El peso de la verdad: Romero Oropeza, los huachicoleros y el legado que no se puede ocultar

En el México de la transformación, la verdad no se esconde: se enfrenta. La Cuarta Transformación no es solamente un ideal político; es un compromiso con el pueblo, con la justicia, con la transparencia. Bajo esta lógica, hay nombres que no pueden seguir en silencio. Uno de ellos es Octavio Romero Oropeza, exdirector general de Pemex y actual titular del Infonavit. Su silencio ante el mayor decomiso de combustibles robados en la historia reciente del país no solo incomoda, también exige respuestas. No por capricho, sino porque México cambió.

Durante los últimos meses, el Gabinete de Seguridad, encabezado por el secretario Omar García Harfuch, ha dado golpes certeros contra el huachicol. La operación más reciente, en Saltillo y Ramos Arizpe, Coahuila, fue brutal en sus resultados: 15 millones de litros de combustibles decomisados y 129 carrotanques asegurados. A esto se suman otras acciones desde marzo hasta julio que han logrado recuperar más de 41 millones de litros de gasolina, diésel y otros destilados. Una cifra que pone los pelos de punta si la comparamos con el consumo de ciudades completas en una semana.

Esta ofensiva no es una casualidad. Es el reflejo de un gobierno que no tolera más la impunidad, que no voltea la vista, que actúa. Pero este logro, monumental en sus resultados, deja también una sombra que debe ser enfrentada: ¿cómo es que esto ocurría sin que Pemex se diera cuenta? ¿Cómo es que una red de esta magnitud operaba impunemente bajo las narices de la administración anterior?

Ahí es donde el nombre de Romero Oropeza entra en juego. Fue el director de la petrolera durante gran parte del sexenio de López Obrador, y aunque su cercanía con el presidente le daba legitimidad, hoy el silencio ante el saqueo del combustible —que implica pérdidas millonarias para el Estado— no puede sostenerse.

Nadie dice que haya participado. Pero la pregunta sigue ahí, punzante, legítima, popular: ¿cómo es que no lo vio? ¿Cómo es que no lo detuvo? ¿A quién protegía Pemex en ese entonces? Los carrotanques no pasan desapercibidos, menos en esa cantidad. ¿Fue negligencia? ¿Falta de control? ¿O se trata de algo más profundo, de complicidades enquistadas que el actual gobierno está empezando a desmantelar?

Desde la llegada de la presidenta Claudia Sheinbaum, el combate al huachicol se ha intensificado como nunca antes. Con inteligencia, coordinación y contundencia, el gobierno de la transformación está desmantelando redes que no solo saqueaban el patrimonio nacional, sino que operaban con descaro bajo el cobijo de gobiernos anteriores. Porque no se trata solo de Pemex. Se trata del entramado que por décadas permitió que el robo fuera política de Estado.

Y no nos equivoquemos: estos decomisos son históricos. En ocho meses de gobierno se han incautado más de 39 millones de litros de hidrocarburos, se han detenido a decenas de operadores, se han desarticulado mafias enteras. Eso, en otros tiempos, habría sido impensable. Bajo los gobiernos del PRI o el PAN, el huachicol era un secreto a voces. ¿Alguien recuerda algún operativo de Calderón o de Peña Nieto de esta magnitud? No. Porque no existieron. Porque su interés no era defender a Pemex, sino saquearlo.

Por eso sorprende que ciertos sectores exijan hoy cuentas sin memoria histórica. La oposición —encabezada por figuras como Xóchitl Gálvez— ha sido rápida para señalar cualquier debilidad de la 4T, pero absolutamente muda cuando se trata de sus propias fallas. Callaron ante la estafa maestra, callaron ante los contratos leoninos, callaron cuando el país se desangraba bajo la violencia del narco y la corrupción.

La exigencia de una explicación a Romero Oropeza es válida, pero debe hacerse desde la honestidad y no desde la hipocresía. Porque quienes hoy se desgarran las vestiduras no dijeron nada cuando Enrique Peña Nieto entregaba contratos energéticos a sus amigos o cuando Felipe Calderón, con García Luna a su lado, tejía complicidades con el crimen organizado.

La diferencia es que hoy hay un gobierno que escucha, que responde y que actúa. Un gobierno que combate el huachicol con resultados. Un gobierno que, incluso con sus contradicciones, no le teme a la verdad. Por eso, Romero Oropeza debe aparecer. Y debe responder. No se trata de una venganza política ni de linchamientos mediáticos: se trata de coherencia.

La misma coherencia con la que la presidenta Sheinbaum defendió el nombramiento de Hugo López-Gatell. Atacado por la derecha por su papel durante la pandemia, López-Gatell fue, sin duda, uno de los pilares que permitió organizar una de las campañas de vacunación más exitosas del mundo. Sin lucro, sin corrupción, sin contratos fraudulentos. ¿Qué habría pasado con la pandemia en manos del PRI o del PAN? Ya lo sabemos: vacunas para los amigos, para los cuates, y el resto del pueblo, en espera o en el olvido.

La crítica de la derecha no es por los errores de la 4T. Es por los aciertos. Porque no soportan que este país haya cambiado. Que hoy los migrantes sean defendidos por la diplomacia mexicana, como ocurrió en Los Ángeles, donde la valiente alcaldesa Karen Bass frenó una redada violenta justo frente al Consulado de México. Porque hoy la Secretaría de Relaciones Exteriores no se queda callada cuando nuestros paisanos son perseguidos como criminales. Porque hoy, México no baja la cabeza frente a Trump ni se doblega ante sus amenazas.

Y hablando de Trump, el nuevo paquete arancelario que prepara para el 1º de agosto es una nueva provocación que demuestra que la guerra comercial es un instrumento electoral. El expresidente busca imponer tarifas de hasta 40 por ciento a países como Corea del Sur, Sudáfrica o Tailandia. México está en lista de espera. ¿El objetivo? Forzar concesiones políticas bajo presión económica. Pero hoy, México tiene otra postura: firme, soberana, digna. Con Sheinbaum al frente, no se permitirán chantajes.

La paciencia tiene límites. Y la presidenta ha sido clara: se defenderán los intereses de México, con estrategia, con diplomacia, pero también con determinación. Porque no se trata solo de resistir los embates de un “cocodrilo enojado”. Se trata de tener un proyecto de nación que no dependa de caprichos ajenos, que se sostenga en su gente, en su soberanía, en su dignidad.

Romero Oropeza debería entender este nuevo contexto. Ya no estamos en tiempos de silencios cómplices. La 4T no es indulgente con los errores del pasado. Pero tampoco es injusta. Por eso, si no hay elementos para acusar, tampoco puede haber impunidad para callar. El pueblo merece una explicación.

Y si no puede o no quiere darla, el pueblo lo juzgará en su memoria. Porque este gobierno ha dejado claro que, con la transformación, la verdad ya no se oculta. Se enfrenta, se construye y se defiende. Para que el petróleo, la dignidad y el futuro sigan siendo de todos.