La Farsa del Patriota: Salinas Pliego y el Trumpismo a la Mexicana”

La reciente cena de gala organizada en honor del embajador estadounidense en México, Ronald Johnson, ha revelado mucho más que una simple relación diplomática entre países. Bajo los reflectores de Televisión Azteca y con el patrocinio explícito de Grupo Salinas, lo que se celebró no fue una velada cultural ni un esfuerzo genuino de acercamiento binacional, sino un acto simbólico de alineamiento político e ideológico con el ala más reaccionaria y peligrosa del conservadurismo estadounidense y mexicano.

Que el evento haya sido promocionado con orgullo en un programa de espectáculos como Venga la Alegría, entre sonrisas y comentarios banales, no hace sino evidenciar la banalización con que ciertos sectores empresariales y mediáticos tratan los asuntos que comprometen la soberanía y dignidad del país. No se trató de una inocente cena de gala; se trató de un acto profundamente político, respaldado por una agenda que busca socavar los cimientos de la Cuarta Transformación desde el aparato mediático y financiero que encabeza Ricardo Salinas Pliego.

El embajador Ronald Johnson no es cualquier diplomático. Fue boina verde, coronel retirado, y ha servido como agente de la CIA. Su perfil no es el de un diplomático clásico, sino el de un operador del aparato de inteligencia estadounidense con historial de intervención en asuntos de seguridad nacional. ¿Y quién se presenta como su anfitrión? Nada menos que Ricardo Salinas Pliego, el magnate televisivo que ha elevado el tono contra la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador y, ahora, contra el gobierno legítimo de Claudia Sheinbaum Pardo, todo mientras evade un adeudo fiscal que ronda los 70 mil millones de pesos.

En la misma reunión figuraron nombres que son emblemas del conservadurismo mexicano: Jorge Romero, presidente nacional del PAN; Ricardo Anaya, que tras su fracaso en 2018 busca reciclarse en la política; la estridente Kenia López Rabadán; el ex árbitro electoral Lorenzo Córdova, y José Ángel Gurría, representante del modelo neoliberal que empobreció al país durante décadas. Todos ellos se cobijaron en la sombra de un embajador con perfil militar, respaldados por un empresario que se resiste a cumplir con el deber fiscal más elemental.

No es coincidencia que estos personajes se reúnan bajo el patrocinio de Grupo Salinas. No es casualidad que se canten loas al conservadurismo disfrazado de “libertad” desde los foros mediáticos de Televisión Azteca. Y no sorprende que Esteban Moctezuma Barragán, actual embajador mexicano en Washington y ex presidente de Fundación Azteca, tenga nexos que se han extendido con esta maquinaria, aunque hoy esté en otra trinchera. La maquinaria de Salinas Pliego busca una cosa: evitar rendir cuentas.

Ya en enero pasado, Grupo Salinas había patrocinado otro evento: la recepción al gobierno de Donald Trump por parte de la comunidad hispana de Estados Unidos. Entre los asistentes se encontraban personajes como Donald Trump Jr., Javier Milei —el ultraderechista presidente argentino—, el senador Ted Cruz y el empresario Vivek Ramaswamy. ¿Qué tienen en común estos personajes? Su abierta hostilidad contra gobiernos progresistas, sus posturas racistas, misóginas y clasistas, y su intención de desmantelar el estado de bienestar. ¿Y qué hace ahí un empresario mexicano? Tejiendo alianzas que no tienen como objetivo el bien de México, sino su subordinación al capital especulativo y extranjero.

En este escenario, Salinas Pliego no es un empresario “patriota” ni un disidente incómodo. Es un operador político del conservadurismo, que ahora mira hacia 2027 y 2030 con la intención de capitalizar su confrontación con el gobierno como una plataforma política. Ha perdido los contratos de publicidad que durante años lo hicieron millonario a costa del erario. Ahora se enfrenta a un adeudo fiscal que, de resolverse en beneficio del pueblo, implicaría una enorme recuperación de recursos públicos.

El objetivo es claro: construir una narrativa donde Salinas Pliego aparece como el “perseguido” por un gobierno “autoritario”. Pero lo que realmente molesta a este empresario no es el autoritarismo —al que ha aplaudido en regímenes como el de Trump o Milei— sino que por primera vez en décadas hay un gobierno que exige a los grandes empresarios pagar lo que deben. Que se termine la época de privilegios, de condonaciones fiscales, de contratos a modo. Y eso, para quienes han hecho del saqueo su modo de vida, es inadmisible.

Este intento de vincular a México con los sectores más duros del trumpismo tiene consecuencias. La reciente cuota compensatoria de 17.09% impuesta al jitomate mexicano, con impacto directo en Sinaloa, no puede entenderse fuera del contexto político. Las secretarías de Economía y Agricultura han señalado que hay motivaciones políticas detrás de esta medida, y no se equivocan. Se trata de presionar a México en temas estratégicos, utilizando el comercio como arma de chantaje. Y personajes como Salinas Pliego juegan un papel funcional a esos intereses, al debilitar desde dentro al gobierno popular que hoy defiende la soberanía.

La presencia de funcionarios del gobierno en ese evento —como la secretaria Alicia Bárcena, el diputado Sergio Mayer o la senadora Yeidckol Polevnsky— debe interpretarse con matices. No fueron parte de la organización, no aplaudieron las alianzas con Trump ni celebraron los privilegios fiscales. Fueron testigos institucionales, como parte de una diplomacia que no rehúye el contacto, pero que sabe bien dónde están los intereses del pueblo mexicano. En contraste, la euforia de los voceros de Azteca y la exaltación de la American Society of Mexico dejan claro de qué lado está cada quien.

Ricardo Salinas Pliego no representa a la mayoría. Su visión de país no es la que ha elegido el pueblo en 2018, 2021 y 2024. Su desprecio por las instituciones democráticas, su resistencia al pago de impuestos, su alineamiento con el intervencionismo estadounidense y su manipulación mediática lo colocan del lado de los enemigos históricos del pueblo. No importa cuánto invierta en publicidad ni cuántas galas patrocine: el juicio de la historia y de las urnas lo está alcanzando.

Y mientras Trump y sus aliados buscan imponer aranceles como medida de presión política, México tiene claro el rumbo: la defensa de la soberanía, el fortalecimiento de su economía interna y la justicia fiscal como base de un desarrollo con equidad. No serán ni los voceros de la televisión basura ni los evasores fiscales quienes marquen el rumbo de la patria.

La Cuarta Transformación ha desmontado muchos de los privilegios que por décadas gozaron unos cuantos. Hoy, ni Salinas Pliego ni los Anaya, Córdova o Gurría pueden refugiarse en la impunidad. Por más eventos que organicen, por más embajadores que aplaudan sus fiestas, por más millonarios que se arrodillen ante el trumpismo, el pueblo de México ya decidió no volver atrás.

La alianza del dinero con el intervencionismo extranjero ya no tiene cabida. Salinas Pliego podrá seguir montando espectáculos para distraer a la audiencia, pero no podrá cambiar los hechos: debe impuestos, perdió privilegios, y representa un modelo económico y político que ya fue derrotado en las urnas.

La lucha por el futuro de México pasa por desenmascarar estas farsas y defender, con firmeza, la soberanía y justicia que la Cuarta Transformación ha comenzado a consolidar. Y en esa batalla, el pueblo está más despierto que nunca.