Trump quiere quedarse con el sudor del pueblo

Hay decisiones que retratan de cuerpo entero la miseria moral de quienes las promueven. La iniciativa del Legislativo estadounidense —impulsada desde las sombras, pero con la firma indeleble de Donald Trump— de gravar con un 5 por ciento las remesas que millones de paisanos envían desde Estados Unidos a sus familias en México, es una de ellas. No sólo es una medida inconstitucional, como bien ha señalado la presidenta Claudia Sheinbaum, sino también profundamente inmoral, cruel y regresiva. Es, en esencia, un saqueo disfrazado de política pública.

Lo que el hombre naranja propone no es otra cosa que robarle a los pobres. Porque eso son las remesas: fruto del trabajo, del sacrificio y del desarraigo de millones de migrantes que han dejado todo atrás para poder sostener a sus familias desde el otro lado de la frontera. Es dinero ganado con jornadas extenuantes en los campos, en las fábricas, en la construcción, en los restaurantes, en los hoteles, en los hospitales. Dinero que ya ha sido gravado en Estados Unidos, como también lo señaló con claridad la presidenta Sheinbaum. Intentar imponerle un segundo impuesto es, simplemente, un atraco con todas sus letras.

Pero la jugada de Trump no es sólo económica, sino política. Busca presionar a los países receptores de remesas, como México, y al mismo tiempo apropiarse de un caudal de dinero fresco con el que pretende financiar sus delirios: más muros, más policías fronterizos, más jaulas para niños migrantes, más armamento. Y en ese escenario, quienes terminan pagando el costo son las familias más pobres, tanto en Estados Unidos como en América Latina. Porque del total de remesas enviadas a nivel mundial —685 mil millones de dólares en 2024, según el Banco Mundial—, aproximadamente el 24 por ciento tiene como destino economías latinoamericanas de ingresos bajos y medianos. Y México, como siempre, encabeza la lista.

Nuestro país recibió alrededor de 65 mil millones de dólares en remesas durante 2024, de acuerdo con el Banco de México. Se trata de una fuente de ingresos que llega directamente a los hogares más humildes, dispersa por todo el territorio nacional, desde las sierras de Guerrero hasta las comunidades rurales de Chiapas y las colonias populares del Bajío. Aplicar un gravamen de 5 por ciento sobre esos recursos significaría una merma de más de 3 mil millones de dólares anuales, un golpe brutal al tejido social y económico de millones de familias. El mensaje de Trump es claro: quiere arrebatarle al pueblo lo poco que ha conseguido con dignidad.

Esta medida, además de injusta, es contraproducente. Porque en un contexto de presiones migratorias crecientes —agravadas por la desigualdad global, el cambio climático, las guerras y la falta de oportunidades—, las remesas han demostrado ser un salvavidas económico para muchos países. El propio Banco Mundial ha destacado que estos flujos han superado en los últimos años a la inversión extranjera directa, y que su resiliencia es notable: mientras la IED cayó 41 por ciento en la última década, las remesas aumentaron 57 por ciento. Son, por tanto, una herramienta poderosa de desarrollo, inclusión financiera y estabilidad macroeconómica.

Los cinco principales receptores de remesas en 2024 fueron India (129 mil millones de dólares), México (68 mil millones), China (48 mil millones), Filipinas (40 mil millones) y Pakistán (33 mil millones). Pero si miramos el impacto proporcional, encontramos realidades más crudas: en países como Tayikistán, Tonga, Nicaragua, Líbano y Samoa, las remesas representan entre el 26 y el 45 por ciento del PIB. Es decir, son la diferencia entre la vida y la muerte para millones de personas. En Centroamérica, las cifras también son contundentes: en El Salvador representan el 23.5 por ciento del PIB; en Honduras, el 25.2; en Guatemala, el 19.6.

Y aún así, Trump quiere meter la mano al bolsillo de los migrantes. No contento con sus discursos de odio, con las redadas, con la separación de familias, con los intentos de militarizar la frontera y criminalizar al migrante, ahora quiere apropiarse del sudor de su frente. No le basta con humillarlos: quiere lucrar con ellos. Pero lo que olvida el expresidente es que el pueblo mexicano, dentro y fuera del país, ha demostrado una y otra vez que sabe resistir, que sabe organizarse y que no está dispuesto a ceder ante el chantaje.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido clara y firme: no estamos de acuerdo con esa iniciativa. Desde la Cuarta Transformación, se defiende a los migrantes como sujetos de derechos, no como mercancía. Y se les reconoce no sólo por su valor económico, sino por su dignidad, por su aporte cultural, social y humano. Mientras Trump los desprecia, nosotros los abrazamos. Mientras allá los persiguen, aquí los celebramos como héroes que sostienen con su trabajo a millones de familias.

Pero las afrentas no sólo vienen del norte. También aquí, en nuestro propio territorio, hay pendientes históricos que deben resolverse con justicia y con memoria. Esta semana, la presidenta informó que continúan los trabajos de rescate de los cuerpos de los mineros fallecidos en la tragedia de Pasta de Conchos, ocurrida en febrero de 2006. Y una verdad ha salido a flote, desmintiendo la versión oficial que durante años sirvió de escudo a los responsables: no hubo explosión, como se dijo en su momento. ¿Entonces qué esperan para llamar a cuentas a Germán Larrea y a los directivos de Grupo México?

La impunidad empresarial ha sido una constante en los regímenes neoliberales. Casos como Pasta de Conchos fueron cubiertos por un manto de complicidad entre el poder político y los grandes capitales. Se protegió a los empresarios, se criminalizó a los trabajadores, se enterraron verdades. Pero eso se acabó. El compromiso de la Cuarta Transformación es con la justicia, con la verdad y con la reparación del daño. Y si algo ha quedado claro, es que el pueblo exige justicia, no discursos vacíos. No más privilegios para quienes han lucrado con la muerte.

En este contexto, resulta particularmente ofensivo que algunos personajes de la vieja política, como Jesús Ramírez Cuevas, insistan en defender lo indefendible o en minimizar lo imperdonable. Hay cretinos en todos lados, sí, pero hay quienes se esfuerzan por ganarse ese título con méritos propios. La lucha por la transformación implica también una limpieza ética, una coherencia entre el decir y el hacer, y una rendición de cuentas real, no simulada.

Hoy más que nunca, México debe mantenerse firme frente a los embates externos y las inconsistencias internas. Frente a un Trump que quiere apropiarse del trabajo ajeno y frente a empresarios que aún creen que sus crímenes pueden ocultarse bajo alfombras doradas. La Cuarta Transformación ha trazado una ruta clara: soberanía, justicia, dignidad y defensa del pueblo. Y eso incluye, sin lugar a dudas, a nuestros hermanos migrantes. Porque lo que está en juego no es sólo el dinero de las remesas, sino el alma misma de nuestra nación.