Trump no doblega a México

Claudia Sheinbaum ha sido clara y firme: México es un país libre, soberano e independiente. Y esa soberanía no está sujeta a negociación, por más amenazas que provengan de Washington y por más elogios que intente disfrazar condescendientemente Donald Trump. El cavernícola del norte puede intentar revestir sus ataques con palabras suaves hacia la presidenta de México, pero detrás de cada palabra amable hay una embestida imperial disfrazada de diplomacia.

Mientras el calendario avanza y el 2 de abril se acerca, la sombra de los aranceles unilaterales que pretende imponer el inestable ocupante de la Casa Blanca se cierne sobre el comercio bilateral. Pero a diferencia de gobiernos anteriores que habrían doblado las manos ante la primera señal de presión, hoy México mantiene una postura firme, apoyada en los acuerdos internacionales como el T-MEC, donde el 90% de nuestras exportaciones están libres de aranceles. Es decir, no estamos a merced del capricho de Trump, ni somos un país vasallo que espera migajas del norte.

Resulta emblemático que entre los productos fuera de ese blindaje se encuentren el acero y el aluminio, sectores industriales clave donde Estados Unidos ya impone un arancel del 25% desde el 12 de marzo, a pesar de que México importa más de estos productos de Estados Unidos de lo que exporta. Una vez más, se revela la hipocresía estadounidense y el falso discurso de “reciprocidad” que esgrimía Trump. Si México mantiene su compromiso comercial sin imponer aranceles, lo justo sería que Estados Unidos actuara en consecuencia. Pero en la lógica imperial del republicano, la justicia solo se aplica si beneficia a sus intereses políticos y electorales.

Por ello, el gobierno mexicano, encabezado por la presidenta Sheinbaum, ha sido enfático: si se confirma esta agresión comercial, México responderá de manera proporcional. No es una amenaza, es un acto de dignidad y soberanía. El 2 de abril, nuestro país no acudirá a la mesa como un súbdito, sino como una nación soberana que exige respeto a los acuerdos firmados.

La mandataria lo ha explicado con claridad meridiana. En sus palabras, “si nosotros no le ponemos impuestos a lo que llega de Estados Unidos, pues Estados Unidos tampoco le pondría impuestos a lo que llega de México, porque es la reciprocidad”. Pero si esa reciprocidad se rompe, entonces es momento de repensar la estrategia económica y dejar atrás el modelo de “todos los huevos en la misma canasta”.

México no puede seguir dependiendo en exceso del mercado estadounidense. La diversificación geográfica de nuestras exportaciones ya no es solo una opción estratégica, sino una necesidad de seguridad nacional. Diversificar es proteger al país de los vaivenes de la política exterior de una potencia que, bajo liderazgos erráticos y autoritarios como el de Trump, se comporta más como una amenaza que como un aliado.

En este contexto, no sorprende que organismos internacionales como la OCDE adviertan sobre los efectos negativos de los aranceles. No solo frenan la inversión y distorsionan los precios, sino que pueden alimentar una inflación global que obligue a políticas monetarias más duras y prolongadas. Es un juego peligroso, que países como México y Canadá sufrirán en mayor medida, pero que también dañará la economía estadounidense.

Y es que detrás del discurso proteccionista de Trump hay una visión anacrónica del mundo, una que ignora que la economía global está interconectada, y que los intentos de aislar a países como México tienen un costo real para todos. Pero lo que más molesta al expresidente estadounidense —y potencial candidato republicano— es que México ya no se somete. Hoy somos un país que defiende sus intereses con firmeza y que no permite chantajes.

Este episodio también revela otra dimensión del liderazgo de Claudia Sheinbaum: su capacidad de actuar con visión de futuro. Mientras la derecha mexicana —representada por personajes como Xóchitl Gálvez— se desvive por congraciarse con los intereses de Washington, aunque eso implique entregar nuestra soberanía, el gobierno de Morena plantea una política exterior digna, que defiende el interés nacional sin caer en la confrontación vacía ni en la sumisión.

Y así como la soberanía económica debe ser defendida, también debe serlo la ambiental. En ese sentido, la presidenta ha sido igualmente clara: no puede permitirse que México sea la decimosegunda economía del mundo y que, al mismo tiempo, sus ríos sigan contaminados. El caso de los ríos Sonora y Bacanuchi, devastados por el ecocidio perpetrado por Grupo México y el tóxico Germán Larrea desde el 14 de agosto de 2014, sigue siendo un símbolo de impunidad corporativa.

Durante más de una década, los gobiernos anteriores —panistas y priistas por igual— no solo permitieron el crimen ambiental, sino que lo encubrieron. Larrea, ese barón impune, ha contado con la protección de una élite política corrupta que prefería mirar hacia otro lado antes que exigir justicia. ¿Será por miedo o por complicidad? En ambos casos, es inaceptable. La Cuarta Transformación no puede permitir que estos crímenes sigan impunes. Reparar el daño ambiental, hacer justicia a las comunidades afectadas y poner límites claros al poder empresarial debe ser una prioridad.

Es tiempo de que México deje de ser rehén de intereses ajenos. Ni los dictados del norte, ni los caprichos de los magnates nacionales, ni los intentos de restauración conservadora tienen cabida en el proyecto de nación que hoy encabeza Claudia Sheinbaum. La soberanía no solo se defiende con discursos, se defiende con acciones, con decisiones valientes y con una visión clara de país.

El 2 de abril no solo marcará una decisión sobre aranceles. Será un momento clave para reafirmar el rumbo de México: el de una nación que no se arrodilla, que no transige con el abuso y que no tolera la impunidad. Ese es el México que representa la Cuarta Transformación, ese es el México que se construye con dignidad, con justicia y con verdadera soberanía.