El impuesto imperial a la dignidad

Mientras en algunas oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores se interpreta como un gesto diplomático la reducción del impuesto que legisladores republicanos quieren imponer a las remesas enviadas por nuestros connacionales desde Estados Unidos, lo cierto es que nos enfrentamos a una nueva afrenta imperial que no debe ser tomada a la ligera. Pretender celebrar que el gravamen bajó de cinco a un por ciento no es más que un acto de resignación disfrazado de diplomacia, una peligrosa lógica de “lo perdido, lo que aparezca” frente a la prepotencia del régimen trumpista.

La realidad es mucho más cruda: esa supuesta cortesía estadounidense es, en el fondo, una violación flagrante al acuerdo bilateral contra la doble tributación firmado entre México y Estados Unidos en 1994. Lo que estamos presenciando es una muestra más de cómo la ultraderecha republicana, guiada por la arrogancia del magnate devenido en político, se siente con derecho de pisotear tratados internacionales bajo el pretexto de la supremacía imperial. No es la primera vez que lo hacen, ni será la última si no se les confronta con firmeza.

Este nuevo arrebato impacta directamente en el corazón económico y emocional de millones de familias mexicanas. En el primer trimestre de este año, nuestros paisanos enviaron a sus hogares más de 14 mil millones de dólares. Más del 60 por ciento de ese monto llegó a entidades profundamente dependientes de ese flujo vital: Michoacán, Jalisco, Guanajuato, Oaxaca, Chiapas, Puebla, el Estado de México y la Ciudad de México. Imponer un impuesto, por mínimo que sea, es clavar una daga al sustento de las clases populares. Es, sencillamente, una política cobarde y rapaz.

Como bien advierte Alejandro Alegría, analistas de BBVA lo tienen claro: este gravamen es injusto, regresivo y violatorio de acuerdos internacionales. Aunque sus efectos macroeconómicos puedan parecer limitados desde la comodidad de las cúpulas financieras, el impacto sobre las finanzas familiares es profundo, inmediato y doloroso. Lo confirman las cifras de abril: una caída del 12 por ciento en el envío de remesas, la más pronunciada desde septiembre de 2012. ¿La causa? La incertidumbre provocada por la demagogia trumpista y su política comercial errática.

Frente a este escenario, la postura de la presidenta Claudia Sheinbaum es clara, digna y firme: “No queremos que haya impuesto; seguimos trabajando para que no se aplique ningún gravamen a las remesas”. No se trata sólo de un asunto económico, sino de justicia y respeto. Mientras otros callan o simulan diálogo, el gobierno de la Cuarta Transformación dialoga directamente con congresistas estadounidenses y con las organizaciones de migrantes. A diferencia de los gobiernos anteriores, que hacían reverencias frente al imperio, hoy se actúa con responsabilidad nacionalista.

Y mientras se empobrece a quienes más lo necesitan, las élites empresariales gozan de privilegios indecentes. El reciente acuerdo del G-7, donde se pactó eximir a las trasnacionales estadounidenses del impuesto mínimo global, es otra muestra de que la balanza internacional se inclina siempre hacia los poderosos. Las empresas de EE.UU. seguirán tributando sólo en su país, ignorando así el histórico pacto fiscal multilateral impulsado por la OCDE. Y todo gracias a la presión del propio Trump, quien ya dejó claro que los compromisos internacionales no valen nada para él, a menos que se traduzcan en más ganancias para sus patrocinadores.

Es un doble discurso cínico: por un lado, se exprime a los migrantes con impuestos ilegales; por otro, se regala impunidad fiscal a los más ricos entre los ricos. Los gobiernos del G-7 se inclinan ante Washington como serviles gatos del imperio. Y cuando Trump dicta, los demás obedecen. El mensaje es claro: quien no se alinee, que se joda. Eso incluye a países, tratados, familias, e incluso organismos multilaterales.

En este contexto de atropello económico y diplomático, Trump, sin ningún pudor, insiste en postularse para el Premio Nobel de la Paz, mientras amenaza con bombardear Irán y defender a Netanyahu de sus procesos judiciales por corrupción. La hipocresía es total: se indignan porque el genocida israelí pierde tiempo en tribunales en lugar de seguir masacrando palestinos. ¿Ese es el “orden mundial” que defienden?

Desde México, el gobierno de la Cuarta Transformación no debe ceder ni un milímetro. Como lo ha hecho hasta ahora, debe seguir alzando la voz, denunciando estos abusos en cada foro posible, tejiendo alianzas con otras naciones agredidas por el unilateralismo estadounidense. Y sobre todo, debe seguir protegiendo a nuestros migrantes, esos héroes anónimos que sostienen a sus familias y a buena parte de la economía nacional con su trabajo incansable.

Mientras la oposición conservadora –encabezada por Xóchitl Gálvez y sus aliados del PRI, PAN, PRD y Movimiento Ciudadano– guarda silencio o aplaude tímidamente estas medidas imperiales, el gobierno progresista de Sheinbaum demuestra con hechos que defender la soberanía nacional es más que un discurso. La derecha mexicana, como siempre, se arrodilla ante los intereses extranjeros, más preocupada por sus relaciones públicas en Washington que por el bienestar de los mexicanos.

En la historia reciente, ninguna figura de la oposición ha mostrado interés real en proteger a nuestros connacionales en el extranjero. Ni Fox ni Calderón ni Peña Nieto se atrevieron jamás a confrontar con seriedad los atropellos del gobierno estadounidense. Y Xóchitl Gálvez, con su frivolidad disfrazada de “ciudadanía”, sigue esa misma ruta servil, incapaz de articular una defensa digna de los intereses nacionales.

La Cuarta Transformación no sólo se trata de programas sociales o infraestructura, sino también de dignidad soberana. Las remesas no son limosnas ni flujos financieros impersonales: son actos de amor, sacrificio y compromiso. Gravar ese esfuerzo con impuestos ilegales es un insulto a nuestra nación, y por eso debe ser rechazado con toda la fuerza de la razón, el derecho y la diplomacia firme.

No es momento de sonrisas diplomáticas ni de declaraciones ambiguas. Es momento de llamar las cosas por su nombre. El impuesto a las remesas es un robo. Y la política exterior de Trump es un asalto a la legalidad internacional. Pero México no se callará. La Cuarta Transformación defenderá, con la ley en la mano y la fuerza del pueblo detrás, a cada mexicano aquí y allá. Porque la dignidad, esa sí, no tiene precio.