La sobria contundencia del poder popular
El primer Informe de Gobierno de Claudia Sheinbaum marca el inicio formal de un nuevo capítulo en la historia de la Cuarta Transformación. En el fondo, más que un discurso, fue una reafirmación de principios y ruta, una continuidad clara, sin concesiones al pasado neoliberal ni a los chantajes de la oposición. El acto en sí, realizado en Palacio Nacional y sin presencia de adversarios políticos, dejó clara la voluntad de no diluir el proyecto transformador en una falsa pluralidad que históricamente solo ha servido para desviar el rumbo o para disfrazar los intereses de los poderosos.

La presidenta Sheinbaum fue precisa, con un tono sobrio pero firme, al subrayar que las políticas de seguridad se deciden en México y no en función de agendas extranjeras. Una declaración que, aunque breve, carga el simbolismo de una nación que no volverá a agachar la cabeza frente a los metiches del norte —como el senador Marco Rubio— ni a sus representantes diplomáticos que se sienten virreyes en tierra ajena. Esa soberanía, negada durante décadas por gobiernos como los de Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto, hoy es eje rector.
En este primer Informe no hubo promesas vacías ni florituras discursivas, sino un llamado claro: “vamos bien y vamos a ir mejor”, no como consigna publicitaria, sino como compromiso basado en resultados. La reducción de delitos graves, sostenida con estadísticas verificables, no es un espejismo sino producto de una estrategia de seguridad humana, no militarista, que está rindiendo frutos. Frente a quienes apostaron por el caos y la descomposición —PAN, PRI, PRD, Movimiento Ciudadano—, la realidad les responde con datos duros.
La mención del antecesor, Andrés Manuel López Obrador, no fue un gesto de cortesía, sino el reconocimiento de una continuidad histórica. La presidenta Sheinbaum se asume no como ruptura sino como desarrollo lógico de una revolución pacífica, democrática y social. El agradecimiento a su gabinete, tanto el legal como el ampliado, también fue una muestra del estilo que ya la caracteriza: sin protagonismos vacíos, sin culto a la personalidad, pero con claridad en la conducción del proyecto.
El símbolo de blancura del templete fue más que estética: un mensaje de limpieza política, de transparencia, de renovación ética. En contraste, los rostros de la oposición —perdidos en sus redes sociales, en sus alianzas desesperadas o en sus intentos grotescos de construir candidaturas mediáticas como la de Alessandra Rojo de la Vega— se desdibujan frente a una jefa de Estado que habla con hechos.
Uno de los puntos más relevantes del Informe fue la defensa y explicación de la reforma al Poder Judicial. Lejos de los gritos histéricos de ministros conservadores y periodistas al servicio de intereses empresariales, Sheinbaum dejó en claro que el sistema de justicia se transformará para beneficiar a quienes siempre han estado al margen: los pueblos originarios, las mujeres, los trabajadores, las víctimas de un aparato judicial corrupto. La figura emergente de Hugo Aguilar, como símbolo de una nueva Corte, representa esa justicia social largamente postergada.
Por supuesto, no todo es ideal. La presidenta también fue clara al señalar que el país necesita empresarios más comprometidos, menos especuladores y más productivos. Pero esa crítica fue constructiva, tendiendo la mano a quien quiera sumarse al “Plan México”, una estrategia de desarrollo nacional que rompe con el modelo neoliberal basado en la explotación y la evasión fiscal. A diferencia de lo que algunos empresarios esperaban —un viraje, una concesión, una “normalización” del régimen—, recibieron un llamado a la responsabilidad social. México ya no es tierra de saqueo.
El día comenzó con la ceremonia de consagración de bastones de mando en Cuicuilco, acompañada por los nuevos ministros de la Corte. Ese acto, cargado de simbolismo indígena, despertó críticas desde las filas conservadoras. Los mismos que jamás cuestionaron las frivolidades de Peña Nieto en el extranjero o los rituales vacíos de Calderón, hoy se rasgan las vestiduras por un acto de profundo respeto a las raíces del país. Como siempre, la derecha no entiende los símbolos del pueblo, porque su única lealtad es a los símbolos del capital.
Por la tarde, el Senado fue escenario de la instalación formal de los nuevos ministros y ministras de la Corte, cerrando un día histórico con la promesa del nuevo presidente del órgano judicial, Hugo Aguilar: “no estaremos regidos por el poder ni el dinero”. Palabras que suenan a revolución en un país donde la justicia ha sido, por décadas, moneda de cambio entre partidos, jueces y empresarios. Claro, será la práctica cotidiana la que confirme ese compromiso, pero el punto de partida es digno.
Mientras tanto, en la Cámara de Diputados, otro episodio de resistencia guinda. El diputado Sergio Gutiérrez Luna sigue como presidente de la Mesa Directiva gracias a que Morena no aceptó las propuestas de Acción Nacional, que pretendía colocar a perfiles impresentables como Kenia López Rabadán, Margarita Zavala o Germán Martínez. Ninguno de ellos representa la pluralidad; todos son rostros del pasado. Que la derecha no tenga capacidad de consenso no es culpa de Morena, sino reflejo de su falta de proyecto.
La reticencia morenista a entregar la presidencia de la Cámara no es capricho, es precaución. Entregar una posición clave a quienes han bloqueado reformas vitales, defendido privilegios y atentado contra la soberanía popular, sería una traición al mandato de las urnas. Y mientras ellos se desgastan en disputas internas y campañas mediáticas artificiales —como la de Alessandra Rojo de la Vega, que busca explotar su exposición en redes para simular liderazgo—, el gobierno federal construye institucionalidad y avanza en la agenda nacional.
El gran reto, sin embargo, vendrá este miércoles. Marco Rubio, el intervencionista de siempre, obsesionado con destruir cualquier proceso progresista en América Latina, llegará a México con el pretexto de firmar un acuerdo sobre seguridad. Pero nadie se engaña: su verdadero objetivo es imponer condiciones del trumpismo, presionar para que México haga el trabajo sucio de Estados Unidos en la guerra contra el narcotráfico. En esa ecuación, como siempre, se olvidan de que la otra mitad de la criminalidad está en su país.
La gran pregunta es: ¿cuánto tendrá que ceder México? Pero más importante aún es saber cuánto está dispuesto a defender la presidenta Sheinbaum. Todo indica que, a diferencia de sus antecesores que firmaban acuerdos en lo oscurito, el actual gobierno no se arrodillará. No se trata de romper relaciones, sino de establecerlas en condiciones de igualdad y respeto mutuo. México ya no es el patio trasero de nadie.
En resumen, el primer Informe de Claudia Sheinbaum fue una clase de política sobria, de legitimidad construida en las urnas y no en pactos de élite. Un ejercicio que marcó distancias con la retórica vacía de Xóchitl Gálvez, con los pactos oscuros del PRI y el PAN, con la simulación de Movimiento Ciudadano y con la nostalgia del viejo régimen. La presidenta no busca aplausos fáciles, sino transformación duradera. Y en eso, va con paso firme.