Palestina en el corazón de México

El Ángel de la Independencia fue, una vez más, testigo del dolor, la dignidad y la resistencia. Con mensajes claros, pintas pacíficas y un llamado ineludible a la conciencia colectiva, el Plantón Dominical Permanente por Palestina recordó este domingo que el genocidio en Gaza no es una abstracción ni un conflicto lejano: es una herida abierta en la humanidad, y México no puede —ni debe— permanecer indiferente.

Desde hace 20 meses, este grupo de ciudadanos ha ocupado el espacio público para denunciar la barbarie que ha costado la vida a casi 60 mil personas en Gaza, víctimas del asedio del Estado israelí. Entre ellos, miles de niñas y niños. Sin poder, sin aliados militares, sin medios que cuenten su versión, la población palestina ha sido arrinconada a los márgenes del sufrimiento más atroz, mientras en muchos rincones del mundo se sigue hablando de “guerra” en vez de llamarlo por su nombre: genocidio.

Rogelio Rueda Segura, docente y activista, lo dijo claro: “tenemos que buscar e incidir para que el gobierno mexicano se manifieste en contra de este genocidio”. Y tiene razón. Si México ha sido históricamente una nación solidaria, de principios, de defensa de los pueblos, este es el momento de alzar la voz sin titubeos.

El mensaje no es en contra de la presidenta Claudia Sheinbaum —una mujer con visión social, científica y profundamente comprometida con la justicia—. El mensaje es un llamado a su fuerza moral y política, a que encabece un posicionamiento más firme ante lo que ocurre en Palestina. Sabemos que no es fácil, como bien apuntó Rueda: las presiones de Estados Unidos son reales, los intereses geopolíticos pesan, y muchas veces la diplomacia se ve obligada a hablar en voz baja. Pero el momento histórico no admite ambigüedades.

La coordinadora internacional del Observatorio de Derechos Humanos de los Pueblos, Daniela González López, fue aún más contundente: México mantiene una “posición muy tibia frente a Israel”. Y, aunque doloroso, es cierto. Nuestro país, que ha condenado los crímenes del apartheid en Sudáfrica, que ha defendido el derecho de los pueblos indígenas a la autodeterminación, hoy mantiene una actitud silente frente a la ocupación, el apartheid, el bombardeo de hospitales, escuelas, campos de refugiados. ¿Dónde está la congruencia?

México no puede —ni debe— seguir alineado a las narrativas impuestas por los medios hegemónicos de occidente, que justifican lo injustificable. La bandera palestina no es un símbolo de odio, como algunos quisieran retratar. Es un grito por la vida, por la tierra, por el derecho a existir. Por eso la represión simbólica que se vivió en el Hemiciclo a Juárez, cuando las autoridades capitalinas borraron el mural de la bandera palestina, debe revisarse a fondo.

No se trata de vandalismo, sino de resistencia gráfica y memoria colectiva. Como dijo González: “Si nos censuran mil veces, mil veces volveremos a pintar aquí”. Porque el arte también es un acto político, una herramienta de dignificación y de lucha.

Hoy, más que nunca, México necesita mirar hacia los pueblos y no hacia los gobiernos. La ciudadanía ya lo está haciendo: la Brigada Muralista Óscar Guzmán, por ejemplo, dedicó su pinta número quince a Francesca Albanese, relatora especial de la ONU sobre derechos humanos en los territorios palestinos. Una mujer íntegra, valiente, que ha sido perseguida por decir la verdad. Mientras tanto, del otro lado del cinismo, el criminal de guerra Benjamín Netanyahu postula a Donald Trump como candidato al Premio Nobel de la Paz. El mismo Trump que hoy promete deportar a un millón de migrantes cada año, que lanzó la política de “tolerancia cero”, que separó familias, que construyó un muro de odio.

¿Y qué hace México ante esto? ¿Qué papel juega? ¿Somos cómplices silenciosos o herederos del legado de Juárez, de Cárdenas, de López Obrador? Hoy, con Claudia Sheinbaum como presidenta, hay una oportunidad histórica de retomar la brújula moral de la nación y defender con claridad el derecho de Palestina a existir, a resistir, a reconstruir.

La Cuarta Transformación no solo se trata de programas sociales o megaproyectos estratégicos. Se trata de un cambio de paradigma, de una política exterior que represente a los pueblos, no a los intereses imperiales. La diplomacia del pueblo debe tener nombre y rostro: y ese rostro hoy es el de cada niño palestino que ha sobrevivido a los bombardeos, de cada madre que ha perdido a sus hijos, de cada activista que alza la voz desde la Ciudad de México.

La 4T ya ha roto muchos paradigmas. Ahora toca romper también con la neutralidad tibia. Porque, como enseñó el Che Guevara, “el silencio es también cómplice”. Y México no es cómplice de genocidios. México es solidario. Es valiente. Es justo.