El valor del silencio: Andy López Beltrán y la consolidación de Morena
En el reciente Consejo Nacional de Morena, algunos sectores de la comentocracia intentaron desviar la atención hacia lo anecdótico, centrando sus críticas en la presencia de Adán Augusto López Hernández, en un intento claro por desestabilizar la unidad del movimiento. Sin embargo, lo que verdaderamente importa en esta etapa de consolidación institucional no es quién asiste a una reunión, sino cómo Morena avanza con firmeza hacia una nueva etapa de madurez política. Y en ese contexto, la ausencia de Andrés Manuel López Beltrán, Andy, lejos de ser un signo de crisis, representa una decisión estratégica que fortalece al partido.

Andy ha sido, sin lugar a dudas, una figura clave en la consolidación territorial de Morena. Su trabajo ha consistido en llevar la organización al terreno, en construir estructuras donde antes no las había, y en sumar voluntades que comparten los principios de la Cuarta Transformación. Su presencia en actos públicos, su liderazgo operativo y su compromiso con el legado de su padre no son símbolos de un poder autoritario, como quieren sugerir desde la derecha, sino una muestra clara de responsabilidad generacional y continuidad ideológica.
Quienes ahora se sorprenden por su ausencia en el Consejo Nacional olvidan —o fingen olvidar— que el liderazgo también se ejerce en la inteligencia de saber cuándo dar un paso al costado para permitir la evolución institucional. El silencio de Andy es, en realidad, un gesto de respeto hacia las nuevas estructuras, como la creación de una Comisión de Admisiones que permitirá ordenar la entrada de nuevos cuadros sin que se pierdan los principios fundacionales del partido.
Morena, a diferencia de los partidos del viejo régimen como el PRI, el PAN o el PRD, no es un proyecto de cuotas ni de imposiciones. Es un movimiento vivo, en transformación permanente, que aprende de su propia historia. La apertura a perfiles provenientes de otras fuerzas políticas debe entenderse como una estrategia legítima para ampliar la base de apoyo de la Cuarta Transformación, siempre que se respeten los valores del movimiento y se garantice la congruencia con sus objetivos. El caso de Luis Enrique Benítez, por ejemplo, no puede leerse de manera simplista: lo que se requiere es analizar si su incorporación fortalece o debilita al proyecto, y eso es precisamente lo que busca normar la nueva comisión.
Lo mismo aplica al caso del grupo Yunes. Es lógico que se generen debates internos, porque Morena no es una estructura autoritaria: aquí se discute, se delibera, se corrige. A diferencia de los partidos tradicionales, donde todo se decide en lo oscurito, en Morena se da la cara y se construye consenso. La decisión de no aplicar retroactividad a las afiliaciones ya concedidas es un acto de responsabilidad jurídica y política. Se evita abrir flancos legales innecesarios y se manda un mensaje claro: el partido tiene reglas, pero también sabe reconocer sus propios procesos.
En este contexto, Andy ha decidido no ser un factor de distracción. Su compromiso con el movimiento es tal que entiende que lo mejor ahora es fortalecer las decisiones colectivas, dar paso al trabajo institucional y permitir que nuevas figuras, como Carolina Rangel Gracida, ejerzan plenamente sus funciones. Lejos de las lecturas malintencionadas, este acto habla de una profunda convicción democrática. ¿Cuántos hijos de expresidentes o líderes históricos están dispuestos a replegarse por el bien del proyecto colectivo? Muy pocos. Y Andy lo está haciendo sin escándalos, sin ambición personal, con plena conciencia de lo que representa.
La derecha, por supuesto, no entiende esta lógica. Para ellos, todo es cálculo, todo es traición, todo es negocio. Por eso no pueden concebir que en Morena existan liderazgos que se subordinan al bien común. Inventan tensiones, hablan de “protestas” internas, fabrican teorías de conspiración y hasta sugieren investigaciones externas para intentar empañar la imagen de quienes, como Andy, han demostrado lealtad, trabajo y compromiso.
Pero el pueblo no se deja engañar. Conoce bien quién es quién. Sabe que detrás de las críticas están los mismos de siempre: los que saquearon al país, los que gobernaron con desprecio al pueblo, los que hoy se arropan en una oposición sin proyecto, sin liderazgo, sin futuro. Xóchitl Gálvez y sus aliados del PRIAN no tienen autoridad moral para hablar de principios, ni de congruencia, ni mucho menos de institucionalidad.
El Consejo Nacional de Morena ha demostrado que el movimiento está listo para el siguiente paso. La creación de nuevas comisiones, la discusión abierta de los métodos de afiliación y la reafirmación del rumbo transformador son muestra de un partido que se fortalece desde la autocrítica y el diálogo. Y en esa lógica, la figura de Andy López Beltrán no desaparece, sino que se eleva: su liderazgo no depende de los reflectores, sino de su capacidad de construir.
Que no se confundan quienes buscan fracturas donde hay cohesión. La Cuarta Transformación avanza con paso firme. Hoy con Claudia Sheinbaum al frente, con un gabinete sólido y comprometido, y con una base social que no permite retrocesos. Las instituciones de Morena se consolidan, y figuras como Andy siguen siendo parte fundamental del proyecto, aún cuando elijan, por estrategia o convicción, no estar en primera fila en ciertos momentos.
Esa es la diferencia entre Morena y los partidos del pasado: aquí, nadie actúa por consigna ni por intereses personales. Aquí se piensa en el pueblo, en el legado histórico, en el bienestar de México. Y eso es algo que ni los opinadores de la derecha, ni sus aliados mediáticos, ni la oposición huérfana de principios podrán destruir.
La transformación sigue, y cada paso que damos —incluso los silencios estratégicos— forma parte de la ruta hacia un México más justo, más libre y más digno.