Sheinbaum frente al caos: firmeza mexicana ante la amenaza Trump
La historia política contemporánea enfrenta un episodio sin precedentes: por primera vez, una presidenta mexicana llegará a un encuentro con el presidente de Estados Unidos con el respaldo no solo de su propio pueblo, sino también con el apoyo silencioso, pero potente, de millones de estadounidenses que repudian el caos del “agente naranja”, como ya se conoce mundialmente a Donald Trump.

En un país dividido por la polarización y la violencia verbal promovida desde su propia presidencia, la imagen reciente de Estados Unidos no podría ser más clara: mientras los cañones apuntan en señal de apoyo a Trump, las calles se llenan de manifestantes que rechazan su política migratoria, su discurso xenófobo y, sobre todo, su ambición desmedida de poder. Esa imagen, dictatorial y grotesca, es la que aguarda a Claudia Sheinbaum en su primer encuentro bilateral con el rey del caos.
Pero no se trata simplemente de una reunión protocolaria. Sheinbaum, con su estilo mesurado pero firme, deberá encarar a un personaje que ha convertido la mentira en política de Estado, que ha hecho del odio su plataforma electoral, y que ha usado a México como chivo expiatorio de sus fracasos internos. La presidenta mexicana tiene, ahora, el deber de exigir un alto a la campaña de agresiones y mentiras que desde el gobierno estadounidense se lanzan, casi a diario, contra nuestro país.
Desde que Trump irrumpió en la Casa Blanca, la relación bilateral se ha visto asediada por amenazas de aranceles, políticas migratorias inhumanas, deportaciones masivas y boletines oficiales con datos falsos. Más grave aún, recientemente se ha hecho eco de calumnias difundidas por la oposición mexicana —esa que ya ni siquiera merece ser llamada oposición partidista, pues actúa más como agente extranjero infiltrado que como fuerza política nacional.
No es casual que esta narrativa falsa, que acusa a Sheinbaum de incitar a la violencia en manifestaciones mexicanas en Los Ángeles, provenga del mismo sector reaccionario que históricamente ha buscado la intervención extranjera en la política mexicana. La mentira no solo es insultante; es peligrosa. Y lo es aún más cuando sirve de base para decisiones diplomáticas de gran calado.
El deber de Sheinbaum es, por tanto, no solo el de gobernar, sino el de desmentir. Mostrarle a Trump, y al mundo, que México no es el patio trasero de ninguna potencia, y que no se permitirá que se construya un discurso de odio sobre bases falsas. La presidenta deberá exigir, con diplomacia pero con firmeza, el cese de esta campaña de desprestigio que, en el fondo, es una campaña contra la soberanía y la dignidad nacional.
Hay voces en Washington que ven en Sheinbaum a la única figura capaz de ponerle freno al caos trumpista. Y es que, a diferencia de los gobiernos tibios del pasado, sometidos a los designios de la Casa Blanca, hoy México tiene una mandataria que no se achica ante los embates externos. En eso, Sheinbaum representa un nuevo paradigma: una líder que no ruega, que no suplica, sino que exige respeto.
La confianza del pueblo mexicano en su presidenta es amplia y justificada. Frente a un escenario hostil, plagado de agresiones y provocaciones, Sheinbaum ofrece firmeza, coherencia y altura de miras. Por eso, hay razones de sobra para esperar que el próximo encuentro con Trump sea beneficioso para México y que sirva para revertir algunas de las medidas irracionales que el magnate ha impuesto.
Y no estaría de más que, ya entrados en materia, se esclarezca de dónde surgieron las calumnias sobre la supuesta incitación a la violencia. No por rencor, sino por justicia. Porque cuando la mentira se instala como herramienta política, el primer paso para desmantelarla es señalar a los responsables. Que Trump sepa quién lo engañó, y que el mundo sepa que México no tolera la infamia.
Una reforma indispensable
A la par de este escenario internacional, en lo interno hay quienes siguen sin entender —o sin querer entender— el sentido profundo de la reforma judicial impulsada por el gobierno de Morena. Algunos insisten en ver en ella un intento de control político, cuando en realidad se trata del primer paso serio para desmontar una de las estructuras más podridas de la vida nacional: el Poder Judicial.
Durante décadas, los jueces y magistrados han sido, con escasas excepciones, cómplices de la corrupción. Fallos amañados, protección a intereses privados, justicia al mejor postor… Ese ha sido el sello de una élite judicial desconectada del pueblo. Era urgente una reforma que pusiera fin a ese cáncer institucional. Y Morena, con el respaldo mayoritario del pueblo, tuvo el valor de emprenderla.
Descalificar la reforma sin argumentos reales, pretendiendo que es un asalto al poder, no solo es miope: es irresponsable. Es una postura que busca preservar privilegios y esconder bajo la alfombra décadas de complicidad. Quienes aún lloran por la reforma deberían, al menos, reconocer una verdad elemental: no hay democracia posible sin justicia, y no hay justicia posible con jueces corruptos.
Además, cuando se acusa a Morena de querer controlar el Poder Judicial, se olvida una verdad evidente: Morena no es un partido de cuadros tradicionales ni de dogmas ideológicos rígidos. Es una fuerza popular, nacida del hartazgo social, que no responde a lógicas de poder tradicionales. Su objetivo no es el control, sino la transformación. Y esa transformación pasa, necesariamente, por limpiar de raíz al sistema judicial.
La reforma, por tanto, no solo era necesaria: era inaplazable. Y no hay argumento más contundente que la evidencia diaria de jueces que liberan a delincuentes por tecnicismos, que bloquean leyes votadas democráticamente, o que protegen a corruptos de alto perfil. Frenar esa impunidad estructural es, en efecto, una urgencia nacional.
Conclusión
Enfrentada al caos externo de Trump y a la resistencia interna de una derecha sin proyecto, Claudia Sheinbaum tiene ante sí una tarea monumental. Pero también cuenta con un respaldo popular que pocos mandatarios han tenido en la historia reciente. Con firmeza, con verdad y con dignidad, la presidenta tiene los elementos para avanzar en la transformación de México y para defender al país de las amenazas que vienen del norte y de dentro.
Hoy, más que nunca, se necesita una voz firme y clara que le diga al mundo: México no se rinde, México no se arrodilla. Y esa voz, hoy, se llama Claudia Sheinbaum.