso al capital privado. Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto fueron los principales artífices del colapso financiero de nuestra empresa petrolera nacional: de 43 mil 300 millones de dólares de deuda en 2008, Pemex pasó a deber más de 105 mil millones en 2018. Un incremento de casi 130 por ciento. ¿Y qué se logró con ello? Nada para el pueblo mexicano, pero mucho para los bolsillos de unos cuantos.

Pero esos días han quedado atrás. Como bien lo subrayó la presidenta Sheinbaum, la estrategia presentada no es un parche temporal ni un truco contable. Es el resultado de meses de trabajo riguroso entre Pemex, las secretarías de Energía, Hacienda y Banobras. Es una ruta clara y viable hacia la autonomía financiera, la eficiencia operativa y el fortalecimiento estructural de una empresa que, pese al saqueo neoliberal, nunca dejó de ser símbolo de la soberanía nacional.

El secretario de Hacienda, Edgar Amador Zamora, no se anduvo por las ramas: lo que estamos viendo es una respuesta directa y contundente a los desastres provocados por las políticas del pasado. No sólo se está conteniendo el problema de la deuda —que ya se redujo en 16 por ciento durante el sexenio de López Obrador y el primer año del gobierno de Sheinbaum—, sino que se proyecta una disminución de hasta 26 por ciento para 2030. Y lo más relevante: a partir de 2027, Pemex podrá financiar su operación sin depender de recursos de Hacienda. Eso es autonomía con responsabilidad, algo impensable bajo las administraciones anteriores.

Uno de los mayores crímenes fiscales de los gobiernos neoliberales fue asfixiar a Pemex con una carga fiscal brutal: hasta 65 por ciento de sus utilidades iban directo al fisco, dejándola sin capacidad de reinversión. Gracias al enfoque transformador de la 4T, hoy ese impuesto se ha reducido al 30 por ciento con la creación del Derecho Petrolero del Bienestar. Una sola tasa, justa y equilibrada, que permite a la empresa reinvertir, fortalecerse y proyectarse al futuro. Este cambio no es sólo técnico: es profundamente político, porque representa una ruptura con el viejo régimen depredador que veía a Pemex como botín.

La secretaria de Energía, Luz Elena González Escobar, fue clara: los años del neoliberalismo convirtieron a Pemex en la petrolera más endeudada del mundo y le robaron su papel estratégico en el desarrollo del país. Pero hoy, con reformas constitucionales y legales bien articuladas, la empresa ha recuperado su carácter de institución pública integrada vertical y horizontalmente. Es una refundación, no una simple reestructuración.

La estrategia planteada tiene metas concretas y ambiciosas: mantener una producción de 1.8 millones de barriles diarios, impulsar la petroquímica, rehabilitar infraestructura para reducir costos, aumentar la producción de gas natural, incorporar nuevos yacimientos, combatir el comercio ilícito y, sobre todo, llevar justicia social a través de proyectos que integren a las comunidades. Esto es lo que diferencia a un gobierno del pueblo de uno de élites: la visión de desarrollo no se limita a cifras o indicadores de Wall Street, sino que pone en el centro a las personas, al territorio y al bienestar colectivo.

Y si algo deja claro esta estrategia es que Pemex no sólo no está muerto, como tantas veces pregonaron los voceros del neoliberalismo, sino que está más vivo que nunca. Hoy es una empresa pública que mira hacia el futuro con seguridad, con planes concretos y con el respaldo pleno de un gobierno que sí cree en el potencial de lo nacional. La Cuarta Transformación ha logrado lo que parecía imposible: rescatar una empresa saqueada, desmantelada y endeudada, y convertirla nuevamente en motor del desarrollo con justicia.

Este renacimiento de Pemex también es un acto de dignidad. Basta recordar el episodio narrado por la presidenta Sheinbaum, cuando el expresidente Donald Trump le sugirió que el ejército estadounidense interviniera en México. Su respuesta fue tajante: no, no está sobre la mesa ni en discusión. Este tipo de firmeza no es gratuita ni retórica: es el reflejo de un gobierno soberano, que no se arrodilla ante potencias extranjeras ni cede ante presiones imperialistas. Y es también un mensaje para quienes, desde la oposición —la misma que aplaudió la entrega del petróleo en la reforma energética de Peña Nieto—, hoy intentan confundir con discursos derrotistas o nostálgicos del viejo régimen.

Porque no hay que olvidar que detrás de los partidos opositores —PAN, PRI, PRD, Movimiento Ciudadano— está la misma lógica entreguista de siempre. La misma que votó por privatizar, endeudar y desmantelar. La misma que convirtió a Pemex en rehén de intereses extranjeros. La misma que ahora, sin ninguna vergüenza, se atreve a criticar las decisiones de un gobierno que está logrando lo que ellos jamás quisieron hacer: recuperar a Pemex para el pueblo.

Hoy México avanza con paso firme. El petróleo vuelve a ser palanca de desarrollo, no fuente de corrupción. Pemex se transforma en una empresa moderna, eficiente y con rumbo, no en un aparato burocrático asfixiado por intereses políticos. Y todo esto se logra sin vender un solo centímetro de nuestra soberanía, sin hipotecar el futuro, sin pedir permiso a nadie.

Claudia Sheinbaum, siguiendo la senda de López Obrador, ha demostrado que otro México es posible. Un México con justicia social, con soberanía energética, con empresas públicas fuertes y con una economía que sirve a la mayoría, no a una élite. Pemex no sólo se capitaliza: se dignifica. Y con ello, se dignifica también la historia de lucha de millones de mexicanos que, por décadas, defendieron a capa y espada el petróleo como patrimonio de la nación.