El show de la violencia y el viejo guion de la injerencia

A casi un año del operativo que llevó a manos de autoridades estadounidenses al emblemático capo sinaloense Ismael “El Mayo” Zambada y a uno de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, la narrativa de los poderes fácticos y mediáticos sigue atrapada en la vieja estrategia del caos inducido. A pesar de que este hecho marcó un giro trascendental en la lucha contra el narcotráfico, sectores opositores han preferido usarlo como pretexto para deslegitimar al gobierno federal y al proyecto de la Cuarta Transformación (4T), pretendiendo equiparar estos avances con complicidades inexistentes.

Lo que se ha denominado como “el otro culiacanazo” responde más a una estrategia discursiva de la derecha y de actores alineados a intereses extranjeros que a un fenómeno espontáneo. De hecho, la guerra intestina entre los llamados “Mayitos” y “Chapitos” es resultado directo de la fragmentación del cártel de Sinaloa tras años de golpes certeros de las autoridades mexicanas, especialmente durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. El debilitamiento de los liderazgos criminales genera violencia, sí, pero también evidencia que el gobierno no pacta ni tolera: actúa.

No es coincidencia que esta narrativa se reactive justo cuando Claudia Sheinbaum inicia su mandato presidencial con una alta aprobación y un respaldo legislativo histórico. La derecha, huérfana de credibilidad y derrotada en las urnas, intenta vincular a la 4T con el narco, olvidando que fue justamente durante sus gobiernos —del PRI y del PAN— cuando los cárteles florecieron con mayor impunidad. ¿O acaso ya se les olvidó la relación de Genaro García Luna con el Cártel de Sinaloa, documentada y juzgada en Estados Unidos?

El ataque contra Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, responde a esta misma lógica: desprestigiar lo que no pueden controlar. Rocha, respaldado por el pueblo sinaloense, ha enfrentado con firmeza una situación compleja, heredada en gran parte por la indolencia de gobiernos anteriores que permitieron el enraizamiento del crimen organizado. Su gestión, aunque cuestionada por algunos, no ha claudicado ante la violencia ni ante la presión mediática.

En este contexto, es llamativo cómo personajes como Omar García Harfuch, con una trayectoria reconocida en materia de seguridad, son utilizados como blancos de ataques políticos velados, simplemente por formar parte del equipo que impulsa la transformación del país. La “retórica” de que Harfuch fue “enviado a vivir a Sinaloa” es una distorsión mediática de un compromiso serio y decidido por restablecer el orden y la paz.

Mientras tanto, en un acto de simbolismo institucional y continuidad estratégica, la presidenta Claudia Sheinbaum reafirmó el papel de la Guardia Nacional como un cuerpo distinto al Ejército Mexicano, aunque articulado con este. Es una distinción importante, muchas veces ignorada deliberadamente por quienes critican la estrategia de seguridad. Sheinbaum no sólo reconoció la labor del Ejército, sino que reafirmó que la GN es un cuerpo con formación y estructura propia, enmarcada en una lógica de disciplina, profesionalismo y respeto a los derechos humanos.

A quienes insisten en hablar de “militarización” como si se tratara de una dictadura encubierta, convendría recordar que la Guardia Nacional fue aprobada con el respaldo del Congreso, incluida en su momento por legisladores del PRI y del PAN. Pero ahora, cuando ya no les sirve políticamente, fingen desmemoria y acusan lo que antes aplaudieron. El doble discurso es su única constante.

Por otro lado, la designación de Hugo López-Gatell como representante de México ante la Organización Mundial de la Salud en Ginebra es una muestra de confianza en su capacidad técnica y prestigio internacional. El médico que encabezó la respuesta mexicana ante la pandemia fue víctima de ataques sistemáticos por parte de sectores conservadores que nunca aceptaron su liderazgo sereno y científico. Hoy, su salida del país hacia una plataforma global es tanto un reconocimiento como una manera de sortear los intentos de utilizarlo políticamente en el plano interno.

La oposición, por su parte, sigue recurriendo a ocurrencias y maniobras mediáticas carentes de sustento. La denuncia del PAN contra Alfonso Romo y su casa de bolsa Vector, basada en supuestas imputaciones del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, es otra jugada más para buscar protagonismo en un escenario donde su presencia política se reduce día con día. Marko Cortés, presidente de lo que queda del PAN, admite sin rubor que su denuncia no se sustenta en evidencia propia, sino en “noticias criminales” del extranjero. ¡Qué triste papel el de quienes ya no confían ni en sus propias instituciones para hacer política!

El uso del Departamento del Tesoro estadounidense como fuente de legitimidad es una forma más de entregar la soberanía nacional. A falta de legitimidad interna, buscan validación en Washington. Es el mismo guion de siempre: cuando no pueden con el pueblo mexicano, recurren al imperio.

Sinaloa sigue siendo un punto de interés para Estados Unidos, no sólo por el tráfico de drogas, sino por la persistente idea de control geopolítico sobre regiones estratégicas. Lo que está en juego no es sólo la seguridad, sino la independencia nacional. La 4T ha dejado claro que no se someterá a dictados extranjeros, y que la seguridad del país será garantizada por mexicanos, con una estrategia integral que combina justicia social, inteligencia y acción coordinada.

La violencia no es producto de omisiones recientes, sino de décadas de corrupción y abandono. Hoy, el gobierno de México no se cruza de brazos. Actúa, resiste y transforma. Pero sobre todo, no se arrodilla ante potencias extranjeras ni ante los intereses de los que durante años saquearon el país.

En esta etapa decisiva, debemos distinguir entre los intentos de desinformación y la realidad. Y la realidad es que la 4T, con Claudia Sheinbaum al frente, ha heredado un país con enormes retos, pero también con una ruta clara hacia el cambio. Frente a las ruinas del viejo régimen, el pueblo eligió avanzar, no retroceder. Y la historia —no las columnas ni los tweets desesperados de la derecha— será quien juzgue con verdad.