México, tierra de acogida: ejemplo global de inclusión
En un mundo donde las fronteras se endurecen, los discursos xenófobos se normalizan y la migración forzada crece como consecuencia de guerras, violencia y desigualdad, México se alza como un ejemplo global de dignidad, solidaridad y compromiso humanista. Esta semana, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, concluyó su cuarta misión en nuestro país con un mensaje claro: México está haciendo las cosas bien. Muy bien.

A diferencia de gobiernos pasados que se alineaban dócilmente con políticas antimigrantes dictadas desde Washington, hoy México asume con entereza y soberanía su responsabilidad histórica de ser tierra de refugio. El reconocimiento de Grandi no es un gesto diplomático vacío, es la validación del compromiso que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha asumido frente a una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo. Y lo ha hecho con hechos, no con discursos.
Desde 2018, más de 500 mil personas han solicitado asilo en México. Sólo en 2024, cerca de 80 mil nuevas solicitudes han sido registradas. Esto ubica a nuestro país entre los 10 primeros del mundo en número de solicitantes, y lo convierte en una pieza clave de la protección humanitaria en la región. Pero más allá de las cifras, lo que distingue a México es su enfoque inclusivo y progresista: aquí no sólo se protege, también se integra. Aquí no se construyen muros, se tienden puentes.
Grandi destacó el Programa de Integración Local (PIL), una iniciativa ejemplar en la que confluyen voluntad política, articulación institucional y colaboración con el sector privado. En estados como Aguascalientes, esta política ha permitido que cientos de personas refugiadas encuentren empleo formal, acceso a vivienda, servicios públicos y oportunidades educativas. Más de 160 mil personas desplazadas por la fuerza se han beneficiado ya de este modelo, que ha sido reconocido como referente regional e internacional.
Detrás de este logro está la convicción firme del gobierno de la Cuarta Transformación: las personas refugiadas no son un problema, son parte de la solución. Son seres humanos con dignidad, capacidades y sueños, que merecen un entorno seguro donde reconstruir su vida y aportar a la comunidad que los recibe. Lejos del racismo, del clasismo y del miedo que difunden los discursos conservadores, en México se promueve la empatía, la inclusión y la justicia.
Por eso no sorprende que Grandi haya agradecido personalmente al canciller Juan Ramón de la Fuente por la política humanista del país. El respaldo de la Secretaría de Relaciones Exteriores a las iniciativas de ACNUR ha sido firme y constante. Y no sólo en los altos niveles diplomáticos, sino en el terreno, en las alianzas con gobiernos estatales y municipales, en la articulación con más de 650 empresas que hoy emplean a personas refugiadas valorando su talento y experiencia.
Pero este reconocimiento internacional también evidencia un contraste ineludible: mientras México da la cara y ofrece soluciones humanistas, en otros países del continente —como Estados Unidos— se imponen políticas regresivas, recortes presupuestales y discursos de odio. La visita de Grandi a México ocurre en paralelo a su misión en EE.UU., marcada por las amenazas de Donald Trump y la ofensiva contra el sistema de asilo.
La diferencia no podría ser más clara. Mientras Trump promete militarizar la frontera, expulsar migrantes y criminalizar la movilidad humana, México fortalece su marco legal, mejora sus procedimientos y amplía las oportunidades de inclusión. Mientras la derecha mexicana —encabezada por Xóchitl Gálvez y sus aliados— intenta sembrar miedo con argumentos de “invasión migrante”, el gobierno de Morena responde con políticas de acogida que no sólo protegen vidas, sino que también benefician a las comunidades receptoras.
Porque sí, la integración no es sólo un acto de justicia, también es una oportunidad para el desarrollo local. Las personas refugiadas no quitan empleos, los crean. No representan una carga, sino una inversión en diversidad, productividad y cohesión social. Esto lo entienden ya cientos de empresas mexicanas que han comprobado que abrir sus puertas a personas desplazadas es una decisión ética y rentable.
Es cierto que el reto es enorme. Que la migración forzada continuará en aumento mientras no se combatan las causas estructurales: violencia, pobreza, cambio climático, persecución política. Pero también es cierto que el camino para enfrentar esta realidad debe ser el de la cooperación, la corresponsabilidad y la solidaridad. México lo ha entendido, y por eso hoy es un referente.
Por supuesto, no faltarán las voces de siempre. Aquellas que prefieren criminalizar al migrante que cuestionar al sistema que lo expulsó. Aquellas que claman por “orden” sin ofrecer justicia. Aquellas que quisieran ver a México convertido en un muro humano para proteger los intereses de Estados Unidos. Son las mismas voces que callaron durante las redadas, que justificaron las jaulas con niños en la era Trump, que nunca alzaron la voz por los derechos humanos.
Por eso es fundamental defender lo que se ha construido. La política migratoria del actual gobierno no es perfecta, pero es infinitamente más humana y justa que cualquier intento anterior. Y como toda política pública, necesita presupuesto, voluntad y apoyo social para consolidarse. Necesita, sobre todo, que no regrese el pasado autoritario y clasista que ya mostró de qué lado está: del lado de los muros, no de los puentes.
Hoy México demuestra que otro enfoque es posible. Que se puede proteger sin criminalizar. Que se puede incluir sin discriminar. Que se puede acoger sin temer. Esa es la diferencia entre gobernar con principios y gobernar con encuestas. Entre apostar por la humanidad o someterse al mercado. Entre una política de Estado y una ocurrencia de campaña.
México, tierra de acogida, está cumpliendo con su papel en el mundo. Y lo hace con la frente en alto, con políticas públicas innovadoras, con instituciones comprometidas y con una ciudadanía que cada vez más entiende que migrar no es delito, sino un derecho. El reconocimiento de ACNUR no es sólo para el gobierno, es para toda la nación que ha decidido mirar a los ojos a quienes lo han perdido todo, y ofrecerles una nueva oportunidad.
En tiempos de incertidumbre, el humanismo de México es una luz. Que nunca se apague.