Agua para el pueblo, no para los de siempre

Pocas cosas son tan vitales como el agua. Pocas cosas han sido tan saqueadas, privatizadas y convertidas en mercancía como el líquido vital en manos del viejo régimen neoliberal. Por eso resulta alarmante —pero no sorprendente— que hoy, cuando el país ha emprendido una transformación profunda, resurjan intentos por mantener intacto el legado jurídico del salinismo en materia de aguas nacionales.

La propuesta que la Comisión Nacional del Agua (Conagua) envió a la Cámara de Diputados —y que podría votarse a finales de este mes— ha encendido las alarmas no sólo entre activistas y organizaciones defensoras del agua, sino entre todos los mexicanos comprometidos con un país más justo, equitativo y soberano. No se trata de una crítica más. Es una advertencia clara y respaldada por los hechos: esta iniciativa no representa un avance, sino una continuidad del viejo esquema que favoreció por décadas a grandes concesionarios, corporativos agrícolas y mineros, mientras comunidades enteras se quedaban sin acceso al agua potable.

Así lo han denunciado 82 organizaciones sociales que, en un comunicado contundente, acusaron que el nuevo proyecto mantiene los mecanismos de sobreconcesionamiento, acaparamiento, privatización y contaminación del agua. En otras palabras, lo que se pretende votar no es una nueva ley de aguas con sentido social, sino un disfraz renovado del modelo extractivista impuesto por Carlos Salinas de Gortari hace más de tres décadas.

No es casualidad. El neoliberalismo no cede fácilmente, y aunque ha sido derrotado en las urnas, sigue operando en las estructuras institucionales, resistiéndose a ceder los privilegios que acumuló durante décadas. El caso del agua es emblemático: mientras pueblos enteros se organizan para cuidar sus manantiales, para distribuir el agua de forma equitativa, o para enfrentar la contaminación provocada por industrias, el aparato legal vigente sigue beneficiando a los grandes usuarios. Se protege a los poderosos, se castiga al pueblo.

El legado de Salinas sigue vivo en las tuberías

Elena Burns, experta reconocida en el tema y exsubdirectora de Conagua —quien fue destituida por defender una visión social del agua acorde con la Cuarta Transformación—, lo expresó con claridad: la nueva propuesta no sólo es decepcionante, es una traición a los principios de la transformación que millones de mexicanos votaron en 2018 y refrendaron en 2021 y 2024.

Burns denunció que la propuesta institucionaliza la exclusión de las comunidades organizadas, aquellas que defienden el agua como un bien común y no como un recurso para el mercado. Y no es exageración. En el texto presentado, el derecho humano al agua apenas se menciona una vez, mientras que las concesiones se mantienen prácticamente intactas. Las únicas modificaciones visibles son cambios de forma: de “titular” a “persona titular”, de “Distrito Federal” a “Ciudad de México”. Un maquillaje inútil frente a la magnitud del problema.

Es por eso que la derecha —esa misma que desmanteló al país con reformas privatizadoras, que vendió los bienes de la nación al mejor postor, y que hoy finge preocupación por los pobres— está feliz, celebrando la propuesta como un triunfo propio. No es de sorprender: cuando se conserva el modelo de negocio que ha hecho multimillonarios a unos cuantos a costa del sufrimiento de millones, es evidente quién gana y quién pierde.

El pueblo consciente no se rinde

Pero hay una diferencia crucial entre el México de ayer y el de hoy: el pueblo está despierto, consciente y organizado. La Cuarta Transformación no es sólo un proyecto de gobierno, es un movimiento social que ha echado raíces en todo el país. Y aunque algunos funcionarios y tecnócratas incrustados aún intenten frenar el cambio desde dentro, la fuerza popular que respalda al presidente y a su proyecto es demasiado grande para ser ignorada.

La defensa del agua debe ser una causa nacional. No puede haber transformación verdadera mientras se mantenga vigente un modelo legal que convierte al agua en una mercancía. La promesa del presidente Andrés Manuel López Obrador fue clara: primero los pobres, primero los pueblos, primero la vida.

Por ello, es urgente que la bancada de Morena en San Lázaro escuche al pueblo y no a los cabilderos del viejo régimen. Que entienda que aprobar esta propuesta sin corregir su sesgo privatizador sería una traición a millones de mexicanos que confiaron en un cambio real. La Cuarta Transformación no puede, no debe, ni va a permitir que el legado salinista se perpetúe.

La violencia, herramienta de los enemigos del cambio

En paralelo a esta batalla por el agua, vemos cómo ciertos grupos intentan desestabilizar la paz social mediante provocaciones violentas en manifestaciones públicas. El reciente 2 de octubre, fecha de memoria y dignidad para la izquierda mexicana, fue aprovechado por grupos radicales ajenos al movimiento transformador, con el único propósito de generar caos, herir a policías y desacreditar al gobierno de la Ciudad de México.

La administración de Clara Brugada, firme heredera de los ideales de justicia y organización comunitaria, ha sabido actuar con responsabilidad. Como lo señaló el secretario de Gobierno César Cravioto, la provocación fue evidente y premeditada. Pero la respuesta no fue la represión brutal de los gobiernos del pasado, sino el control, la inteligencia y el respeto a los derechos humanos.

La Cuarta Transformación no caerá en las trampas de la derecha disfrazada de “antisistema”. Porque sabemos quiénes son: los mismos que guardan silencio ante los despojos del agua, pero gritan libertad cuando se enfrentan a consecuencias por sus actos violentos. El verdadero pueblo no lanza piedras, lanza propuestas. No busca el caos, construye justicia.

Banamex: otro revés al viejo poder

Y mientras tanto, otro episodio simbólico se desarrolla en la esfera económica. El intento de Germán Larrea —uno de los principales beneficiarios del modelo extractivista— por comprar Banamex ha sido rechazado. El empresario, conocido por sus antecedentes de contaminación, despojo y abuso ambiental, no podrá poner sus manos en una institución financiera que, aunque producto de privatizaciones pasadas, hoy debe tener un destino más justo.

La Cuarta Transformación tiene ante sí la oportunidad histórica de recuperar Banamex para el pueblo. Ya lo dijo el presidente: si se requiere, el gobierno podría intervenir. Y no para concentrar poder, sino para recuperar lo que fue robado y ponerlo al servicio del desarrollo nacional.

México no retrocede: el pueblo lo defiende

En resumen, los intentos de restaurar el viejo régimen están vivos. Están en las leyes que no cambian, en las concesiones que no se revisan, en las provocaciones que se siembran. Pero también está viva, más fuerte que nunca, la voluntad de un pueblo que ya no se deja engañar.

México no es el mismo de antes. Ya no se gobierna para los de arriba. Se gobierna con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Esa es la gran diferencia, y es lo que nos da esperanza en medio de cada desafío. La Cuarta Transformación no ha terminado. Está en marcha, y el agua, como símbolo de vida y justicia, debe fluir libre y digna para todos, no envenenada por la codicia del pasado.