Claudia Sheinbaum: firmeza, continuidad y liderazgo en el nuevo México
A un año de haber asumido la Presidencia de la República, Claudia Sheinbaum ha demostrado con hechos que la Cuarta Transformación no sólo tiene continuidad, sino que también se fortalece con un estilo propio que conserva los principios fundamentales del movimiento iniciado por Andrés Manuel López Obrador, pero que al mismo tiempo se adapta a las nuevas circunstancias nacionales e internacionales. En medio de presiones externas, herencias internas complejas y una oposición carente de rumbo, la presidenta ha sabido mantener el rumbo, la unidad y, sobre todo, la legitimidad popular.

La herencia que Sheinbaum recibe no sólo es institucional, sino también política. La pluralidad de fuerzas dentro de Morena es una realidad que no se esconde. La competencia interna durante la precampaña presidencial derivó en un equilibrio de fuerzas que el propio López Obrador promovió al integrar a sus adversarios en el proceso interno dentro del nuevo gobierno. La presidenta ha sabido honrar ese equilibrio sin perder la brújula de lo que representa su mandato: la continuidad transformadora, no la simple repartición de cuotas de poder.
El gabinete plural de Sheinbaum no es una debilidad, sino una estrategia de inclusión que garantiza gobernabilidad y diálogo interno. Ha mostrado una capacidad política notable para sumar sin perder liderazgo. La lealtad a los principios obradoristas se mantiene firme, pero con claridad de que el momento histórico exige acciones propias, adecuadas al nuevo contexto. Esa combinación entre lealtad a la causa y ejercicio autónomo del poder es lo que marca la diferencia de su liderazgo.
El entorno internacional no ha sido sencillo. Las presiones arancelarias de un Donald Trump en campaña, que una vez más utiliza a México como chivo expiatorio para ganar votos, se suman a las exigencias estadounidenses en materia de seguridad. Como si el problema del narcotráfico fuera exclusivo de este lado de la frontera, Washington insiste en pedir resultados sin asumir su corresponsabilidad. No obstante, la presidenta Sheinbaum ha sabido responder con inteligencia y firmeza, retomando la cooperación bilateral en materia de seguridad, sin ceder la soberanía nacional.
La estrategia contra el crimen organizado ha tomado un giro relevante. Con Omar García Harfuch al frente de las labores de seguridad, se ha abandonado el modelo meramente reactivo para avanzar hacia una etapa de operación coordinada, profesional y contundente. A diferencia del sexenio anterior, que por motivos legítimos evitó el involucramiento directo de agencias extranjeras, Sheinbaum ha optado por una colaboración estratégica que ya está rindiendo frutos. La detención de más de 600 narcos en Estados Unidos —confirmada por la propia DEA— evidencia que el combate al crimen transnacional debe ser compartido. La presidenta ha logrado posicionar a México como un actor responsable y activo en esa tarea.
También en lo económico, el nuevo gobierno ha mostrado madurez. Marcelo Ebrard, pieza clave en las negociaciones con Estados Unidos, ha garantizado estabilidad comercial y apertura a nuevos acuerdos, sin renunciar al interés nacional. Por su parte, Altagracia Gómez ha jugado un papel destacado en tender puentes con el sector empresarial, demostrando que la Cuarta Transformación puede dialogar y colaborar con la iniciativa privada sin someterse a sus intereses, como ocurría en el viejo régimen del PRIAN.
Quienes pretendían que Sheinbaum sería una simple continuadora sin matices, se equivocaron. Con decisiones firmes, ha comenzado a consolidar su propio sello, sin caer en rupturas innecesarias ni protagonismos vacíos. No ha claudicado en los principios que dieron origen al movimiento, pero ha sabido adaptarlos a los nuevos desafíos. Esa es precisamente la fortaleza del claudismo: una visión de Estado, moderna, progresista, pero siempre enraizada en el pueblo.
A nivel interno, la unidad del movimiento es un objetivo permanente. La oposición —carente de credibilidad, propuestas y liderazgo— se empeña en sembrar discordia al interior del movimiento de transformación. Sin embargo, la presidenta ha sabido resistir esas provocaciones. Con madurez política, ha mantenido la cohesión de Morena, de sus gobernadores y de su bancada legislativa. Palenque, Palacio Nacional y el Congreso caminan al unísono, a pesar de las diferencias naturales en un movimiento tan amplio.
La oposición, por su parte, se desmorona en su propia inoperancia. Alejandro “Alito” Moreno carga con una historia de corrupción y traiciones que hacen imposible cualquier liderazgo nacional. Eduardo Verástegui, convertido en caricatura política, pretende construir una plataforma desde el fanatismo y el dogma. Y Ricardo Salinas Pliego, desesperado y fuera de control, se exhibe en medios internacionales como vocero improvisado de la ultraderecha, mientras evade sus responsabilidades fiscales y laborales en México. El contraste no puede ser más claro: frente al caos de la oposición, la estabilidad de un gobierno popular.
Las tensiones internas en el movimiento también existen, como en cualquier proyecto en transición hacia la consolidación. La disputa entre quienes representan una visión de poder transexenal —ligada a cuotas y estructuras del pasado inmediato— y quienes impulsan una funcionalidad sexenal que dé resultados concretos al pueblo es una discusión legítima. Pero el rumbo es claro: la autoridad moral y política del claudismo comienza a imponerse, no con autoritarismo, sino con eficacia, resultados y visión.
Los casos de Adán Augusto López Hernández y Rafael Ojeda Durán revelan la determinación del nuevo gobierno para marcar límites, ordenar la casa y reafirmar que el poder presidencial no es decorativo. La presidenta ha sido firme en la necesidad de recuperar el control pleno de las cámaras legislativas y de reafirmar la subordinación de los mandos militares al poder civil. Estas decisiones no responden a venganzas ni caprichos, sino a una lógica de institucionalidad que busca consolidar la gobernabilidad en esta nueva etapa.
Mientras tanto, Ricardo Monreal, siempre oscilando entre la conveniencia y la ambigüedad, se pronuncia en favor de quienes ayer lo atacaban, en una postura que delata su oportunismo político. Su pasado de desencuentros con Adán Augusto López Hernández —marcado por señalamientos mutuos de corrupción— lo descalifica como interlocutor legítimo. La presidenta Sheinbaum, en cambio, no ha necesitado dobleces ni simulaciones: su autoridad nace del respaldo popular y de su capacidad para ejercer el poder con honestidad y claridad.
A un año de gobierno, Claudia Sheinbaum mantiene altos niveles de aprobación, reflejo no sólo del apoyo popular, sino de una percepción generalizada de que el país camina con rumbo. Las encuestas confirman lo que se vive en las calles: una sociedad que reconoce el esfuerzo del gobierno por mantener la paz, combatir la desigualdad, fortalecer la economía y hacer valer la soberanía. Todo esto, sin traicionar los ideales de justicia social, honestidad y bienestar que dieron origen a la Cuarta Transformación.
El claudismo no es una ruptura, es una evolución. La presidenta ha logrado lo que muchos consideraban imposible: darle continuidad a un proceso de cambio profundo, pero dotarlo de una nueva energía, de un nuevo estilo y de una nueva narrativa. No se trata de borrar el legado de López Obrador, sino de honrarlo desde una nueva trinchera, con nuevas herramientas y nuevos desafíos.
El México que está construyendo Claudia Sheinbaum es un país más justo, más seguro y más soberano. Es un país donde el poder se ejerce desde el pueblo y para el pueblo. Un país donde la política vuelve a tener sentido, no como herramienta de privilegios, sino como instrumento de transformación. Y en ese camino, la presidenta no está sola: millones la acompañan, la respaldan y confían en ella.
Frente al ruido de una oposición desesperada y a las inercias del pasado que aún resisten, la respuesta de Sheinbaum ha sido firmeza, unidad y compromiso. El primer año ha sido apenas el inicio. El futuro se construye todos los días, y con Claudia Sheinbaum al frente, México avanza con paso firme hacia el porvenir.