La falacia de la “Nueva Política” y la incoherencia de Xóchitl Gálvez

En tiempos de efervescencia política, la aparición de Xóchitl Gálvez, impulsada por una coalición conformada por el PAN, PRI y PRD, bajo el nombre de Fuerza y Corazón por México, ha levantado un sinnúmero de cuestionamientos acerca de la verdadera coherencia y las intenciones detrás de esta alianza. La reciente intervención de Gálvez en el ITAM dejó en evidencia no solo la fragilidad ideológica de esta coalición sino también la crisis de representatividad que aqueja al sistema político mexicano, especialmente en lo que respecta a la juventud del país.

La pretensión de Gálvez de desmarcarse de los partidos políticos que la respaldan resulta un ejercicio de retórica vacía, dado que es imposible ignorar la historia y las prácticas que han caracterizado a estas agrupaciones. Al tratar de posicionarse como una candidata ajena a los intereses partidistas y al mismo tiempo dependiente de su infraestructura y recursos, Gálvez cae en una contradicción fundamental que pone en tela de juicio su autenticidad como representante de una “nueva política”.

La respuesta de la candidata a las críticas de los estudiantes sobre la falta de coherencia ideológica en su coalición y la preocupación por los retrocesos en derechos fundamentales evidencia una desconexión profunda con las demandas y necesidades de las nuevas generaciones. Al afirmar que hay “innombrables” en todos los partidos, Gálvez intenta relativizar la responsabilidad histórica de sus aliados en violaciones a los derechos humanos y en políticas regresivas, sin reconocer que la base de su soporte político se asienta precisamente en estas estructuras cuestionadas.

La referencia a la Guardia Nacional y su propuesta de seguridad deja entrever una visión simplista y potencialmente peligrosa sobre el uso de la fuerza, en un contexto donde la sociedad mexicana demanda soluciones integrales y respetuosas de los derechos humanos para abordar la violencia y la inseguridad. Este enfoque, lejos de presentar una alternativa viable, rememora las estrategias fallidas del pasado que han exacerbado la crisis de violencia en el país.

La insistencia de Gálvez en presentarse como una candidata “ciudadana” se diluye frente a las evidencias de su profunda integración en el sistema político que critica. Su participación en el gobierno de Vicente Fox y la presencia de figuras como Santiago Creel en su equipo de campaña desmienten cualquier pretensión de ruptura con las prácticas tradicionales de la política mexicana.

Las protestas de los estudiantes fuera del auditorio del ITAM, recordando las acciones controvertidas de los partidos que conforman la coalición Fuerza y Corazón por México, son un claro indicativo de la memoria histórica y el rechazo juvenil hacia una propuesta política que, lejos de representar un cambio real, parece reproducir las mismas dinámicas de poder que han dominado la escena política mexicana durante décadas.

En este contexto, la figura de Gálvez emerge no como la portadora de una nueva visión para México, sino como el símbolo de una política obsoleta que, bajo el disfraz de la renovación, perpetúa las estructuras y prácticas que han impedido el progreso y el desarrollo equitativo de la nación. La juventud mexicana, crítica y consciente, demanda más que discursos y promesas vacías; busca liderazgos genuinos que estén dispuestos a romper con el pasado y construir un futuro basado en la justicia, la igualdad y el respeto a los derechos humanos. La tarea pendiente es discernir entre la ilusión de cambio y la auténtica transformación.