La OEA y Trump: viejos trucos contra la nueva democracia mexicana

En días recientes advertimos desde este mismo espacio que se estaba gestando una campaña orquestada por el gobierno de Estados Unidos en contra de México. Los últimos acontecimientos no han hecho sino confirmarlo. Hoy es más evidente que nunca que los intereses trasnacionales y los aparatos de intervención estadounidense han puesto a nuestro país en la mira. Y es preciso subrayarlo: ninguna frase seductora ni gesto diplomático de Donald Trump hacia la presidenta Claudia Sheinbaum puede ni debe cambiar esa realidad. El magnate republicano ha mentido y continuará haciéndolo. Sheinbaum no debe caer en el juego de los mismos poderes que buscan desestabilizar nuestro proceso soberano de transformación.

Los ataques no son fortuitos ni aislados. Responden a un esquema clásico de intervención, el cual hoy se encubre bajo las banderas de organismos multilaterales y campañas mediáticas orquestadas. Ayer mismo, la columna Ciudad Perdida ofreció datos precisos sobre el papel que juega actualmente la Organización de Estados Americanos (OEA) en la política regional. Un papel que, lejos de promover la democracia y el respeto a la soberanía de los pueblos, responde a las agendas dictadas desde los pasillos de Washington.

Conviene recordarlo: no hace mucho se realizaron elecciones en la OEA. El pleno de la asamblea eligió a un nuevo secretario general, Albert Ramdin, quien asumió el cargo el pasado 26 de mayo. Ramdin, ex canciller de Surinam, fue recibido con esperanzas de cambio. Sin embargo, quienes conocen de cerca las dinámicas internas de la OEA advierten que seguirá la misma línea que su antecesor, el tristemente célebre Luis Almagro. Un personaje que pasará a la historia como un títere de la Casa Blanca, cuyo legado ha sido el de usar la OEA como herramienta de injerencia contra los gobiernos progresistas de América Latina.

En este contexto debemos entender la más reciente arremetida: la OEA, por medio de un grupo de “observadores”, ha lanzado cuestionamientos contra el procedimiento que el gobierno mexicano impulsa para reformar a fondo el Poder Judicial. La misión de estos “observadores” no es otra que la de descalificar nuestros procesos democráticos y defender los privilegios de una estructura judicial profundamente corrompida.

La reforma judicial impulsada por la Cuarta Transformación busca justamente arrancar de raíz esa corrupción enquistada, que durante décadas sirvió de escudo para proteger intereses ilegítimos y perpetuar la impunidad. Y eso es lo que no pueden tolerar las agencias del imperio, que hoy ven en el nuevo gobierno de México un ejemplo incómodo para la región.

No es casual que estos ataques vengan acompañados de una feroz campaña mediática. Diversos medios de comunicación replican, sin el menor ejercicio crítico, los discursos fabricados en los centros de poder extranjeros. Columnas, editoriales y notas informativas adoptan sin pudor las narrativas de la OEA y otras agencias, con el claro propósito de minar la credibilidad del gobierno mexicano y frenar las reformas transformadoras que hoy impulsamos.

Pero desmontar este entramado no es sencillo. Cuando los argumentos no bastan, los adversarios compran voluntades. La historia reciente está llena de ejemplos de cómo se corrompen instituciones y se manipulan discursos en nombre de una supuesta “defensa de la democracia”. Basta mirar los numerosos escándalos que involucran a agencias como la DEA, cuyos agentes han sido repetidamente señalados por prácticas violatorias de la soberanía nacional.

Vale recordar que fue el presidente Andrés Manuel López Obrador quien, con firmeza y dignidad, puso fin a la permisividad que durante décadas permitió que México fuera utilizado como laboratorio del crimen y la corrupción. Bajo gobiernos del PRI y el PAN, la DEA operó con total impunidad en nuestro territorio, muchas veces con la complicidad de autoridades locales corruptas. Esa etapa ha quedado atrás, y la defensa de nuestra soberanía es hoy un principio inquebrantable del gobierno mexicano.

Por eso resulta indignante y absurdo que un equipo enviado por Almagro —y ahora respaldado por Ramdin— pretenda evaluar nuestra democracia y nuestros procesos de reforma. La falta de credibilidad de estos “observadores” es absoluta. Y una prueba irrefutable de la solidez de nuestro país es el crecimiento constante de la inversión extranjera directa. A pesar de las campañas de desinformación y los intentos de sabotaje, los inversionistas confían en México. Los números hablan más fuerte que cualquier discurso tendencioso.

Pero la campaña contra México va más allá de los informes de la OEA. En los últimos días hemos sido testigos de nuevas maniobras por parte de las autoridades estadounidenses. Una de las más ofensivas es la reciente ola de redadas en la ciudad de Los Ángeles, un bastión histórico de la comunidad mexicana en Estados Unidos. Bajo órdenes de Donald Trump, se desplegaron soldados y policías para perseguir a nuestros connacionales. Esta operación, condenada tanto dentro como fuera de Estados Unidos, es un ataque directo a la dignidad de los mexicanos.

No olvidemos que Los Ángeles es la segunda o tercera ciudad con más población mexicana en el mundo. Las redadas recientes son un acto de agresión, de criminalización de nuestra comunidad migrante. Frente a este contexto, la presidenta Claudia Sheinbaum debe mantenerse alerta. Trump, con su retórica cambiante y sus gestos interesados, pretende seducir a México. No debemos caer en esa trampa. El expresidente estadounidense representa los intereses más retrógrados y xenófobos; su historial de mentiras y agresiones hacia nuestro país no debe olvidarse.

Es fundamental que la nueva administración mexicana continúe avanzando con firmeza en el proyecto de transformación nacional. La reforma del Poder Judicial es una tarea urgente y legítima, respaldada por un amplio consenso popular. No permitamos que las voces extranjeras ni las élites conservadoras nacionales detengan este proceso.

Tampoco debemos ceder ante el chantaje económico. La amenaza de imponer impuestos a las remesas, una medida que golpearía directamente a millones de familias mexicanas, es otra muestra del cinismo y la arrogancia de ciertos sectores del gobierno estadounidense. Estas políticas buscan castigar a México por ejercer su soberanía y por no someterse a los dictados de Washington.

Frente a este panorama, la respuesta debe ser una sola: unidad nacional, dignidad y defensa de nuestro proyecto transformador. México no está solo. La Cuarta Transformación cuenta con el respaldo de un pueblo consciente y movilizado. La victoria contundente de Claudia Sheinbaum en las urnas es la mejor prueba de ello. Los intentos de deslegitimar nuestro proceso democrático fracasarán, como han fracasado antes.

Por último, un apunte de vida cotidiana que también revela las lógicas de engaño que a veces se imponen en otros ámbitos. En colonias como Roma y Condesa, proliferan hoy restaurantes y taquerías que se vanaglorian de tener el reconocimiento Michelin. Sin embargo, muchas de estas propuestas gastronómicas no ofrecen ni la calidad ni la autenticidad que se espera de tal distinción. De hecho, no pocas cocinas económicas y loncherías tradicionales superan en sabor y en calidez a estos establecimientos “de moda”.

Ejemplo claro de ello es un restaurante ubicado en la calle Durango, cerca de la Plaza Río de Janeiro —cuyo nombre omito por cortesía— donde la experiencia culinaria dista mucho de lo que promete una estrella Michelin. Así como no debemos dejarnos engañar por las campañas mediáticas en el terreno político, tampoco debemos sucumbir a los encantos vacíos en otros aspectos de la vida. En el fondo, se trata siempre de lo mismo: autenticidad frente a simulación.

Hoy más que nunca, México necesita claridad, firmeza y una visión crítica frente a los viejos trucos del poder. La Cuarta Transformación ha puesto al país en un camino de soberanía y dignidad. No será fácil, porque los adversarios son poderosos y persistentes. Pero como nos enseña nuestra historia: con el pueblo organizado y consciente, no hay fuerza capaz de detener la marcha de la justicia.