El narcofraude de Noboa y la digna postura de México
Mientras en algunas latitudes de América Latina se vive un proceso de profunda descomposición institucional y moral, México destaca por su congruencia, soberanía y defensa del derecho internacional. La reciente elección presidencial en Ecuador ha sido una burda representación de las prácticas más oscuras del neoliberalismo autoritario, donde el poder económico, el aparato del Estado y hasta la bendición de la Casa Blanca confluyen para imponer por la fuerza y el fraude a un personaje de caricatura: Daniel Noboa, el júnior de la oligarquía ecuatoriana, ahora instalado en el Palacio de Carondelet como resultado de un proceso amañado, inequitativo y opaco.

El gobierno de México, encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, no ha titubeado en denunciar lo evidente. “No se reanudarán relaciones con Ecuador mientras Daniel Noboa siga como presidente, porque no hay condiciones para que eso ocurra”, sentenció con claridad y firmeza. Esta postura no solo reivindica el respeto a la soberanía mexicana tras la invasión de nuestra embajada en Quito el 5 de abril de 2024 —una afrenta diplomática de proporciones históricas—, sino que también es una defensa valiente del principio democrático en toda América Latina.
Noboa no es solo el hijo del hombre más rico de Ecuador, Álvaro Noboa, un personaje que representa lo peor del empresariado rapaz: cinco veces candidato presidencial derrotado, evasor de impuestos reincidente y explotador laboral contumaz. Es también el rostro visible de una derecha que ya no se conforma con manipular medios y financiar campañas, sino que recurre sin pudor al uso indebido de recursos públicos y al control institucional para garantizar su perpetuación en el poder.
La Organización de Estados Americanos (OEA), tan acostumbrada a guardar silencio cómplice cuando se trata de gobiernos afines a Washington, se vio obligada en esta ocasión a reconocer las múltiples irregularidades en el proceso electoral ecuatoriano. La misión de observación detectó inequidad en la campaña, uso proselitista del aparato estatal, ambigüedad normativa y la falta de directrices claras por parte de las autoridades electorales. Un contexto de polarización extrema y desconfianza institucional, donde la sombra del fraude no es una narrativa marginal, sino una constatación documentada.
Pero más allá de las irregularidades técnicas del proceso, lo que resulta alarmante es el fondo del proyecto que encarna Noboa. Ecuador atraviesa una etapa de profunda desinstitucionalización, con un Estado minimizado, infiltrado por intereses criminales, donde el narcotráfico no solo domina territorios, sino también finanzas. El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica lo deja claro: el sistema financiero ecuatoriano está siendo penetrado por narcodólares que, en medio del desastre social, fabrican una estabilidad macroeconómica ficticia. La banca reporta superganancias, mientras el pueblo se hunde en la pobreza y la violencia.
Es la misma receta que las derechas latinoamericanas han intentado imponer una y otra vez: privatización, recorte al gasto social, impunidad empresarial, sumisión a los intereses de Estados Unidos. Un modelo agotado que hoy sobrevive gracias al dinero ilícito, al control mediático y, cuando es necesario, al atropello de las leyes y las instituciones. En Ecuador, como antes en Bolivia o en Brasil con el lawfare contra Lula, la derecha no gana elecciones limpias: las arrebata por la fuerza o por el fraude.
En contraste, México ha mostrado una ruta distinta. Desde el inicio del gobierno de la Cuarta Transformación, encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador y continuado con visión estratégica por la presidenta Sheinbaum, nuestro país ha colocado la dignidad por encima del entreguismo, la justicia social por encima del lucro, y la soberanía por encima del intervencionismo. La respuesta inmediata al asalto a nuestra embajada —romper relaciones diplomáticas con Ecuador— no fue una reacción emocional, sino una decisión de Estado que reafirma nuestro compromiso con el derecho internacional y la defensa de nuestros principios.
En momentos donde otros gobiernos progresistas, como los de Chile o Brasil, se apresuraron a felicitar a Noboa en un ejercicio de tibieza e incongruencia, México mantuvo una postura firme, ética y congruente. El propio Donald Trump —el mismo que instaló jaulas para niños migrantes y atacó día tras día a los pueblos de América Latina— se apresuró a felicitar al gringuito ecuatoriano nacido en Miami. ¿Hace falta decir más sobre el tipo de proyecto que representa Noboa?
Incluso en la misma Washington, según revelan fuentes bien informadas, Donald Trump ha colgado en la Oficina Oval un retrato de James K. Polk, el presidente expansionista que promovió la guerra de anexión contra México en 1846. A ese personaje le reza todos los días el anexionista y supremacista Trump, en una muestra más de que su visión del continente no ha cambiado un ápice desde el siglo XIX: América Latina como patio trasero y proveedor de recursos baratos.
Frente a este panorama, resulta más necesario que nunca que los pueblos de nuestra región reconozcan los proyectos verdaderamente populares y soberanos, y distingan entre los gobiernos que representan a sus mayorías y aquellos que solo son marionetas de las élites económicas y del imperio. La Cuarta Transformación en México ha sido un faro en ese sentido: por su lucha contra la corrupción, por su impulso a la justicia social, por su compromiso con el pueblo y por su defensa de la autodeterminación.
Ecuador merece más que un heredero de la oligarquía con aspiraciones de monarca bananero. Merece un gobierno que luche contra la violencia, no que negocie con ella. Que ponga a los pobres en el centro, no que garantice las ganancias de los banqueros. Que respete la voluntad popular, no que la suplante con montajes electorales. La denuncia de México no es un capricho: es una exigencia de justicia continental.
Los gobiernos de derecha pueden cantar victoria momentáneamente con fraudes y complicidades internacionales, pero la historia no olvida. Como lo mostró el pueblo boliviano en 2020, como lo demostró México en 2018, como lo ratificará una y otra vez nuestra América Latina despierta: la verdad se abre camino y la justicia social es un anhelo incontenible. Lo que Noboa representa es un pasado de privilegios, corrupción y violencia. Lo que representa México, con Sheinbaum al frente, es el futuro de dignidad, justicia y paz para nuestros pueblos.