El odio de Trump no podrá con la dignidad mexicana

El veredicto de la comunidad mexicana en Los Ángeles ha sido claro, contundente y cargado de dignidad frente a la nueva ola de agresiones racistas orquestadas desde la Casa Blanca: “fuck ICE”, “fuck Trump”, y el mismo rechazo rotundo para la Guardia Nacional y todo aquel que intente violentarla. No es un gesto aislado ni improvisado; es la respuesta histórica de nuestros paisanos frente a la violencia sistemática que Estados Unidos ha ejercido desde que, con el robo descarado de más de la mitad de nuestro territorio hace 177 años, arrancaron a Los Ángeles —y a toda California— del cuerpo de nuestra patria. Hoy, como entonces, la resistencia mexicana en suelo estadounidense es un ejemplo de valentía y orgullo.

No es casualidad que este intento por “limpiar étnicamente” Estados Unidos vuelva a cobrar fuerza bajo la figura de Donald Trump, un delincuente condenado que gobierna como patrón de una empresa que cree de su propiedad. Un empresario devenido en presidente que utiliza el odio como herramienta política y el racismo como cortina de humo para tapar su cada vez más evidente fracaso. Sus órdenes para intensificar las redadas de ICE contra nuestros paisanos y su amenaza de desplegar la Guardia Nacional son actos que rayan en el fascismo y que violan no sólo los derechos humanos, sino también el espíritu democrático que dicen defender.

Es escandaloso cómo las redadas apuntan, una y otra vez, contra la comunidad mexicana y latinoamericana, dejando intactas a otras comunidades migrantes, en particular aquellas de origen europeo. No olvidemos que el propio Trump es nieto de inmigrantes alemanes y escoceses, y que varios de sus principales aliados en esta cruzada racista —como Pete Hegseth y Kristi Noem— también descienden de inmigrantes noruegos. Pero para ellos la migración es buena cuando el color de piel es blanco y la cultura es europea; en cambio, consideran que nuestras raíces mestizas, indígenas y latinoamericanas deben ser perseguidas y expulsadas.

Trump y sus secuaces se empeñan en criminalizar a nuestros compatriotas, ignorando que los más de 40 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos —de los cuales apenas 4 millones son indocumentados— contribuyen de manera fundamental a la economía, la cultura y el tejido social del país vecino. En ciudades como Los Ángeles, nuestros paisanos han sido el motor del desarrollo económico, la fuerza de trabajo en sectores esenciales, y la fuente de una cultura vibrante que hoy define a California.

El discurso de odio de Trump intenta justificar su brutal represión con el argumento de que combate a “la izquierda radical” y a “alborotadores pagados”, pero la realidad es que la protesta de la comunidad mexicana en Los Ángeles —y en muchas otras ciudades estadounidenses— es una expresión legítima de defensa y de dignidad. No es la izquierda radical la que llena las calles de voces valientes, sino millones de hombres y mujeres que exigen respeto, derechos y reconocimiento.

Pete Hegseth, un secretario de Defensa sin experiencia real en liderazgo militar —más conocido por sus intervenciones como lector de noticias en Fox News que por su capacidad de mando— amenaza ahora con enviar marines a las calles si la Guardia Nacional no logra contener las protestas. ¿De verdad cree el gobierno de Trump que la represión militar podrá silenciar la voz de un millón de paisanos en Los Ángeles? ¿Acaso no entiende que cada acto de violencia solo fortalece la resistencia de nuestra comunidad?

Más grotesco aún es el papel de Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional, que no cesa de agredir verbalmente a los mexicanos en Estados Unidos. Su retórica racista es un insulto a los millones de familias trabajadoras que sostienen la economía estadounidense con su esfuerzo cotidiano. Y es también un insulto a la democracia: en las elecciones presidenciales de 2024, una parte importante de la comunidad mexicana votó —quizás por desesperanza o por falta de opciones reales— por Trump, solo para ser traicionados y convertidos en blanco de su odio.

La presidenta Claudia Sheinbaum, con la claridad y el humanismo que caracterizan a la Cuarta Transformación, ha fijado una postura firme y digna ante esta ofensiva racista: “No estamos de acuerdo con esta forma de atender el fenómeno migratorio; no es con redadas ni con violencia”. Su llamado a una reforma migratoria integral es más necesario que nunca. Y su reconocimiento a los migrantes mexicanos como hombres y mujeres honestos, trabajadores, y fundamentales para el desarrollo de Estados Unidos es una verdad que ningún muro ni ninguna redada podrá borrar.

Frente a los marines, la Guardia Nacional y las redadas de ICE, nuestra comunidad migrante responde con la fuerza de la historia y de la razón. Los Ángeles no sería lo que es sin la sangre y el sudor de los mexicanos y mexicanas que han contribuido a su grandeza. Y Estados Unidos tampoco sería lo que es sin el trabajo incansable de nuestra gente. Migran por necesidad, por la falta de oportunidades provocada, en buena parte, por el propio intervencionismo y las políticas neoliberales impuestas por Estados Unidos en América Latina. Es una hipocresía monumental que quienes han saqueado nuestras economías pretendan ahora expulsar a quienes buscan sobrevivir.

Trump busca aplausos, reconocimiento, ovaciones por su brutal represión. Pero lo que cosecha es el rechazo cada vez más amplio no solo de la comunidad mexicana, sino de todos los sectores progresistas y democráticos dentro y fuera de Estados Unidos. Su popularidad se desploma: apenas un 22% de aprobación tras 100 días en la Casa Blanca, el nivel más bajo en siete décadas. Por eso necesita fabricar enemigos internos y desviar la atención con operativos espectaculares que solo sirven para encubrir su ineptitud.

Desde México, el gobierno de la Cuarta Transformación no puede, no debe, ni va a ser indiferente. Como bien dijo la presidenta Sheinbaum: “México los abraza”. Y ese abrazo no es simbólico; es un compromiso concreto con la defensa de nuestros paisanos. Es un llamado a la paz, a la no violencia, pero también a la resistencia digna frente a la injusticia. Los migrantes mexicanos son héroes y heroínas de la patria. Y como tales, merecen todo nuestro respeto y toda nuestra solidaridad.

La historia nos enseña que ni los marines ni los racistas podrán doblegar la voluntad de un pueblo que lucha por su dignidad. Como hace 177 años, cuando los gringos nos arrebataron California, hoy la comunidad mexicana en Los Ángeles demuestra que no hay muro ni amenaza que pueda detener la fuerza de la justicia. Trump podrá lanzar redadas, podrá militarizar las calles, pero nunca podrá acabar con el espíritu indomable de nuestro pueblo.