El día que más de un millón de personas marcharon con AMLO
En el pequeño Sanborns de avenida Juárez, la realidad mexicana imitó a la ficción cinematográfica evocando una escena de la película Casablanca, cuando Martí Batres invitó desde los televisores a entonar el Himno Nacional y el público de la cafetería se puso de pie, se quitó sombreros y gorras, alzó el puño combativo y rompió a cantar con toda la fuerza de su ronco pecho. Era la una de la tarde. El mitin había terminado y el Zócalo estaba a reventar, pero la inmensa mayoría de la gente permanecía sobre Paseo de la Reforma, desde el edificio de la Lotería hasta el Auditorio Nacional, y no iba a dejar de llegar a la meta.
“Que somos por lo menos un millón de personas”, comenzaron a decir entonces quienes circulaban con aparatos de radio al hombro; un millón 200 mil, aseguraban otras voces minutos después, contrastando con las 120 mil que desde su perspectiva calculó el titular de la Secretaría de Seguridad Pública federal, el panista y foxista Ramón Martín Huerta.
“Quienes votaron por el PAN en el año 2000 tienen derecho a rectificar; exijamos un plebiscito para que renuncie Fox”, clamaba un ideólogo espontáneo en la esquina de Palma y Madero, dos horas después del discurso de Andrés Manuel López Obrador, cuando, olvidados ya de la consigna de marchar en silencio, los penúltimos contingentes se disponían a entrar en el Zócalo.
“Fox, sólo tengo dos años de vida y ya estoy hasta la madre de ti”, se leía en una cartulina colgada del microcuerpo de una bebé de brazos. “Fox, te felicito dos veces: una porque sacaste al PRI de Los Pinos, y dos porque vas a sacar al PAN”, decía la tinta negra de un papel amarillo.
“México está de luto, la democracia ha muerto”, repetían en fondo negro numerosos impresos. “Bruce Lee sí, Vicente no”, ironizaba un cartel en manos del activista Oscar Moreno.
“Voy callado, escuchen mis mentadas”, explicaba desde su pancarta un hombre de anteojos y tapabocas. “En México se ha soltado una epidemia de jijos de la chingada que nos están matando de hambre”, alertaba otro y, sin duda el hombre con más estudios, animaba en griego y en español: “Demos tú tienes el kratos”.
Los muchos mensajes escritos
Comprometidos con el deber de guardar silencio para dar más fuerza a la protesta, los manifestantes se prodigaron en mensajes escritos. Aquí algunos más: “Panistas y priístas, con sus 2000 pesos les compro su pinche dignidad y me tienen que dar vuelto.” “La democracia de México no vale dos mil pesos.” “¿Señor López? Mis huevos. Se llama López Obrador.” Un lema se repetía con insistencia: “No se apenDG, el bueno es el PG”. Y herederos de la resistencia zapatista, diversos cartoncillos adaptaban a esta causa el “Todos somos López”, pero un diseñador gráfico añadió sobre el reverso del mensaje: “Nobody is Fox”.
Era notoria, palpable, desbordante la enjundia contra el jefe del Ejecutivo federal, como se desprende de las siguientes muestras:
“Fox, terminas tu sexenio, agarras a tu vieja y te la llevas al rancho.” “Queremos el desafuero del presidente corrupto Vicente Fox y el pueblo no está contigo” “Fox, eres un fracaso.” “Fox, si tienes dignidad renuncia. Familia: Peña.” “Fox, nos estás matando de hambre.” “Se busca a (retrato de Fox) traidor a la patria.” Y un largo etcétera.
La hora de replegarse
Si a estas opiniones sumamos las que Salman Rushdie, Tomás Eloy Martínez, Laura Restrepo, Ryszard Kapuscinski y otros escritores mundiales -Fernández de Cevallos los llamará de nuevo “grupito”- externaron el sábado en una carta a nombre del PEN Club, días después de que en el mismo sentido se pronunciaran Eduardo Galeano, José Saramago y Mario Benedetti, haciendo eco a las voces más influyentes de la política mexicana -desde el rector de la UNAM hasta el subcomandante Marcos y los banqueros- y a la abrumadora mayoría de los periódicos más leídos del mundo, es evidente que en la aventura del desafuero el “presidente del cambio”, ha perdido la batalla de la opinión pública y está condenada a replegarse antes que sea demasiado tarde y se desmorone toda la estructura institucional.
Por eso la gente que salió ayer, y salió por decenas de cientos de miles, convirtió la marcha del silencio en un ensayo general de la marcha de la victoria y, cumpliendo los tres principios básicos de la desobediencia civil -la firmeza, la creatividad y la alegría-, improvisó un carnaval en el que destacaron como nunca las esculturas alegóricas de papier-maché, muñecos de dimensiones extraordinarias, de tal suerte que el acto fue, asimismo, dirían los publicistas, una “magna expo” de la plástica popular.
Porfirio y Cuauhtémoc
Unos señores, por ejemplo, llevaban un enorme títere de franela, un negro gusano con la cabeza de Fox, titulado “Víbora prieta”. Un grupo de Coyoacán construyó una réplica del caballo de Troya con huacales de madera y lo dejó a la puerta de Palacio Nacional… Otro, pero de Iztapalapa, esculpió la efigie del señor de las botas, con su hebilla y su sombrero, pero con la nariz de Pinocho, y en el bando opuesto los coheteros mexiquenses de Tultepec aportaron un descomunal toro de alambre, de más de cinco metros de eslora de la nariz a la cola, forrado de engrudo y periódicos, y decorado con la leyenda ya habitual de “Peje el Toro es inocente”.
Y no conformes con esto subían a los niños, como en los rodeos mecánicos de pueblo, y le daban vueltas en redondo al armatoste y la gente se moría de risa, tanto los jinetes como sus padres, por no mencionar que proliferaban las “estatuas” en cartón piedra de Andrés Manuel, vestido de saco y corbata con su traje gris y el rostro muy serio en el marco de su cabeza blanca, rodeado de cerdos de papel de china.
Eran las diez de la mañana con 19 minutos cuando en compañía de sus tres vástagos, José Ramón, Andrés y Gonzalo, a bordo del Jetta negro que le prestó un amigo, en remplazo provisional del Tsuru blanco del gobierno capitalino, López Obrador se vio rodeado de simpatizantes de la Asamblea de Barrios en el paso a desnivel que sube desde el Circuito Interior a Paseo de la Reforma, bajo la puerta de los leones de Chapultepec, y no pudo avanzar un milímetro más.
“Hagan una valla para que pase, compañeros”, gritaban algunos, y otros intentaban obedecer, pero no había modo. La gente era un denso río de carne humana estancada desde el Museo de Antropología, a la altura de Polanco, hasta el monumento a Cuauhtémoc en Insurgentes y Reforma, y no cabía nadie más, ni siquiera el protagonista central del evento.
Meter reversa, solución y lección
Detrás del volante del Jetta, Nicolás Mollinedo, el coordinador de logística del Peje de Gobierno, hablaba por sus tres teléfonos celulares en pos de una solución al inesperado problema, pero sus ayudantes tampoco podían acudir al pedido de auxilio por la misma razón: falta de espacio. Salida de quién sabe dónde, y seguida por algunas personas más, surgió Yeidckol Polevnsky, la candidata del PRD al gobierno del estado de México, y echando un rápido vistazo a la escena encontró la fórmula salvadora, la única viable en ese instante: meter reversa.
Y gracias al sabio consejo, el coche de Andrés Manuel retrocedió hasta el Circuito Interior, dobló a la derecha sobre Río Nazas, pasó por Río Niágara y fue a dar a espaldas de la glorieta del Angel, donde el titular del GDF se incorporó a la multitud.
Todavía no eran las once de la mañana. A la cola de la cola, en medio de un espacio inmenso, del tamaño de una alberca olímpica, despejado por los brazos y los cuerpos de cientos de jóvenes, estaba la llamada “descubierta” de la columna, en la que se habían colocado los dirigentes del PRD y el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
Para su desventura, cuando el ex candidato presidencial fue reconocido por los manifestantes, muchos de éstos olvidaron que la marcha iba a ser silenciosa y empezaron a gritarle “traidor”, “vendido”, incluso “salinista”. El rostro del michoacano se endureció.
Acostumbrado a la adversidad, Cárdenas emprendió la caminata sin que las palabras hirientes dejaran de llover a su paso, y fue tanta la presión popular que poco antes de llegar a la glorieta del Angel abandonó la procesión. Sin embargo, dijo a los periodistas que se retiraba para tomar un avión, pues tenía “un compromiso fuera del país”.
Una sorpresa distinta, y no por ello menos desagradable, fue la que sufrió Porfirio Muñoz Ledo, invitado como orador inaugural del mitin. Ante el Zócalo repleto a más no poder, escuchó una ensordecedora rechifla cuando el sonido local anunció su nombre. Enseguida tomó la palabra atizando el escándalo y terminó el discurso más breve de su carrera política un minuto y medio después. López Obrador lo relevó en el micrófono inmediatamente.
En Reforma y Lafragua, cuadras antes de la avenida Juárez, donde había una pantalla gigante frente al hemiciclo, la muchedumbre supo que había topado con las limitaciones físicas de la ciudad más grande del mundo o, en otras palabras, que ya no había espacio para dar un paso más.
Y entonces aparecieron los radios portátiles, los hombres-bocina con su aparato en las manos, rodeados de atentos escuchas, que estallaron en aplausos cuando Andrés Manuel López Obrador anunció que hoy, como siempre, a las seis del alba, volverá a su oficina, a “supervisar las obras y los programas”, por- que nadie lo acusa de ningún delito y ninguna ley se lo impide.
Ahora, como dicen los clásicos, la pelota está en la cancha de Vicente Fox.
Crónica de Jaime Avilés publicada originalmente el 8 de abril del 2005 en el diario La Jornada.