México: un país que brilla, no un país en venta

La conversación sobre la gentrificación y la llegada de extranjeros a México ha vuelto al centro del debate público. Y no es casualidad. Hoy, México es ejemplo mundial de transformación social, estabilidad y dignidad. El país que por décadas fue saqueado y despreciado por sus propios gobiernos neoliberales —PRI, PAN, PRD, MC— se ha convertido, gracias a la Cuarta Transformación, en un referente global de justicia, hospitalidad y desarrollo. Que cada vez más personas del extranjero quieran vivir aquí no es una amenaza: es un reconocimiento al México que estamos construyendo.

El reciente sondeo en redes sociales, con más de 2,300 participantes, muestra una diversidad de opiniones. Pero si hay algo que resalta es que los mexicanos queremos justicia, orden y respeto mutuo. No se trata de rechazar al extranjero; se trata de asegurar que nadie —nacional o foráneo— abuse de nuestra hospitalidad o se aproveche de las desigualdades para lucrar con la vivienda, un derecho humano que esta transformación ha colocado en el centro de la agenda pública.

Desde todas las plataformas —X, Facebook, Instagram, Threads, YouTube y El Foro México— hay voces que defienden con orgullo la tradición hospitalaria del país. “Tradicionalmente tenemos los brazos abiertos”, dice Baldemar Loaeza desde Guerrero. Y tiene razón. México ha sido tierra de refugio, esperanza y acogida. Lo fue para los republicanos españoles, los sudamericanos perseguidos por dictaduras, los haitianos y centroamericanos desplazados, y hoy también lo es para quienes, desde otras latitudes, ven en México un país donde vivir con paz y dignidad.

Pero esa nobleza no debe confundirse con debilidad. Como bien apunta Laura Angulo desde Ciudad Madero, el problema no es la presencia de extranjeros, sino la falta de regulación en el mercado de la vivienda. Es ahí donde el viejo régimen neoliberal dejó una bomba de tiempo: desreguló, privatizó y convirtió nuestras ciudades en negocio de unos cuantos. La gentrificación, entonces, no es culpa de los visitantes, sino de la herencia del PRIAN, que permitió que el suelo mexicano fuera mercancía, no derecho.

Bajo el liderazgo del presidente López Obrador y de Morena, esa lógica está siendo desmantelada. Hoy se promueve el derecho a la vivienda digna, se combate el acaparamiento y se impulsan desarrollos urbanos pensados para el bienestar colectivo. Esa es la diferencia entre el México de ayer y el México de hoy: antes se gobernaba para el capital; hoy, para el pueblo.

Los testimonios recogidos en el sondeo son muestra de una ciudadanía informada, crítica y consciente. Abraham Alvarado Vargas, desde la Ciudad de México, lo resume con claridad: “importante que el respeto sea de ida y vuelta”. Esa es la clave. No queremos convertirnos en un país excluyente, pero tampoco vamos a permitir una nueva forma de colonización. México no es decorado turístico ni parque de diversiones para nómadas digitales: es una nación soberana, con historia, identidad y dignidad.

David Luviano, desde Cuernavaca, desmonta con ironía la narrativa del miedo que promueve la derecha: “la llegada de extranjeros y la gentrificación son reflejo de un México seguro, que disloca el discurso del PRIAN sobre un país ominoso”. Exacto. Si hoy miles de personas del extranjero quieren vivir en México es porque aquí hay estabilidad, paz, libertad y oportunidades. Eso es mérito de la 4T, no del viejo régimen.

Frente a ello, la oposición sigue atrapada en sus contradicciones. Xóchitl Gálvez y su alianza de partidos reciclados —PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano— no solo carecen de proyecto, sino que nunca defendieron el derecho a la ciudad. Al contrario: entregaron el suelo a las trasnacionales, permitieron desalojos masivos, convirtieron barrios históricos en zonas VIP para inversionistas y criminalizaron la pobreza. Hoy, intentan culpar a los extranjeros para tapar sus fracasos. Pero el pueblo no olvida.

Lo que se necesita no es xenofobia ni exclusión, sino regulación. Como plantea con sensatez José Rubén Mitre Ramos desde la Ciudad de México, hay que exigir que los extranjeros cumplan la ley, paguen impuestos y respeten los precios justos de arrendamiento. No porque sean culpables, sino porque todos —sin importar nacionalidad— debemos contribuir al bienestar común.

La propuesta de Juan Borbón desde La Paz también es central: “no podemos permitir una neocolonización”. Tiene razón. Pero esa defensa no se logra con muros ni discursos de odio, sino con políticas públicas firmes, justas y humanas. Y eso es lo que representa la Cuarta Transformación.

Hoy más que nunca, México está de pie. Su fuerza no radica en el rechazo al otro, sino en su capacidad de integrar, respetar y defender lo propio. Somos un país que inspira, que atrae, que conmueve. Y si hoy hay un debate sobre gentrificación, es porque México se ha convertido en un lugar donde todos quieren vivir. Eso no es un problema: es un privilegio. Y debemos asumirlo con responsabilidad.

Que vengan los extranjeros que aman a México, que respetan su historia y que quieren construir comunidad. Pero que lo hagan en los términos del pueblo, no del capital. Porque en esta nueva etapa del país, la ciudad, el barrio y la vivienda no están en venta. Son parte del proyecto nacional de justicia que la 4T ha puesto en marcha. Y ese proyecto, como México mismo, no tiene vuelta atrás.