El mito de la libre competencia
La globalización neoliberal entregó el mercado a las empresas privadas multinacionales, creando oligopolios con poderes metanacionales que debilitaron la rectoría de los gobiernos, tomando decisiones que afectan a todos los habitantes de países y regiones en las salas de sus consejos de administración, donde se da prioridad a sus propios intereses comerciales sobre los de naciones y poblaciones.
De esta manera con la complicidad de los gobiernos, las empresas fueron asumiendo actividades que cada vez tenían más que ver con el interés general, que en esencia deberían haber sido mantenidas bajo la administración de los estados, a fin de que se diera prioridad a las necesidades de los habitantes en rubros como el de alimentación, salud, energía, seguridad, educación y otros similares; sin embargo, esto no fue así.
Los gobiernos les vendieron concesiones y empresas estatales, por medio de las cuales la proveeduría de los servicios de primera necesidad para las poblaciones fue cada vez más dependiente de las corporaciones globales, haciendo que los gobiernos y los habitantes terminaran dependiendo de ellas para lo más esencial.
Esgrimiendo el discurso del libre mercado a través de los medios de propaganda que actúan como sus cómplices en todo el mundo, estas corporaciones promovían la privatización de prácticamente todo, la desaparición del estado en las funciones que le son básicas y la libre competencia, mientras bloqueaban que otras empresas entraran a sus mercados, chantajeando a los gobiernos para evitarlo y drenando despiadadamente la economía de los habitantes con sobreprecios en todos los servicios básicos.
Esto nunca fue más evidente de lo que es hoy, de cara al conflicto entre la OTAN y Rusia que está colocando a los habitantes europeos contra la pared ante la escasez de gas, con las empresas privadas ganando cantidades increíbles, mientras las poblaciones se encuentran a punto del congelamiento porque no pueden pagar las facturas de energía.
Los gobiernos europeos que cayeron en la trampa que les pusieron los Estados Unidos, hoy han tenido que reaccionar nacionalizando empresas que antes habían privatizado, imponiéndoles impuestos altos para compensar a los ciudadanos a fin de que no se congelen, tratando así de limitar las consecuencias de la locura que significó entregar los servicios esenciales en manos de tiburones voraces.
Actualmente en México la situación es muy distinta gracias al cambio de rumbo que se dio a partir de la 4ª Transformación. En 2019 se comenzó a revertir la influencia desproporcionada de los consorcios internacionales, sin afectar sus concesiones ni expropiarles lo que se les había prácticamente regalado, sino rescatando y reforzando las industrias del estado que los gobiernos anteriores habían intentado destruir para favorecer a los privados.
A partir de una política que privilegia la atención de las necesidades de los habitantes, el estado retomó las funciones esenciales en sus manos para garantizar el bienestar común, dejó de favorecer exclusivamente a las grandes empresas, empoderando a los ciudadanos por medio de los apoyos sociales, para que decidan a quien le compran en un mercado libre donde los negocios tienen que competir.
Así con un modelo que el presidente define como Humanismo Mexicano, se estableció una estrategia nacionalista industrial de libre mercado, con la rectoría del estado en las funciones que le corresponden y la redistribución de la riqueza a partir de una política de seguridad social que no habíamos visto nunca en México y que hoy es ejemplo para que el resto de los países no tengan que pasar por lo que están sufriendo los europeos.
Como dijo el escritor catalán Noel Clarasó: “El dinero en el mundo estará siempre mal distribuido, porque nadie piensa en la manera de distribuirlo, sino en la manera de quedárselo”.
Erika Gonzalez