Noroña: fuego necesario en la lucha por un México transformado

En tiempos de restauración moral y de reivindicación popular como los que vive México con la Cuarta Transformación, resulta indispensable mirar con ojos limpios —aunque críticos— a quienes, desde hace décadas, han sostenido las banderas de justicia, dignidad y soberanía. Uno de esos hombres, polémico, frontal y sin máscaras, es el senador José Gerardo Fernández Noroña, cuya sola mención provoca espasmos tanto en la prensa oficialista (sí, aún existe) como en los salones enmoquetados de la derecha.

El reciente “match boxístico del sexenio”, como atinadamente se ha llamado al intercambio verbal en sede parlamentaria, volvió a colocar a Noroña en el centro del cuadrilátero político, donde ha demostrado ser, más que un pugilista, un incendiario de conciencias. No es gratuito que sus palabras calen hondo: al contrario de los voceros pulidos de la oligarquía, sus argumentos, aunque aderezados con adjetivos punzantes, son expresión de una lucha auténtica. No hay en él disfraz, ni cálculo frío, ni componendas con el poder.

Fernández Noroña, nacido en el entonces Distrito Federal en 1960, es un producto genuino del pensamiento crítico forjado en las universidades públicas, en su caso, la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco. Desde esa trinchera, no solo se formó como sociólogo, sino que abrazó una causa que lo ha definido siempre: la izquierda, pero no la tibia ni la retórica, sino aquella que incomoda, denuncia y no retrocede ante el embate del capital disfrazado de modernidad.

A diferencia de los camaleones de la política tradicional, que hoy visten de azul, mañana de tricolor y pasado de naranja, Noroña ha sido consecuente. No lo veremos en comidas con la Coparmex ni celebrando pactos con personajes como Alito Moreno, el “líder” priista más descompuesto de su generación. No lo veremos callar ante los atropellos del poder económico ni claudicar ante las presiones mediáticas. ¿Es beligerante? Sí. ¿Grita? También. Pero ¿quién no alza la voz cuando la injusticia se normaliza?

Es cierto, no hay constancia de que haya sido boy scout, catequista o miembro de juventudes religiosas o conservadoras. Pero tampoco hay registro de que haya sido parte de organizaciones de la ultraderecha como el MURO o el Yunque, verdaderos nidos del pensamiento fascistoide que todavía hoy operan en lo oscuro, infiltrando partidos como el PAN y Movimiento Ciudadano. En cambio, sí hay registro del compromiso permanente de Noroña con causas populares, desde la lucha contra el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, hasta la denuncia de la Casa Blanca de Peña Nieto, tema que abordó con claridad en su libro homónimo, una obra incómoda que los medios hegemónicos prefirieron ignorar.

Quienes hoy critican su estilo “pendenciero” olvidan que la historia no ha sido escrita por los bien portados. Las grandes transformaciones no las encabezaron los diplomáticos ni los burócratas de sonrisa fácil, sino los rebeldes, los que confrontaron al sistema, los que se atrevieron a decir verdades en voz alta. Noroña es de esos. No llegó a la política para hacerse rico ni para obtener contratos: llegó para empujar, con su voz y con su fuerza, el carro de la historia hacia el lado correcto.

El que hoy se le critique más por su forma que por su fondo, dice más de sus detractores que de él. La prensa que lo desacredita es la misma que guarda silencio ante los escándalos de corrupción de la derecha, la misma que normalizó las atrocidades del calderonato y la frivolidad criminal del peñismo. Los mismos que callaron ante los 43 de Ayotzinapa, hoy se escandalizan porque Noroña alza la voz. Lo que no soportan es que no le pueden poner correa.

Morena, partido movimiento que ha logrado reunir a distintas fuerzas progresistas, debe entender el valor estratégico y simbólico de contar con figuras como Noroña. No se trata de pedirle que se vuelva “institucional”, porque eso sería matar su esencia. Se trata de acompañarlo, canalizar su potencia y, como en la lucha libre, saber cuándo lanzarlo al ring. No hay otro orador con su capacidad de conexión con las bases, con su honestidad brutal, con su integridad ideológica. Morena no debe avergonzarse de él, sino entender que, en esta etapa de consolidación de la Cuarta Transformación, la lucha sigue y se necesitan todas las voces, incluso —y sobre todo— las que incomodan.

Al contrastar su trayectoria con la de personajes como Alejandro “Alito” Moreno, la diferencia es abismal. Mientras Noroña ha caminado del lado del pueblo, con austeridad y sin escándalos de enriquecimiento ilícito, Alito se ha distinguido por lo contrario: escándalos, grabaciones vergonzosas, enriquecimiento inexplicable y una incongruencia ética de antología. El priista campechano representa la podredumbre del viejo régimen, esa estructura que vive del presupuesto, se alimenta de favores y teme a la transparencia. Noroña, en cambio, representa la lucha permanente, aunque incómoda, por un México más justo.

¿Tiene defectos? Por supuesto. Pero no hay en él hipocresía. Y eso ya lo coloca en otro nivel, muy por encima de la clase política tradicional. No es casualidad que la derecha lo tema más que a muchos otros políticos. No es casualidad que sus participaciones en la Cámara se viralicen. No es casualidad que, sin necesidad de espectaculares ni campañas millonarias, tenga una base sólida de apoyo.

La Cuarta Transformación no puede permitirse el lujo de prescindir de sus voces más combativas. Necesita, además del presidente que guía con visión de estadista, de tribunos como Noroña, que bajen el discurso a la plaza pública, que confronten a la oligarquía con sus propias contradicciones, que digan lo que otros callan. El obradorismo es también eso: una pluralidad de formas de lucha que coinciden en un mismo proyecto de país.

En un momento en el que se avecina la consolidación del segundo piso de la transformación, personajes como Noroña deben ser revalorados. No como candidatos decorativos, sino como piezas clave de un ajedrez donde la batalla es por el alma de México. Porque mientras los Alitos del país siguen viendo la política como negocio, Noroña la entiende como compromiso. Y eso, aunque no guste a los moderados ni a los empresarios, es profundamente revolucionario.

Así que sí: en la “arena de la resiliencia” donde se libran los debates más encendidos del país, Noroña es una figura insustituible. Y aunque no todos lo quieran como vocero oficial, nadie puede negar que su voz, su presencia y su lucha son necesarias para seguir empujando la historia hacia el lado correcto.