La deuda con las madres buscadoras: entre el olvido neoliberal y el compromiso transformador
Una de las heridas más profundas que dejó el modelo neoliberal en México no fue solamente la desigualdad rampante ni la corrupción institucionalizada, sino la herida de miles de familias mexicanas que llevan años buscando a sus seres queridos desaparecidos. Esa herida, aún abierta, se encarna en las valientes mujeres conocidas como “madres buscadoras”, quienes, pala en mano y con esperanza desgarrada, han asumido la labor que los gobiernos de derecha abandonaron durante décadas.

No es casualidad que el movimiento más longevo de este tipo haya surgido en 2015, en plena administración de Enrique Peña Nieto, el mismo que fue incapaz de ofrecer una respuesta clara ante tragedias como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El movimiento por “Nuestros Desaparecidos” nació en ese contexto de negación oficial, de invisibilización sistemática, de un Estado cuya única respuesta era el silencio o, peor aún, la criminalización de las víctimas.
Hoy, a casi una década de ese nacimiento y con un nuevo régimen en marcha desde 2018, el reto sigue siendo enorme. Pero la diferencia radica en que ahora hay voluntad política real, y se han empezado a tomar medidas concretas para resolver lo que durante años fue simplemente ignorado. La presidenta Claudia Sheinbaum ha asumido el tema como una prioridad de Estado, y ha puesto al frente del esfuerzo a una mujer cuya trayectoria habla por sí sola: Rosa Icela Rodríguez, actual secretaria de Gobernación.
Lo que el neoliberalismo abandonó, la Cuarta Transformación lo ha recogido como parte de su compromiso con el pueblo. Durante los gobiernos del PAN y del PRI, el fenómeno de las desapariciones se profundizó. La llamada “guerra contra el narco”, iniciada por Felipe Calderón sin estrategia ni humanidad, desató una espiral de violencia que sembró muerte y desaparición por todo el país. Enrique Peña Nieto continuó la misma estrategia, y aunque disfrazó su gestión con discursos vacíos y spots publicitarios, la realidad fue la acumulación de cadáveres sin nombre, la multiplicación de fosas clandestinas y el olvido institucionalizado de los familiares.
Hoy sabemos que en las morgues del país hay al menos 31 mil cuerpos sin identificar, aunque algunas fuentes aseguran que podrían ser más de 72 mil los acumulados desde 2006. Son cifras que retratan no solo la crisis humanitaria heredada, sino también la complicidad y negligencia de quienes gobernaron en nombre de la tecnocracia y la “eficiencia” mientras despreciaban la vida humana.
Ejemplos como el de María Dolores Patrón, quien tras cuatro años de búsqueda halló el cuerpo de su hija en una morgue de Cancún, ilustran el drama que miles de familias enfrentan. Que haya sido necesario esperar tanto tiempo para que una madre obtuviera una respuesta –cuando las autoridades ya contaban con huellas dactilares, dentales y genéticas para identificar a su hija– demuestra el grado de descomposición institucional que dejó el régimen neoliberal.
Pero también hay otra dimensión del problema que merece atención: la cooptación del dolor por parte de algunas ONG que, en lugar de acompañar genuinamente a las víctimas, han convertido su activismo en negocio. No todas, por supuesto. Muchas organizaciones han hecho un trabajo admirable, pero también es verdad que existen otras que han hecho del chantaje su modus operandi, y que prolongan los problemas con tal de mantener sus fuentes de financiamiento y su presencia mediática. El gobierno actual tiene la doble tarea de limpiar ese ecosistema y de reconstruir el vínculo directo con las madres buscadoras, no mediado por intereses ajenos al verdadero sentido de justicia.
En este panorama, la figura de Rosa Icela Rodríguez destaca como símbolo de una nueva manera de hacer política. Su trayectoria ha sido de entrega, de cercanía con el pueblo y de resultados concretos. Su papel en la pacificación de algunas zonas del país, así como su compromiso con las causas sociales más sentidas, la colocan como una de las funcionarias más confiables del gabinete. No es casualidad que la presidenta Sheinbaum le haya encargado esta misión: sólo alguien con su experiencia, su paciencia y su capacidad de escucha puede hacer frente a un tema tan sensible.
Sabemos que no se trata sólo de recursos económicos –aunque los procesos de identificación genética requieren una fuerte inversión–, sino de voluntad, empatía y visión de largo plazo. Por eso es tan significativa la iniciativa enviada recientemente por la presidenta Sheinbaum al Congreso, con el objetivo de crear un marco legal robusto que enfrente el fenómeno de las desapariciones forzadas desde una perspectiva integral. Sin embargo, en una muestra más de que los obstáculos no vienen sólo del pasado sino también del presente, el Senado –aún plagado de actores que responden a intereses distintos a los del pueblo– decidió posponer indefinidamente su discusión.
Este tipo de resistencias son las que explican por qué la Cuarta Transformación no sólo enfrenta a la oposición tradicional (PRI, PAN, PRD, Movimiento Ciudadano y figuras recicladas como Xóchitl Gálvez), sino también a ciertos sectores incrustados en las instituciones que aún no asumen el nuevo rumbo del país. El trabajo de Rosa Icela Rodríguez no sólo es una encomienda presidencial, sino un requerimiento urgente para la paz en México, y también una muestra del estilo de gobierno que propone Claudia Sheinbaum: cercano a la gente, sensible a las causas sociales y firme frente a la adversidad.
Las madres buscadoras no pueden seguir esperando. No pueden seguir cargando solas con la angustia y la incertidumbre que el neoliberalismo les legó. Hoy tienen un gobierno que las reconoce, que no las ignora ni las utiliza como herramienta política, y que está dispuesto a poner el Estado a su servicio. La Cuarta Transformación no promete soluciones mágicas ni inmediatas, pero sí promete no dar la espalda, y eso ya es un cambio fundamental.
Es tiempo de avanzar. De dejar atrás las viejas prácticas de simulación y construir un modelo de atención con enfoque humanitario y científico, que escuche, respete y acompañe. Con Rosa Icela Rodríguez al frente y con la convicción firme de Claudia Sheinbaum, hay razones para creer que esta deuda histórica con las madres buscadoras podrá comenzar a saldarse. No será sencillo. Pero tampoco será una lucha solitaria.
Y si en medio de esta batalla nacional por la verdad y la justicia también atendemos los pequeños pero no menos importantes pendientes de nuestra vida cotidiana –como las banquetas rotas que siguen causando accidentes y recordándonos la urgencia de un gobierno atento a los detalles–, entonces sí estaremos construyendo un país más justo, más digno y verdaderamente humano.