Claudia Sheinbaum y el principio de autoridad: Morena, entre el discurso y la depuración
El reciente mensaje de la presidenta Claudia Sheinbaum al Consejo Nacional de Morena no es una simple proclama ética; es, en su sentido más profundo, un acto de reafirmación del liderazgo y una convocatoria urgente a reordenar la casa. Frente a los desórdenes internos, las ambiciones desmedidas y la desviación de principios por parte de algunos actores del movimiento, Sheinbaum ha lanzado una advertencia que, aunque sin nombres explícitos, resuena con fuerza y dirección hacia quienes han querido confundir la Cuarta Transformación con una franquicia de poder personal.

No hay lugar a dudas: el documento leído por la mandataria en el cónclave morenista es una pieza doctrinal y operativa que busca marcar la pauta de lo que debe ser Morena bajo su conducción. Un llamado que remite a los momentos fundacionales del movimiento, cuando la lucha contra la corrupción, el dispendio y la simulación era el estandarte irrenunciable de quienes, junto a Andrés Manuel López Obrador, luchaban contra el viejo régimen.
Hoy, con Morena en el poder y con la 4T como proyecto hegemónico, esa congruencia vuelve a ser puesta a prueba. La presidenta Sheinbaum, como militante con licencia y heredera legítima de la voluntad popular que reeligió al obradorismo en las urnas, ha asumido el rol que le corresponde: liderar también desde la moral pública y el ejemplo institucional. Al hacerlo, enfrenta resistencias que, aunque internas, ya no pueden ser toleradas si se quiere mantener la legitimidad del movimiento.
El mensaje presidencial tocó nervios concretos. Se habló del uso indebido de recursos, de la renta de helicópteros y jets privados, de los lujos injustificables, de la prepotencia disfrazada de liderazgo. ¿A quién iba dirigido ese recordatorio ético? A figuras como Adán Augusto López Hernández, cuya relación con grupos empresariales ha sido objeto de sospechas fundadas; a Ricardo Monreal y Pedro Haces, conocidos por su proclividad al confort y a las formas políticas tradicionales que tanto daño hicieron al país; al propio Andrés Manuel López Beltrán, hijo del presidente fundador, que ha sido mencionado en círculos políticos como aspirante a heredero de cúpulas sin una trayectoria probada de lucha social.
También se aludió, de forma inevitable, al grupo residual de Marcelo Ebrard, que persiste en mantener una actitud beligerante y calculadora, más propia de los viejos tecnócratas que de un proyecto transformador. No es casualidad que la senadora Andrea Chávez, cercana a ese grupo, haya protagonizado gestos de precampaña financiados por empresarios, en abierta contradicción con los nuevos lineamientos.
La presidenta fue clara: no se permitirá que el dinero privado pervierta la competencia interna, ni que el poder se use para enriquecerse o presumir privilegios. No se trata de un capricho, sino de una necesidad histórica. Morena no puede convertirse en lo que combatió. El “partido de Estado” que tanto se critica no es una estructura formal, sino una deformación moral: el uso de recursos públicos o la concentración de decisiones en cúpulas alejadas de las bases. Por eso Claudia Sheinbaum, con legitimidad ganada en urnas y congruencia con su trayectoria, fija ahora los límites.
Desde la cúpula del Consejo Nacional, Alfonso Durazo, otro actor a observar, secundó la exigencia presidencial. En Morena se vale aspirar, pero no pisoteando a los compañeros de lucha. Esa es la diferencia con el PRIAN, donde las candidaturas eran botines entregados por acuerdos de élite y no por méritos ni por respaldo popular. En la 4T, la democracia interna debe ser auténtica, no solo simulada.
El reto, sin embargo, no es menor. La resistencia de las facciones que se sienten dueñas de espacios políticos es evidente. Algunas han crecido al amparo del poder sin comprometerse con los principios. Pero ahora, con una presidenta decidida a ejercer el liderazgo moral y político, no habrá lugar para la simulación. Del dicho al hecho hay mucho trecho, sí, pero también es cierto que los hechos comienzan con el dicho claro, con la directriz firme.
El desafío mayor está en enfrentar a aquellos que creen que pueden jugar al margen del movimiento. Lo que se pide no es renunciar a aspiraciones, sino someterlas a principios. Es legítimo querer gobernar, pero no es legítimo hacerlo desde el lujo, el abuso o la complicidad con intereses oscuros. Lo que Claudia Sheinbaum plantea es una renovación ética en el ejercicio del poder. Y eso incluye revisar las prácticas de todos, sin excepciones.
En el fondo, lo que está en juego es la continuidad verdadera de la Cuarta Transformación. No basta con mantener programas sociales o grandes obras; hay que garantizar que los valores del movimiento no se diluyan en la lógica perversa de los cotos de poder. Por eso la presidenta insiste en que Morena no se convierta en un partido de Estado, porque eso sería la traición más grande a la herencia de López Obrador.
Y sí, hay sectores que esperan que esas palabras sean solo retórica. Pero Sheinbaum ha demostrado, tanto como jefa de gobierno como candidata, que sus decisiones tienen consecuencias. No llegó al poder para administrar inercias, sino para consolidar un proyecto histórico. Los que hoy se sienten incómodos con su liderazgo son, en buena medida, los mismos que vieron en Morena una plataforma para repetir los vicios del PRI y del PAN.
Lo que sigue ahora es la acción. El Consejo Nacional ha fijado acuerdos que deben traducirse en reglamentos, sanciones y decisiones concretas. No se puede permitir que las campañas se financien con dinero privado ni que los funcionarios vivan en el lujo mientras el pueblo sigue luchando por mejores condiciones. Se trata de coherencia, no de estética.
El mensaje de Claudia Sheinbaum es una advertencia, pero también una invitación: a volver al origen, a recordar por qué nació Morena, a honrar la lucha de millones de mexicanas y mexicanos que votaron por un cambio verdadero. Si algunos prefieren seguir jugando a la política tradicional, deberán saber que el movimiento tiene ya un liderazgo firme y claro. Y que en la Cuarta Transformación no hay espacio para las simulaciones.