Título: “La bestialidad digital de Trump: 200 millones para el clic de la ignominia”

El pasado domingo por la noche, el estadio de futbol en Los Ángeles, California, vibró con los cánticos, la esperanza y el orgullo de miles de paisanos que asistieron al encuentro entre las selecciones de México y Panamá. No fue solo un partido más. Fue una fiesta nacional fuera de nuestras fronteras, una reafirmación de identidad en territorio que alguna vez fue mexicano, y que hoy sigue siendo nuestro por cultura, trabajo y presencia. El triunfo de la selección fue doble: ganamos en la cancha y vencimos también a la persecución cobarde del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE), que, como sabuesos obedientes del cavernícola de la Casa Blanca, esperaban afuera del estadio listos para cazar migrantes.

Pero los nuestros son valientes. Son los que no se rinden. Los que saben que con trabajo y dignidad se construye una vida mejor, pese al odio de quienes ocupan la Casa Blanca como si se tratara de una cueva de intolerancia. A pesar de las amenazas, a pesar del acecho, salieron con la sonrisa intacta y con la frente en alto. Y es que la política antimigrante de Donald Trump no solo es absurda, es profundamente ignorante y autodestructiva. Pretender que los migrantes, sobre todo los mexicanos, se “autodeporten” con un simple clic desde una aplicación llamada “CBP-Home” es no entender nada de humanidad ni de economía. Es una idea tan ridícula como peligrosa.

La administración Trump ha invertido 200 millones de dólares en una aplicación digital para que los migrantes “opten” por regresarse voluntariamente a sus países. Según ellos, esto es parte de una estrategia humanitaria. Pero todos sabemos que se trata de un disfraz grotesco para disfrazar la persecución. Tricia McLaughlin, vocera del Departamento de Seguridad Nacional, dice que es “opcional”, pero el mensaje está claro: si no te vas solo, te sacamos a la fuerza. Un ultimátum envuelto en lenguaje digital. ¿Y cuántos se han autodeportado con esta maravilla tecnológica? Nadie sabe. Porque, claro, ni siquiera tienen datos. Solo discursos vacíos, amenazas sin sustento y decisiones sin cabeza.

Pero más allá del absurdo, esta política evidencia una profunda contradicción: Estados Unidos vive, come y se mueve gracias al trabajo de los migrantes. Especialmente los mexicanos. Más del 70 por ciento de los trabajadores agrícolas en ese país son latinos. ¿Quién recoge las cosechas? ¿Quién trabaja en los restaurantes, en las obras, en los hoteles? ¿Quién mantiene funcionando las ciudades? La respuesta es clara: nuestros paisanos. Y no solo en el campo o en la industria; también en las universidades, en la ciencia, en el arte. Pretender expulsarlos es, literalmente, escupir hacia arriba.

Un reciente informe de la Universidad de California en Los Ángeles y el Latino Donor Collaborative lo deja claro: en 2022, el consumo latino en EE.UU. fue de 2.53 billones de dólares. Más que toda la economía de Texas y 23 por ciento mayor que la de Nueva York. Mientras el consumo de los no latinos creció 22.6 por ciento entre 2010 y 2022, el de los latinos aumentó 62.4 por ciento. Eso no es una estadística más. Es evidencia de que somos motor económico, no carga social. Somos impulso, no problema. La migración no es una calamidad; es una fuerza de progreso que los gobiernos racistas como el de Trump se niegan a aceptar.

Lo que busca Trump no es seguridad ni orden, sino miedo. Busca dividir, culpar, etiquetar. Busca hacer campaña con el odio, como lo ha hecho siempre. Su cruzada contra los migrantes no es nueva. Es la misma retórica que usó para llegar al poder y que ahora intenta reciclar, esta vez con un toque digital. Pero lo que no entiende –ni entenderá nunca– es que el alma de Estados Unidos también es latina. Y que los mexicanos, dentro y fuera de nuestras fronteras, no nos doblegamos ante amenazas.

Desde México, con un gobierno encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador y el movimiento de la Cuarta Transformación, se defiende a nuestros connacionales con dignidad, con claridad y con acciones concretas. No permitimos que se denigre a los nuestros. No avalamos que se criminalice a quien solo busca una vida mejor. A diferencia de gobiernos anteriores, sumisos ante Washington y sin voz para defender a nuestra gente, hoy se alza la voz con firmeza. Porque un gobierno verdaderamente popular no abandona a su pueblo, esté donde esté.

Y mientras Trump gasta 200 millones en su app de la ignominia, que ni siquiera sabe cuántos resultados ha dado, nuestros paisanos siguen contribuyendo con trabajo honesto, con cultura, con pasión. El mensaje es claro: ni con ICE, ni con aplicaciones, ni con amenazas nos van a borrar. Seguiremos ahí, en los estadios, en los campos, en los hogares, en cada rincón donde haya un mexicano dejando huella.

Para rematar el absurdo, el mismo Trump que ahora pretende “disciplinar” al mundo con sanciones, ha anunciado aranceles del 25 por ciento para quienes compren petróleo y gas a Venezuela. ¿Y qué hará Venezuela? Con toda ironía, replicar con sanciones para quienes consuman arepas en Estados Unidos. Así de ridículo es el juego del garrote trumpista: medidas sin sentido, basadas en el capricho, en el insulto y en la fantasía de un imperio que se desmorona en su propia contradicción.

La realidad es otra. Los pueblos se hermanan, las culturas se entrelazan, y la migración seguirá siendo parte del ADN de la humanidad. Ni con muros, ni con apps, ni con discursos de odio van a detener el flujo de la vida. Lo que se necesita es comprensión, cooperación y justicia. Y eso, ni Trump ni sus voceros conocen. Porque su política se resume en una palabra: bestialidad.

Desde aquí, desde México, reafirmamos nuestro compromiso con nuestra gente. Allá donde estén, cuentan con el respaldo de un país que hoy sí los defiende. Porque ya no estamos en los tiempos del PRI, PAN o PRD, cuando se agachaba la cabeza ante el imperio. Hoy, con Morena, se habla de tú a tú. Con dignidad. Con firmeza. Con verdad.

Y si a Trump se le ocurre que el futuro es un clic para autodeportarse, nosotros respondemos: el futuro es un pueblo que no se deja. Y ese pueblo es el nuestro.