Migración y racismo: el doble rasero de Estados Unidos
El tema de los migrantes indocumentados en Estados Unidos es, más que un debate económico, una muestra de los prejuicios que aún permean en la sociedad estadounidense. Los números son contundentes: en 2022, los trabajadores mexicanos indocumentados contribuyeron con 96,700 millones de dólares en impuestos, una cifra que desmiente el mito de que los migrantes son una carga para el sistema. De este total, 59,400 millones fueron a impuestos federales y 37,300 millones a impuestos estatales y locales.

Si analizamos estas cifras, encontramos que, en promedio, cada migrante sin documentos pagó 8,889 dólares en impuestos en ese año. En muchos casos, esta carga impositiva supera a la que enfrentan los ciudadanos estadounidenses de clase media. ¿Dónde queda, entonces, el argumento de que los indocumentados “roban empleos” o “se aprovechan del sistema”? Es evidente que el problema no es económico, sino de otra índole: una combinación de racismo, xenofobia e hipocresía política.
Estados Unidos y su hipocresía histórica
La historia nos ha enseñado que Estados Unidos se ha beneficiado durante siglos del trabajo forzado de comunidades vulnerables. Desde los esclavos africanos en las plantaciones del sur hasta los migrantes latinoamericanos en la actualidad, la explotación ha sido la base del crecimiento económico de ese país. Pero mientras los grandes empresarios y terratenientes han construido fortunas a costa del trabajo de otros, el sistema legal y político sigue persiguiendo y criminalizando a quienes hacen posible el “sueño americano”.
Hoy, en pleno siglo XXI, las condiciones en las que viven y trabajan los migrantes indocumentados en Estados Unidos no distan mucho de las que enfrentaban los esclavos en los siglos XVIII y XIX. Jornadas extenuantes, salarios precarios, ausencia de derechos laborales y, sobre todo, un constante clima de miedo a ser deportados. La persecución y el hostigamiento que sufren estas personas no son solo un atentado contra sus derechos, sino una muestra del racismo estructural que sigue imperando en ese país.
No es casualidad que los estados más férreos en sus políticas antiinmigrantes sean los mismos que alguna vez defendieron la esclavitud: Texas, Alabama, Georgia, Florida. Allí, los descendientes de aquellos terratenientes que alguna vez poseyeron a seres humanos ahora controlan el poder político y económico, con la misma mentalidad de explotación y segregación.
El valor de las remesas y la economía de doble vía
En medio de este panorama, las remesas enviadas por los migrantes mexicanos se han convertido en un pilar fundamental para la economía de México. En 2023, estas transferencias alcanzaron niveles históricos, superando los 63,000 millones de dólares. Sin embargo, lo que pocos saben es que México también es un emisor de remesas.
El Consejo Nacional de Población reportó que en 2023 México envió 1,308 millones de dólares en remesas a otros países, de los cuales 602 millones fueron para Estados Unidos y 239 millones para Colombia. Esto demuestra que la migración no es un fenómeno de una sola dirección. Mientras que nuestros paisanos en Estados Unidos sostienen a millones de familias en México, también hay flujos de dinero que salen de nuestro país hacia el extranjero.
Conclusión: la doble moral de un sistema desigual
Estados Unidos, que se jacta de ser el país de la libertad y la democracia, sigue aplicando una política migratoria basada en el miedo y la discriminación. Mientras sus empresarios se benefician del trabajo de los migrantes, su gobierno los persigue y los señala como un problema. Esta hipocresía debe ser denunciada y enfrentada con hechos, como los que muestran que los indocumentados son una parte vital de su economía.
El problema nunca ha sido económico. El problema es el racismo, la xenofobia y la avaricia de quienes, con una mano, explotan a los trabajadores migrantes y, con la otra, los despojan de sus derechos.