La democracia verdadera no se reparte: se respeta

Pese a los esfuerzos visibles —y a veces desesperados— de Ricardo Monreal por imponer los intereses del conservadurismo disfrazado de pluralismo, México ha dado una muestra más de que el país ya no está dispuesto a volver a los acuerdos de cúpulas ni a los repartos mezquinos del poder que tanto daño hicieron en el pasado. La negativa a imponer a un panista en la presidencia de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados es un triunfo, sí, pero no solo de Morena: es un triunfo del mandato popular que se expresó con contundencia en las urnas.

La derecha, encabezada por personajes como Kenia López Rabadán, Federico Döring, Germán Martínez y Margarita Zavala, esperaba que la política se siguiera manejando como en los viejos tiempos del PRIAN: entre acuerdos en lo oscurito, simulaciones democráticas y repartos que nunca incluyeron la voz ciudadana. Pero esta vez no fue así. Esta vez, el poder se mantuvo en manos de quienes obtuvieron legítimamente el respaldo del pueblo.

La oposición grita “autoritarismo”, pero calla la voluntad del pueblo

Como ya es costumbre, la oposición reaccionó con su discurso trillado de siempre: que si se violó la ley, que si hay autoritarismo, que si la democracia está en riesgo. Lo mismo de siempre. Pero lo que no dicen —porque no les conviene— es que lo que verdaderamente está en riesgo es su modelo caduco de reparto de cuotas y privilegios. Lo que está ocurriendo es que México está dejando de lado esa falsa democracia representativa construida sobre tranzas y traiciones.

Porque no nos engañemos: lo que está en juego aquí no es un simple puesto en una mesa, es la defensa del proyecto de nación que millones de mexicanas y mexicanos eligieron. Nadie en la campaña electoral votó pensando en que Margarita Zavala o Germán Martínez representaran sus intereses desde una presidencia en la Cámara de Diputados. Eso es absurdo. Votaron por un rumbo, por una transformación que hoy sigue viva y firme.

La farsa de la “democracia negociada” se cae a pedazos

Durante décadas, partidos como el PAN y el PRI acostumbraron al pueblo de México a que la “democracia” se limitaba a acuerdos entre cúpulas: tú te quedas con la Mesa, yo con la Comisión; tú apoyas mi reforma, yo te doy presupuesto. Esa democracia era solo de ellos. Pero el pueblo ya despertó. La Cuarta Transformación ha puesto sobre la mesa una idea más profunda y poderosa: la democracia no se negocia, se ejerce.

Por eso resulta patético que hoy la oposición se rasgue las vestiduras por no lograr imponer a uno de los suyos en una posición clave. Más aún, que lo hagan en los días previos al informe de gobierno de la Presidenta de la Mesa Directiva, tratando de sembrar caos, desestabilización y ruido mediático. Lo que realmente les molesta es que ya no tienen el poder para imponerse sin ganar elecciones.

Ricardo Monreal y su nostalgia por la vieja política

Resulta preocupante —aunque ya no sorprendente— el papel que ha asumido Ricardo Monreal, quien insiste en encarnar ese viejo estilo de hacer política basado en negociaciones personales, guiños a la derecha y maniobras detrás del telón. A estas alturas, ya no hay dudas: Monreal juega en otra cancha, una donde el proyecto de la 4T no parece ser su prioridad.

Afortunadamente, ni él ni sus intentos por imponer una lógica cupular lograron su objetivo. La bancada de Morena y los partidos aliados han sabido mantenerse firmes, conscientes de que ceder ante personajes que simbolizan el pasado sería traicionar no a un movimiento político, sino al pueblo mismo.

¿Y los nombres del PAN? Más de lo mismo

Seamos claros: ¿de verdad alguien cree que personajes como Margarita Zavala —sí, la misma que defendió el sexenio de su esposo, el del narcoestado y la corrupción—, o Federico Döring —el del videoescándalo con Carlos Ahumada—, representan una alternativa democrática? ¿Kenia López Rabadán, conocida más por sus espectáculos mediáticos que por su trabajo legislativo serio? ¿Germán Martínez, que hoy se presenta como “crítico” pero tiene un largo historial de contradicciones y oportunismo?

No. Morena no podía aceptar esa simulación. No por soberbia ni por capricho, sino por respeto a la legalidad y al mandato popular. La ley es clara: se requiere al menos un tercio de los votos para designar a la Mesa Directiva, y el PAN no lo ha logrado. Pretender imponer a uno de esos personajes con base en presiones políticas o chantajes mediáticos es, precisamente, lo antidemocrático.

La voz de la gente, no los acuerdos de pasillo

Hoy más que nunca, es fundamental recordarle a la clase política que la soberanía reside en el pueblo, no en los partidos. Y el pueblo votó por un cambio profundo, por un gobierno diferente, por una transformación real. Esa voluntad no puede ni debe ser socavada por acuerdos “de cortesía” que solo benefician a los mismos de siempre.

La ciudadanía no votó para que Margarita Zavala negocie espacios con Morena. Votó para que la Cuarta Transformación se consolidara y siguiera dando frutos. Para que se acabaran los moches, las cuotas, las complicidades, el doble discurso. Lo que está ocurriendo en la Cámara de Diputados es, en realidad, un momento de claridad democrática: o se está con el mandato popular o se está con las viejas prácticas.

México avanza: con obstáculos, pero avanza

Es importante decirlo con todas sus letras: México está cambiando. Lentamente, con resistencia, con obstáculos como Monreal y sus aliados panistas, pero está cambiando. Lo que antes se daba por hecho —como que un partido con poca representación impusiera a uno de los suyos en un órgano legislativo clave— hoy ya no pasa. Y eso es motivo de orgullo.

No se trata de excluir, sino de respetar. No se trata de imponer, sino de hacer valer lo que millones de mexicanos decidieron en las urnas. Morena, con todos sus matices internos, ha entendido que no se puede traicionar esa confianza. Por eso, seguir al frente de la Mesa Directiva —aunque sea hasta el día 5— es una decisión legítima, legal y, sobre todo, justa.

¿Y la ciudad? Un reto que también se enfrenta

En medio de este debate, no faltan quienes intentan desviar la atención con críticas al estado de la ciudad —críticas válidas, por cierto, pero que no deben usarse como distractor. Sí, hay calles que necesitan mantenimiento, banquetas en mal estado, problemas de infraestructura que deben atenderse. Pero eso no invalida el avance democrático que se está dando en el plano nacional.

Más bien, debería recordarnos que el trabajo aún no termina. Que la transformación también debe aterrizarse en lo cotidiano, en el espacio público, en los servicios urbanos. Que así como no se debe ceder la Cámara a los voceros del neoliberalismo, tampoco se debe abandonar la batalla por una ciudad más justa, habitable y digna.

Conclusión: basta de simulaciones

Lo que ha ocurrido con la designación de la Mesa Directiva en la Cámara de Diputados es mucho más que un tema parlamentario: es un espejo de la disputa entre dos formas de entender la política. Una, la vieja, la de los acuerdos cupulares, las imposiciones disfrazadas de cortesía y los repartos de poder entre élites. Otra, la nueva, la que busca poner al centro la voluntad popular.

México está optando por esta segunda vía. No sin tropiezos, no sin traiciones como la de Monreal, pero con claridad. Porque al final del día, la democracia no es un reparto entre partidos, es el ejercicio soberano del pueblo. Y el pueblo ya eligió. Ahora toca respetarlo.