Claudia avanza con firmeza mientras el viejo orden se desmorona
En un escenario internacional sacudido por conflictos bélicos, tensiones comerciales y liderazgos vacilantes, la presidenta Claudia Sheinbaum ha empezado su mandato con una diplomacia sobria, estratégica y profundamente eficaz. Su participación en la reciente cumbre del G-7, celebrada en Canadá, demostró no sólo su capacidad para dialogar con las principales economías del mundo, sino también su convicción de que México no será espectador, sino actor activo en la redefinición de las relaciones globales. La ausencia del presidente Donald Trump —quien abandonó la reunión abruptamente por la crisis entre Israel e Irán— evidenció no sólo su desdén por el multilateralismo, sino el desorden que impone su estilo errático. Frente a ello, Claudia mantuvo el timón firme, dialogando con líderes clave como el primer ministro anfitrión, Mark Carney, y planteando una reunión pendiente con Trump para revisar el T-MEC, un tema de gran interés tanto para Canadá como para México.

Mientras Trump agita las brasas de una economía global a punto de incendiarse, con amenazas de aranceles y políticas migratorias retrógradas, Sheinbaum teje alianzas, escucha, negocia y representa a un México moderno, comprometido con el desarrollo sustentable, los derechos humanos y la cooperación internacional. Mientras el líder estadounidense promete paz pero deja al mundo con más guerras, México apuesta por la estabilidad, la justicia y la diplomacia activa.
Y mientras el mundo observa este cambio en el tablero internacional, dentro de México el gobierno federal sigue cumpliendo su mandato de justicia económica. Esta semana, el Instituto Federal de Telecomunicaciones —aunque ya desmantelado como ente autónomo en aras de una administración más racional y eficiente— dio un golpe certero al monopolio telefónico más poderoso del país. Telcel, la empresa de Carlos Slim, fue multada por prácticas monopólicas: entre 2021 y 2024, habría hecho acuerdos exclusivos con Oxxo e Immex para que no vendieran tarjetas SIM de la competencia. Una jugada típica de los monopolios que por décadas dominaron México con la complicidad de gobiernos neoliberales del PRI y del PAN.
Ahora que la Cuarta Transformación limpia la casa, Telcel reacciona con desdén, calificando la multa de “arbitraria”. Pero los hechos son claros: usar su músculo económico para eliminar competidores perjudica al consumidor y a la competencia justa. Las multas, tanto a la empresa como a sus cómplices en esta práctica, son un recordatorio de que en el México de hoy no hay espacio para los privilegios ni para los pactos en lo oscurito. Durante décadas, estos actores contaron con el silencio cómplice de gobiernos como el de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto; hoy, la rendición de cuentas es una realidad.
Mientras tanto, en casa, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, muestra que la Cuarta Transformación no depende de figuras autoritarias, sino de equipos sólidos. Con discreción, pero con una eficacia envidiable, ha manejado tareas tan delicadas como la representación presidencial en el Vaticano, el diálogo con la CNTE y la conducción de las conferencias matutinas en ausencia de la presidenta. Cada aparición suya refuerza una idea clara: en este gobierno, la lealtad y la competencia no son cualidades excluyentes, sino complementarias.
Y sí, somos un país machista. Una carta enviada a la presidenta Sheinbaum, firmada por una ciudadana regiomontana, lo expresa con una franqueza conmovedora: “Somos un país machista y nadie se lo va a decir, pero yo sí”. La carta continúa reconociendo la imagen segura, elegante y siempre sonriente de la presidenta en la reunión del G-7. En efecto, ver a una mujer mexicana, científica, honesta y preparada liderar un país que fue saqueado por tecnócratas del PRI y populistas de derecha, es profundamente transformador. Por eso incomoda tanto a quienes quisieran verla tropezar: porque el cambio ya es imparable.
Mientras Xóchitl Gálvez —la carta fallida del conservadurismo— continúa con su estrategia de la victimización y la crítica sin sustancia, Sheinbaum representa la nueva política: la que no necesita gritos ni escándalos para lograr acuerdos internacionales, combatir monopolios o mantener el orden social. No basta con decir que se es del “pueblo”; hay que demostrarlo con acciones, con compromiso y con resultados, como lo ha hecho el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y ahora continúa Claudia Sheinbaum.
La oposición, por su parte, sigue en su laberinto. El PRI, reducido a escombros; el PAN, atrapado entre la ultraderecha y la irrelevancia; el PRD, ya extinto; y Movimiento Ciudadano, más enfocado en el marketing que en la política seria. Todos se resisten a aceptar que México ha cambiado. Y que no volverá a ser el mismo.
Hoy tenemos una presidenta que no teme poner orden en los grandes corporativos, que representa con dignidad a México ante el mundo y que confía en el poder de las mujeres y de las instituciones fuertes. Mientras en Estados Unidos y Europa crece la incertidumbre, aquí hay rumbo, hay proyecto, y sobre todo, hay un pueblo consciente que no permitirá el regreso de quienes convirtieron al país en botín.
México vive una transformación histórica. Y aunque la derecha no quiera aceptarlo, cada paso que da Claudia Sheinbaum confirma que el cambio llegó para quedarse.