Trump desata otra crisis: supremacismo, represión y agresión contra México
Como si su regreso a la Casa Blanca no representara ya una amenaza global, Donald Trump, en apenas unos meses de nuevo mandato, se ha dedicado a profundizar la inestabilidad internacional con una mezcla explosiva de provocación, autoritarismo y supremacismo. Hoy, su furia se centra en tres frentes: la política interna, la represión social en su propio país y la provocación diplomática contra México. Un patrón que ya hemos visto antes, pero que ahora adquiere tintes aún más peligrosos.

Mientras en Washington se blanden de nuevo los garrotes y se alienta la confrontación, el inefable Trump se empeña en encarcelar al gobernador demócrata de California, Gavin Newsom; aumentar el nivel de violencia contra migrantes —violando flagrantemente los derechos humanos— y provocar un conflicto con nuestro país a raíz de la brutal represión contra los paisanos en suelo estadounidense. Estamos ante un presidente salvaje, irracional, supremacista y abiertamente provocador.
Trump no hace más que sumarse a la larga lista de mandatarios estadounidenses que se han negado, por décadas, a negociar un verdadero acuerdo migratorio con México. No lo hicieron ni en tiempos de la Guerra Fría, ni en los años del TLCAN, ni en la era globalizada que hoy habitamos. El Programa Bracero —que algunos citan ingenuamente— no fue más que un esquema temporal y desigual de trabajadores huéspedes. Nada que ver con un tratado que reconozca los derechos y dignidad de los millones de mexicanos que, con su trabajo, contribuyen día a día a la economía de Estados Unidos.
Los hechos son contundentes y no pueden ser ignorados. Primero: nadie es ilegal en un territorio robado. Recordemos que gran parte del actual suroeste de Estados Unidos, incluida California, era territorio mexicano antes de la invasión y el despojo. Segundo: todas las políticas de contención —muros, redadas, criminalización— han fracasado rotundamente. No han detenido la migración, pero sí han generado sufrimiento, división social y violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
Tercero: es innegable la necesidad que tiene la economía estadounidense de la mano de obra mexicana. Desde la agricultura hasta la construcción, desde los servicios hasta la tecnología, los mexicanos son parte esencial de la maquinaria productiva del país vecino. Cuarto: la interrelación entre México y Estados Unidos es ya imparable y multifacética. El comercio, la inversión, la cultura y los vínculos familiares atraviesan fronteras. Y mientras más de un millón de estadounidenses viven en México sin mayor trámite que cruzar la frontera, los mexicanos enfrentan muros, leyes discriminatorias y amenazas constantes.
En un mundo racional y realista, hace tiempo que se habría firmado un tratado migratorio integral que reconociera esta realidad y garantizara derechos plenos a los trabajadores mexicanos en Estados Unidos. Pero no. El supremacismo y la nostalgia imperial siguen pesando más que la razón. A Trump, como a muchos de sus predecesores, le gana el amor por la capucha blanca y las viejas fobias racistas. Y si tanto les molesta nuestra presencia, pues que devuelvan el territorio robado. Comencemos por California, y asunto resuelto. Porque los mexicanos seguirán ocupando tierra mexicana, más allá de las líneas impuestas a fuerza de cañón.
Ahora Trump se enfrenta a un serio pleito judicial. El gobernador Gavin Newsom —a quien Trump desprecia al grado de llamarlo despectivamente Newscum— ha presentado una demanda contra el presidente por el despliegue ilegal de la Guardia Nacional en su estado. Newsom ha sido claro y contundente: “Esta es una crisis fabricada; siembra el miedo y el terror para tomar el control de una milicia estatal y violar la Constitución. Es ilegal e inmoral. Todo gobernador, republicano o demócrata, debe rechazar esta escandalosa extralimitación. Este es un paso inequívoco hacia el autoritarismo”.
La respuesta de Trump, como era de esperarse, ha sido digna de un tirano. Ha manifestado abiertamente que estaría dispuesto a arrestar al gobernador. “Yo lo haría si fuera Tom Homan”, declaró refiriéndose al infame zar fronterizo, otro personaje con un historial racista y segregacionista. “Gavin ha hecho un trabajo pésimo; es tremendamente incompetente, todo mundo lo sabe”, agregó Trump con su habitual desdén por la legalidad y la civilidad.
Pero la ofensiva no se detiene ahí. No satisfecho con movilizar a 2 mil elementos de la Guardia Nacional, Trump ha ordenado también el desplazamiento de 700 marines desde el Centro de Combate Aéreo-Terrestre en Twentynine Palms hacia Los Ángeles. Su objetivo: proteger agentes y edificios federales frente a las protestas contra las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). La pregunta es obvia: ¿qué sigue? ¿El Ejército en las calles? ¿La Fuerza Aérea sobrevolando manifestaciones pacíficas?
Mientras tanto, nuestros compatriotas en Estados Unidos no bajan la guardia. Las protestas contra las redadas y la represión brutal continúan. La consigna es clara: Fuck ICE. Frente a este panorama, la presidenta Claudia Sheinbaum ha defendido con firmeza los derechos de nuestros paisanos. “México siempre ha planteado que se requiere una reforma migratoria integral para el reconocimiento de esos mexicanos. Primero, respeto a los derechos humanos por encima de todo. No estamos de acuerdo con estas acciones que violentan los derechos humanos de las personas migrantes, que los criminalizan, como si lo fueran. Son trabajadores honestos que ayudan a la economía de Estados Unidos”, declaró.
Además, el gobierno mexicano ha emitido un documento oficial en el que se enfatiza que la migración debe abordarse desde una perspectiva integral, humana y con corresponsabilidad regional. “México reitera su disposición de colaborar con el gobierno de Estados Unidos en la búsqueda de soluciones que privilegien el respeto a los derechos humanos, la legalidad y el desarrollo compartido”. Una postura coherente, firme y digna, en contraste absoluto con el supremacismo y la barbarie de Trump.
Claro está, pedirle humanidad y sensatez a Trump es como pedir peras al olmo. Su campaña se basa en el miedo, el odio y la división. No busca soluciones, sino enemigos. No construye puentes, sino muros. No respeta la ley ni los derechos humanos, sino que los pisotea con descaro.
Mientras tanto, en México, no podemos perder de vista el contexto más amplio. Mientras Trump agita el odio y la violencia, aquí las élites bancarias —esas que nunca pierden— continúan amasando fortunas obscenas. De enero a abril de este año, la banca que opera en nuestro país obtuvo ganancias netas por 100 mil 300 millones de pesos. Eso equivale a 836 millones de pesos diarios, o 35 millones por hora. Un recordatorio de que el modelo neoliberal, que tanto defienden los opositores de Morena —del PRI al PAN, del PRD a Movimiento Ciudadano y su candidata de la derecha, Xóchitl Gálvez— sigue beneficiando a unos cuantos, mientras millones de mexicanos luchan por condiciones de vida dignas.
Por eso es crucial que nuestro gobierno, encabezado hoy por Claudia Sheinbaum y respaldado por el movimiento de la Cuarta Transformación, siga defendiendo con firmeza los intereses de México y de nuestros paisanos en el exterior. No debemos ceder ante las provocaciones de Trump ni ante las mentiras y campañas de odio de la derecha, que hoy más que nunca buscan sembrar miedo y división.
La lucha por la dignidad y los derechos de los migrantes mexicanos es también una lucha por la soberanía y el respeto mutuo entre nuestras naciones. Y en esa lucha, México no se va a doblar.
Porque como bien dice la memoria popular: el 10 de junio no se olvida. Y tampoco olvidaremos nunca quiénes están del lado de la justicia y quiénes del lado de la opresión.