México resiste mientras Trump incendia la economía

En una era en la que el mundo requiere cooperación, diálogo y multilateralismo, reaparece el caos en su forma más nociva: Donald Trump. Desde su regreso a la escena política estadounidense —acompañado de una sarta de sandeces, decisiones unilaterales y medidas que rayan en lo ilegal— el expresidente ha decidido encender la mecha del conflicto económico internacional con el único objetivo de alimentar su retórica nacionalista, xenófoba y, por si fuera poco, antiglobalizante. La imposición de aranceles del 104% a productos chinos es apenas el último acto de una obra decadente que, sin embargo, tiene repercusiones devastadoras para la economía global. Y, como era de esperarse, China no se ha quedado de brazos cruzados.

Beijing ha respondido con firmeza y dignidad, dejando claro que no permitirá una política basada en el chantaje económico. “Nuestra nación está dispuesta a luchar hasta el final si Estados Unidos se empeña en librar una guerra arancelaria”, advirtió el Ministerio de Relaciones Exteriores chino, denunciando el claro proteccionismo y unilateralismo estadounidense, al tiempo que señaló los daños provocados al sistema multilateral de comercio. Y es que cuando el país con la economía más grande del mundo decide actuar como un matón de barrio, el efecto dominó impacta a todos.

Los indicadores financieros han comenzado a resentirlo: caen las bolsas, los tipos de cambio se desestabilizan, los precios petroleros retroceden y la inflación se acelera. Estados Unidos, cuya economía se encuentra en una encrucijada, parece no tener rumbo claro. Y es que en lugar de actuar con sensatez, la Casa Blanca —ahora dirigida por un Trump reloaded, aún más confrontativo y visceral— ha optado por el aislamiento y la imposición.

No conforme con encender la chispa de una guerra comercial, Trump ha lanzado una ofensiva xenófoba sin precedentes. Anunció la deportación “inmediata” de más de 900 mil inmigrantes con permisos temporales para residir y trabajar en Estados Unidos. Una medida cruel, ilegal y profundamente deshumanizante. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, no se quedó atrás. En una cínica campaña mediática —difundida incluso en suelo mexicano con la complicidad de empresas como Televisa, siempre tan presta a servir intereses ajenos— lanzó un mensaje claro: “no eres bienvenido”. Un discurso que, más que de seguridad, parece de odio, discriminación y exclusión.

Estos ataques no son aislados. Son parte de un plan sistemático para culpar a los migrantes de los males internos de Estados Unidos, mientras se oculta la responsabilidad del gran capital financiero, de las malas decisiones económicas y del fracaso de décadas de neoliberalismo. La misma lógica que imperó en gobiernos como los de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, donde el pueblo fue criminalizado, el mercado interno desmantelado y la soberanía, entregada.

Y como suele ocurrir, las consecuencias se extienden más allá de las fronteras. Desde que Claudia Sheinbaum asumió la Presidencia de México, el barril de petróleo mexicano mostraba una cotización sólida: 69.33 dólares. Apenas unos días antes del retorno de Trump, el precio ascendía a 73.01 dólares. Sin embargo, con la nueva oleada de aranceles y amenazas, el crudo mexicano cayó dramáticamente a 56.60 dólares, el nivel más bajo desde marzo de 2023. Se trata de una caída del 22.47% en apenas tres meses. No es coincidencia: es el resultado directo de la inestabilidad provocada desde Washington.

El Centro de Estudios de las Finanzas Públicas (CEFP) de la Cámara de Diputados ha documentado esta dinámica con precisión: los aranceles recíprocos entre China y Estados Unidos han afectado directamente la demanda de petróleo, desplomando sus precios. A ello se suma el anuncio de incremento en la producción de crudo por parte de la OPEP, lo que complica aún más el panorama. Según datos de la Secretaría de Hacienda, en el primer bimestre del año los ingresos petroleros de México disminuyeron 14% en términos reales. Un golpe que, aunque parcialmente compensado por mejores precios en ese momento, ahora se profundiza con la ofensiva arancelaria.

Sin embargo, frente a este zarandeo internacional, México no se queda de brazos cruzados. La presidenta Claudia Sheinbaum, con claridad y firmeza, ha reiterado que el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) sigue vigente, pero ha subrayado la necesidad de fortalecer el mercado interno y diversificar nuestros socios comerciales. “Lo primero es el fortalecimiento del mercado interno y la producción nacional para el mercado interno”, ha dicho. Se trata de una visión soberana, congruente y acorde con los principios de la Cuarta Transformación: construir una economía autosuficiente, menos dependiente del exterior, y con justicia social.

La propuesta va más allá del simple pragmatismo económico. Sheinbaum propone una integración más profunda con América Latina y el Caribe. Una comunidad de naciones hermanas que comparten historia, cultura y desafíos comunes. En un momento donde el norte cierra fronteras y levanta muros —físicos, económicos y simbólicos—, México propone puentes, diálogo e integración regional. Y lo hace desde una posición de dignidad, como ya lo demostró el presidente Andrés Manuel López Obrador durante su mandato.

Mientras tanto, los voceros de la derecha mexicana —empezando por Xóchitl Gálvez, quien no pierde oportunidad para aplaudir las políticas represivas de Estados Unidos y criticar sin fundamento al gobierno actual— guardan silencio ante los abusos de Trump. Su visión entreguista y servil queda nuevamente en evidencia. Es la misma clase política que durante décadas entregó los recursos de la nación, criminalizó la pobreza y convirtió a México en un patio trasero de intereses extranjeros. Hoy, esa oposición está moralmente derrotada, sin proyecto, sin liderazgo, sin ideas.

México avanza, pese a los desafíos internacionales. Avanza con una nueva visión, con un liderazgo firme y con la convicción de que otro modelo es posible. Frente a la barbarie trumpista, la Cuarta Transformación representa sensatez, justicia y soberanía. Que no quepa duda: en este nuevo capítulo de la historia, nuestro país no será espectador pasivo del desorden global, sino actor protagónico de una transformación regional con rostro humano.