Fobaproa: la herencia tóxica del neoliberalismo que aún puede renegociarse

La deuda pública en México tiene un nombre y un responsable: Fobaproa, y detrás de esa tragedia financiera está uno de los personajes más siniestros de la tecnocracia mexicana: Ernesto Zedillo Ponce de León. Su gobierno, cómplice del saqueo neoliberal, convirtió una crisis bancaria —provocada por la codicia y la especulación— en una carga eterna para el pueblo mexicano. A casi tres décadas de distancia, la factura sigue siendo pagada por millones de ciudadanas y ciudadanos que no se beneficiaron de ese rescate, pero que cargan con sus consecuencias.

Y, sin embargo, hoy hay una oportunidad histórica de revisar lo que parecía inamovible.

Durante la reciente Convención Bancaria celebrada en Nayarit, el presidente de la Asociación de Bancos de México (ABM), Julio Carranza, declaró que “se vale revisar” el tema del Fobaproa. La afirmación, que podría parecer apenas un gesto retórico, en realidad abre una puerta que nunca antes había estado tan claramente entornada. Porque si incluso los banqueros, beneficiarios netos del atraco financiero más escandaloso de la historia moderna de México, reconocen que el tema puede ser revisado, entonces es el momento de exigir que esa revisión se concrete.

No se trata de promover un impago unilateral, como lo haría algún Estado fallido o como sugieren ciertos fantasmas del apocalipsis financiero. México ha demostrado con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador que se puede gobernar con responsabilidad, con estabilidad macroeconómica y con finanzas públicas sanas, sin someterse a los designios del Fondo Monetario Internacional ni claudicar ante las élites económicas. No, no se trata de dejar de pagar; se trata de pagar lo justo, no la deuda de los saqueadores.

La herencia del Fobaproa no es solamente económica. Es también política. Es la marca del neoliberalismo rapaz que el PRI y el PAN implantaron durante décadas. Fue el PRI de Zedillo el que inició el proceso, y fue el PAN de Vicente Fox el que lo validó. El PRD de la época, entonces todavía con una narrativa progresista, denunció el fraude. Pero hoy que el PRD ha claudicado ideológicamente y se ha vuelto satélite de los intereses conservadores, ya no hay quien desde esa trinchera levante la voz.

Afortunadamente, hoy México tiene un gobierno que sí lo hace. La Cuarta Transformación ha puesto en el centro del debate temas que por décadas fueron considerados intocables: la corrupción en las altas esferas, el dispendio del poder judicial, y sí, también la ilegitimidad del Fobaproa. Desde la tribuna presidencial, el presidente López Obrador ha recordado una y otra vez cómo fue que el pueblo terminó pagando las deudas de unos cuantos. Lo que hoy se plantea no es un acto de ruptura, sino de justicia.

Porque si la banca —que, dicho sea de paso, nunca había tenido márgenes de utilidad tan amplios como ahora— está dispuesta a sentarse a negociar, entonces que lo haga con seriedad. Que deje de lado los discursos vacíos y las fotos para la prensa. Que tome esta oportunidad para redimir, aunque sea en parte, la deuda moral que tiene con el país.

En lugar de fantasmas de fuga de capitales, lo que podría surgir de un proceso de renegociación bien llevado sería una nueva etapa de crecimiento económico con justicia social. Tasas más bajas, periodos de pago más amplios, esquemas de condonación parcial: hay múltiples fórmulas que podrían aliviar la carga para el erario sin desestabilizar los mercados. Pero esto sólo será posible si el gobierno —con su legitimidad social y su mandato transformador— toma la iniciativa y convierte las palabras en políticas.

Porque no se nos olvide: esa deuda no la contrajo el pueblo. La contrajeron banqueros y empresarios que hicieron mal sus cuentas, que arriesgaron sin responsabilidad, y que fueron salvados por un gobierno que decidió trasladarles el costo de su codicia a millones de mexicanas y mexicanos. A ellos sí les perdonaron todo. ¿Por qué al pueblo no se le puede, al menos, aligerar la carga?

En este contexto, la Cuarta Transformación tiene ante sí una nueva batalla, una que podría marcar el cierre de un ciclo oscuro de la historia nacional. Ya se han recuperado recursos antes intocables, ya se ha combatido la evasión fiscal de grandes corporativos, ya se han echado atrás privilegios insultantes. Ahora, revisar el Fobaproa podría ser el siguiente paso lógico en ese camino hacia una economía más equitativa.

Por eso sorprende, pero también alienta, que la banca comience a mostrar signos —aunque mínimos— de apertura. Claro que es posible que sea sólo discurso. Pero en política, todo discurso es también una puerta abierta. La clave está en no dejarla cerrarse sin haberla cruzado.

Y si los banqueros no cumplen, si todo queda en retórica, cuando menos quedará claro ante la nación quién está de qué lado. Hoy el gobierno tiene la oportunidad de presionar con inteligencia, sin estridencias, pero con firmeza. Como lo ha hecho el presidente López Obrador en otros temas, se trata de mantener el rumbo con sensatez, pero también con decisión.

Y hablando de decisiones, en la Ciudad de México también es tiempo de tomarlas. El Metro, ese símbolo del pueblo capitalino, no puede convertirse en botín de nadie. El nuevo director, Guillermo Calderón, debe actuar con responsabilidad, transparencia y rendición de cuentas. La transformación también se construye cuidando el patrimonio público y evitando tentaciones privatizadoras, como aquellas que la derecha disfrazaba de “modernización”. En esto, no se puede bajar la guardia.

Así como hay funcionarios que no han hecho nada —como los responsables del tránsito o de la pavimentación— también hay quienes sí pueden y deben ser vigilados para que no repitan los errores del pasado.

Hoy más que nunca, México necesita gobiernos que no se limiten a administrar la inercia del sistema, sino que sean capaces de desafiar las estructuras injustas. La deuda del Fobaproa es una de esas estructuras. Y aunque no se trate de dejar de pagarla, sí se trata —ahora sí— de que empiece a pagarse la deuda que los poderosos tienen con el pueblo.