México no se arrodilla ante aranceles ni amenazas

En el grotesco espectáculo que Donald Trump ha montado desde que decidió regresar a la escena política como candidato presidencial, un nuevo capítulo se ha escrito con el mismo cinismo y arrogancia de siempre. Esta vez, el protagonista —además del propio Trump— es el Poder Judicial de Estados Unidos, que por unas pocas horas se atrevió a cuestionar los abusos del exmandatario, solo para después doblegarse nuevamente ante los designios del poder económico y político. La historia, aunque parezca salida de una sátira política, es real: un tribunal federal estadounidense intentó poner freno al uso arbitrario de aranceles como arma de presión y chantaje internacional, particularmente contra México, Canadá y China. Pero el freno duró menos que un suspiro… o que un escándalo de los tantos que envuelven a Trump.

El ahora declarado culpable de 34 delitos en mayo de 2024 y hallado responsable de abuso sexual en 2023, sigue marcando la agenda de una nación que se dice defensora de la democracia y el Estado de derecho. Desde la comodidad de su púlpito electoral, Trump utiliza los aranceles como si fueran proyectiles ideológicos, lanzándolos sin ton ni son, con el pretexto de combatir el tráfico de drogas, particularmente el fentanilo, que según él, proviene de México y otras naciones “irresponsables”.

Lo irónico —y profundamente hipócrita— es que Trump y sus cómplices no hacen absolutamente nada por detener el consumo interno de drogas en su propio país. El problema, como siempre, se exporta hacia afuera, y la culpa se coloca en hombros ajenos. Pero esta vez, un panel de tres jueces del Tribunal de Comercio Internacional, con sede en Nueva York, dijo “basta” a esa narrativa. Determinaron que Trump se excedió en su autoridad al imponer aranceles de emergencia sin sustento legal ni amenaza nacional específica. Un gesto valiente… aunque efímero.

Los jueces fueron claros: los aranceles no solo no resolvían el problema del narcotráfico, sino que tampoco se justificaban bajo la legislación que permite declarar emergencias nacionales. No hay tal amenaza “inusual y extraordinaria”, como exige la ley para que un presidente active poderes especiales. Además, el argumento de que los aranceles eran una “forma de presión” sobre gobiernos extranjeros fue desechado por completo. Se trataba, dijeron, de un acto meramente punitivo, disfrazado de diplomacia coercitiva.

Pero antes de que el mundo pudiera aplaudir esta victoria judicial, el Departamento de Justicia estadounidense salió al rescate del magnate populista, impugnando el fallo con un argumento tan rancio como nacionalista: “No corresponde a jueces no elegidos decidir cómo abordar una emergencia nacional”. En otras palabras, el Ejecutivo gringo se adjudica un poder absoluto, por encima de cualquier revisión judicial, con la bandera de “restaurar la grandeza estadounidense”. ¿Les suena?

Con velocidad sospechosa, una corte federal de apelaciones anuló la decisión del tribunal y restableció los aranceles, concediendo una suspensión inmediata de la sentencia anterior. Así, el breve triunfo del Estado de derecho se esfumó entre las sombras de un poder que no tolera ser limitado. Los intereses proteccionistas y la narrativa del enemigo externo volvieron a imponerse, dejando claro que, en Estados Unidos, la justicia sigue supeditada al espectáculo político y a los intereses económicos del imperio.

Ahora bien, ¿qué implica esto para México? Una vez más, somos testigos de cómo Estados Unidos intenta utilizar su peso económico como herramienta de chantaje. Con aranceles del 25% sobre nuestras exportaciones, bajo el pretexto de combatir un problema que ellos mismos alimentan —el consumo masivo de fentanilo—, se pretende obligar a nuestro país a actuar según sus designios. Pero México ya no es el sirviente obediente de otras épocas. Bajo el gobierno de la Cuarta Transformación, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, hemos dejado claro que no aceptamos imposiciones ni presiones externas. Hemos enfrentado a Trump con dignidad y argumentos, sin someternos a sus berrinches.

Recordemos cómo, en 2019, Trump amenazó con imponer aranceles similares si México no frenaba el flujo migratorio. La respuesta del gobierno mexicano fue firme: intensificamos nuestra política migratoria en nuestros propios términos, sin aceptar la lógica del castigo económico. Hoy, ese espíritu soberano debe mantenerse más vivo que nunca. No permitiremos que se nos utilice como chivo expiatorio de una crisis que tiene raíces profundas en la sociedad estadounidense, y que su clase política se niega a reconocer.

Además, resulta doblemente insultante que estas medidas sean impulsadas por alguien con un historial penal como el de Trump. Que un criminal convicto, responsable de delitos financieros y de abuso sexual, siga dictando política internacional es una muestra clara del doble rasero moral del sistema político estadounidense. Mientras se llenan la boca hablando de democracia, en los hechos permiten que un personaje tan turbio como Trump siga utilizando los instrumentos del poder para satisfacer su egolatría y sus fines electorales.

Pero no todo es tragedia en esta historia. La decisión inicial del tribunal, aunque breve, abre una grieta en el muro del autoritarismo económico trumpista. Señala que existen, aunque tímidas, voces dentro del sistema judicial estadounidense dispuestas a desafiar el abuso de poder. Y nos recuerda también que, ante estas embestidas, México debe reforzar su soberanía económica, diversificar mercados y seguir apostando por un modelo de desarrollo propio, sin depender de las migajas del vecino del norte.

Finalmente, una nota aparte pero reveladora: en medio de este clima de imposiciones, chantajes y desinformación, hay quienes en México siguen soñando con regresar a ese modelo de subordinación. Personajes como Xóchitl Gálvez, respaldada por el PRI, PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, se alinean con la visión entreguista que dominó durante décadas. ¿Cómo olvidar que esos partidos aplaudieron la firma del TLCAN sin condiciones, aceptando cláusulas que sacrificaron nuestra industria nacional? Hoy, sus discursos vacíos pretenden disfrazarse de modernidad, pero no son más que el eco de una élite que siempre quiso agradar a Washington, aunque eso significara traicionar al pueblo mexicano.

La lección es clara: el camino de México no está en el servilismo, sino en la soberanía. Y en ese camino, el gobierno de la Cuarta Transformación ha demostrado que es posible dialogar con firmeza, defender nuestros intereses y construir una relación con Estados Unidos basada en el respeto, no en la sumisión. Mientras Trump juega con los aranceles como un niño mimado con un juguete roto, México avanza con pasos firmes hacia un futuro de dignidad. Porque ya no somos la nación que agachaba la cabeza ante cada grito de Washington. Hoy, somos un país libre, fuerte y con memoria.

Y aunque la justicia estadounidense haya fallado una vez más, en México sabemos que la verdadera transformación no se negocia. Se construye todos los días, con decisiones soberanas y con un gobierno que, por fin, se debe al pueblo.